En su día leí con curiosidad Las edades de Lulú, su llamativo debut. Después he ido siguiéndola en sus colaboraciones regulares en radio -con su vehemencia y vitalidad torrenciales en las tertulias de 'La radio de Julia', la Otero, hace unos cuantos años ya- o en prensa, alternando espacio semanal con Rosa Montero en el dominical de El País. Ahora estoy inmerso en su Inés y la alegría, el primero de los episodios de aire galdosiano que ha dedicado a la España que nació con la Guerra Civil. El ejemplar de Salvia está dedicado personalmente por la autora con palabras que incitan al disfrute de la vida. Me está gustando.
La Grandes satura de pura vida lo que narra. Supongo que no hace falta sentirse identificado con sus personajes para comprender la valentía de sus actos, o la miseria que pueda haber en su forma de pensar, o ver las aptitudes que saben explotar para sobreponerse a sus desdichas. Ese atlas de índice, en mi opinión, algo farragoso me ha enseñado que nunca es tarde emprender nada en la vida, o para creer que nuestro tren sigue encarrilado, que el mecanismo de cambio de vía funciona bien y podemos utilizarlo cuando queramos, o que cualquier batalla que libremos junto a los raíles no descarrilará nuestra máquina.