Aunque en el mundo hospitalario cada
cabeza era un mundo, todas teníamos algo en común:
el dolor de la anormalidad.
Merlin.
Hay libros que te conmueven por la historia que relatan; otros que te impactan por sus imágenes, por sus relatos atrevidos y multiplicidad de voces protagonistas; algunos juegan con su estructura y la manera osada de presentar y reconstruir sus mundos; y hay otros que son la suma de todo esto: Alto, no respire, es uno de ellos.Es un libro que desde el principio te obliga a preguntarte por qué no lo habías leído antes. Me atrevería a decir que debería ser lectura obligatoria en los liceos, pero como lo “obligado” siempre despierta el repudio que no el apego, dejémoslo fuera de las lides académicas y del pensum. Mejor sería decirle a los adolescentes (y a los adultos) “no lo leas”, para que a toda velocidad salgan a leerlo.
Merlin (no Merlín como el mago), es una adolescente que desciende a su propio infierno cuando por razones de salud, es internada en un sanatorio para tuberculosos. Allí comienza ese viaje que la lleva a interactuar con los más pintorescos personajes que hacen de su estadía un tormento, y algunas veces, la vía más expedita para soportar las miserias humanas. Esto es apenas el inicio de esa inmensa retrospectiva del personaje, cuando veinte años después, vuelve al lugar en donde le salvaron la vida para visitar a su amigo Ignacio. Le van llegando en cascadas todos los recuerdos y entabla un delicioso monólogo teniendo a la vista a su amiga Arabia quien ya ha fallecido.
Iliana Gómez Berbesí va llevando la narración al punto preciso en que el lector, ya desesperado por saber qué sucede, no puede soltar el libro, bien por desvelar la intriga, bien por seguir disfrutando del humor negro y la picardía de Merlin, quien a pesar de la dura situación por la que atraviesa, siempre halla el momento justo para distraer, para distender a sus contertulios y -por supuesto- a nosotros los lectores. Su ingenuidad para algunos asuntos contrasta con su afilado razonamiento a la hora de debatir con sus enfermizos compañeros de pabellón, con quienes termina siempre reafirmando su inexorable ateísmo.
-El mundo anda mal por eso. La gente es muy descreída. Un día, Dios bajará y se hará justicia...
-Le confieso que me priva usted del susto. Permítame desmayarme... ¡Oh, cielos! Pues no, prefiero pensar que todo es cuestión mental. Que estamos solos y que debemos quitarnos ese complejo de Cenicienta, esperando a que nos vengan a salvar.
-Usted por lo que veo es atea...
-Digamos que me parece divertido eso de invocar el auxilio de unviejo barbudo, que hace temblar la tierra o que permite que crucifiquen a su hijo...
-¡Virgen santa! Es una blasfemia...No quiero oír más... ¡Márchese!
-No me diga que me va a llamar al cura para que me exorcise. Mejor me tomo esta pastillita mágica y olvidado el asunto, que ya fastidia.
¡Alto, no respire! es una novela que también lleva consigo una cantidad ingente de referencias literarias, que vienen a acompañar ese espíritu rebelde de Merlin en su viaje iniciático a las cavernas de la enfermedad y el dolor. Por allí está Harry Hallers, entrañable personaje de El lobo estepario; Gregorio Samsa de La metamorfosis; Castorp de La montaña mágica, entre otras referencias más que pasan por Erasmo de Rotterdam y llegan hasta Maquiavelo.
Esta novela fue publicada por primera vez en 1999 y da la buenaventura que vuelve al ruedo diez años después en 2009. Iliana Gómez Berbesí juega con la estructura de su obra y nos la presenta como los segmentos del diario de Merlin, en donde el tema principal es la enfermedad como epicentro de angustias y reflexiones. La portada no le hace honor a esta extraordinaria novela, no obstante, haberla rescatada del olvido es suficiente mérito. Hay que leerla, deben leerla, es sencillamente genial. Después de una década de literatura venezolana publicada, me atrevo a decir que merece estar entre las mejores novelas.
Cierro con estas palabras de Merlin:
Me horroriza entonces ver que una se ha ido acostumbrando a todo este desperdicio. Que a veces contemplamos a seres padeciendo condiciones infrahumanas y que, en medio de todo, tenemos que adecuarnos a la situación, volviéndonos impasibles e insensibles, solamente para no enloquecer.