Alto secreto: buscando una casa para mi personaje Mario en Lavapiés, primera parte

Por Guillermo García-Mauriño @guillemaurino
Mario, el personaje en cuestión, es un chico joven, desafortunado y que se ha quedado sin respaldo familiar por circunstancias que contaré en su debido momento. Se ve obligado entonces a vivir del otro lado de la sociedad, de la manera que viven los desfavorecidos. Mi personaje necesitaba una casa que fuera acorde con su situación marginal. La zona la tenía decidida: Lavapiés, solo quedaba encontrar el edificio adecuado. Me eché a la calle muy dispuesto a encontrarle a Mario su casa sin más tardar. Me subí al metro y me bajé en la parada de Puerta del Sol, de donde salí por la boca de la calle Preciados. Allí me di de bruces con un edificio que me era familiar.
En este edificio se encontraba la tienda de productos coloniales de Mateo de Murga, el padre del Marqués de Linares. La recordaréis todos los que hayáis leído La ciudad doliente. De allí me encaminé hacia la Puerta del Sol.

La sede de la Comunidad de Madrid que preside Sol, fue otrora el edificio de gobernación y la morada infame de la Dirección General de Seguridad del Estado durante la dictadura del General Franco. Entonces era imposible hacer manifestaciones delante del edificio. Sus muros fueron silenciosos testigos de los interrogatorios y torturas de muchos jóvenes idealistas de aquella época.
Mario escribirá sus poemas del Antirrealismo Poético en los muros grises de los edificios de la plaza y de sus alrededores. También sobre el cristal de la nueva entrada del metro, la que llaman la oruga por su aspecto, aunque a mí más bien me parece una ballena, como la que se tragó a Jonás.

Me encaminé por Montera hacia la Gran Vía, aun sabiendo que me alejaba de mi destino.  Allí encontré el pasaje del comercio, que comunica la Montera con la calle de las Tres Cruces. Este pasaje se llamó originariamente de Murga, en memoria, también, de don Mateo de Murga que financió su construcción. Florecían por entonces estas construcciones comerciales en las principales ciudades europeas, pero por el motivo que fuese no tuvieron el mismo éxito en Madrid. Hoy día, el pasaje se encuentra muy modificado y deteriorado; una pena. La influencia extranjera del lugar se puede apreciar en la ortografía del cartel "PASAGE DEL COMERCIO".

Al desembocar en la Gran Vía, el edificio de telefónica me recibe bajo el cielo azul de Madrid. El imponente edificio, primer rascacielos de la ciudad, fue construido para que "halagase al comprador de acciones de la compañía", y vaya si cumplió con su objetivo.

Muy cerca, justo en la esquina con Hortaleza, se erige el noble edifico del Círculo de la Unión Mercantil e Industrial, que recientemente ha abierto en su planta de calle un nuevo Casino de juego para la ciudad.

Tras contemplar largo rato la Gran Vía, me encaminé hacia la plaza de Canalejas donde todo es bonito. Allí es imposible no detenerse a mirar por la calle Sevilla hacia la de Alcalá.

El nombre de esta plaza honra a quien fue presidente del gobierno de España por el partido liberal, José Canalejas. Don José fue asesinado en 1912 por el anarquista, Manuel Pardiñas, en la Puerta del Sol de tres disparos de pistola. El asesino, al verse atrapado por la escolta del Presidente, se quitó de seguido la vida. Llama la atención la influencia que en aquella época tuvo el anarquismo en nuestra vida política, liquidando a tres presidentes en poco menos de 25 años. También es digno de estudio que en nuestro país hayan sido asesinados tantos presidentes del gobierno: Prim, Cánovas, Canalejas, Dato y Carrero Blanco. Los reyes han salido, sin embargo, mucho mejor parados.

Antes de abandonar la plaza, tengo tiempo para contemplar la casa de Allende -con su mirador de madera al estilo del cantábrico y ese aire de cuento para niños- y el edificio Meneses, que se le adosa con mucho estilo. Luego me salgo de la plaza por la carrera de San Jerónimo hasta su cruce con la calle de Echegaray, que tomo. Esta calle se conserva, casi en su totalidad, como fue.

A su media altura me encuentro con "La Venencia" una taberna antigua que solo sirve vino de Jerez, tierra de su fundador y motivo de su nombre. De todos los bares y locales del lugar, este es sin duda el de sabor más auténtico, pues en su interior todo se conserva como fue, aunque  más viejo y sucio.

El interior de la taberna es como una vieja fotografía del pasado. La caja registradora me parece digna de enseñarse en un museo, aunque algo esquiva, porque no me dejaron fotografiarla.

Al final de la calle Echegaray se me apareció un bonito edificio de ladrillo con formas geométricas en relieve, no siempre bien tratados por la ciudad en su conservación.