Alvaro pombo; "los enunciados protocolarios".

Por Malaventura
Tarde ordenando libros por orden alfabético, autores que envidiaste en aquellos días ociosos de amor juvenil, cuando nada tenía entonces importancia. Narraciones entretejidas en un corazón oscilatorio. Viento del norte, gritos de gaviotas y un jardín de mimosas junto a la playa. Ligera melancolía marítima. Terrazas vacías esperando el próximo verano. Nublado de amores inconclusos.

Embutido en una manta del viajero que aún no ha perdido la esperanza, piensa en el viaje, el itinerario, la ruta del camino. Quedan atrás fachadas de severos ladrillos rojos, calles adoquinadas; la verdad almacenada en depósitos edificados al final de los muelles; autopistas de alta montaña, apareciendo de la niebla gigantescos tráileres como remotas siluetas fantasmales; pueblos que pasan a pequeña velocidad, ventas con corrales rectangulares y abrevaderos; ondulados barbechos reverdecidos, áspera cebada, silos de trigo, sombrío encinar, tierra embarrada, llanuras de cereal, serranías; carreteras que cruzan paisajes de retama y estío reseco. Palomas que sobrevuelan campanarios semejantes a almas.

Una sola tarde sobra con el amado y mil días de ausencia. Amor carnal, amor sueño, amor debilitado eternamente. Una tarde de domingo envejecida por el recuerdo, con aroma a chimenea de leños de encina y piñas secas. Pasa la edad, fin de las proezas de una juventud secretamente custodiada, dos décadas más tarde queda el dolor de espalda. Melancolía con olor a hierbas tiernas como pensamientos. La soledad no pesa nada al filo del miedo tragicómico del brillo de la muerte. La humilde nostalgia, la necesidad de que se acuerden de nosotros, elevarnos presentes en la memoria. Resplandece el agua en las vasijas de barro frescas y recónditas.