Últimamente mis penas son de “maruja”. Ayer se nos estropeó la lavadora y no lo supimos hasta que la vecina del primero tocó al timbre porque estábamos regando su terraza. A achicar la terraza de la cocina y a lamentarse pensando que mientras no venga el técnico voy a tener que lavar algunas prendas a mano.
Cuando se me acumulan estos problemillas domésticos –el lavavajillas está pidiendo un cambio de goma urgente o la vecina volverá a subir y hay que llamar al persianista- me entra una especie de claustrofobia porque soy un ama de casa regular. De aprobado y ya. Si me quedara en paro iba a buscarme la vida para no pasar día tras día entre cuatro paredes, porque la casa me agobia mucho. Encima no encuentro placer en ninguna sus tareas, obligadas labores en las que hay gente que halla cierto disfrute, ya sea limpiar el polvo, planchar, tender… A mi me da todo una pereza mortal y además se trata de tareas ingratas y bastante efímeras, lo que se limpia poco dura en ese estado y así con todo. Y eso que tengo ayuda, pero aún así siempre hay algo por hacer.
Recuero que hace tres veranos, en la piscina de la urbanización, un grupo de mujeres hablaban de sus televisores. Ya he manifestado en alguna ocasión que no veo la televisión. Es más, mientras la que tenemos funcione no pienso cambiarla por una de esas que parecen mini pantallas de cine porque me da dolor gastar dinero en semejante aparato. Alguien me preguntó y yo dije que no la veía, que prefería leer. Supongo que alguna pensaría que soy una snob, pero es la verdad. Ni siquiera ver la tele me relaja como me han dicho algunas mujeres –amas de casa a tiempo completo o trabajadoras fuera- que les ocurre a ellas. Lo de recoger la cocina y plantarse en el sofá a ver la tele es un clásico pero mi me altera los nervios.
Si alguien tiene un truco para afrontar las tareas domésticas no digo como algo placentero pero no como una tediosa obligación que me lo dé. Porque seguro que lo hay, además de resignarse.