El sol del Cretácico había bronceado la piel de Sara que apenas cubría unos jirones de piel de iguanodon. Sentía esta piel sobre la suya y su tacto le recordaba el roce de los dinosaurios que la habían hecho suya. No pudo evitar estremecerse cuando recordó a Cresta Roja, el gran macho deinonychus que era el líder de la manada. Por ella había expulsado a las demás hembras de su nido y cada atardecer, al regresar de la caza tomaba a Sara y la obligaba a que se tendiera sobre sus manos y rodillas para montarla. El sexo de Sara empezó a humedecerse y y las gotas de su flujo hicieron que sus piernas se volvieran resbaladizas mientras caminaba. Temblaba de deseo al recordar al enorme pene de Cresta Roja dentro de sí, este estaba siempre lubricado y penetró a mayor profundidad que la que hubiera alcanzado el mayor pene humano.
Acongojante...