Amadas Hijas,
Voy a ser muy honesta.
A veces me descubro a mí misma pensando en cómo sería mi vida si no fuera mamá. Los planes que haría, la plata de sobra que tendría, las horas de sueño ganadas, el orden y el silencio cotidianos que se roba la maternidad.
Sé que no soy la única mamá que lo hace, y sé también que después de semejante pensamiento vienen toneladas de angustia y culpa que ahogan esta mente divagante para abrir espacio a ideas más correctas: ser mamá es difícil, pero vale la pena; no hay nada mejor en el mundo; cuando abrazas a tus hijos sabes que cualquier esfuerzo se recompensa.
Amadas hijas,
Estoy siendo honesta, así que no voy a diluir la culpa y la angustia con frases más cómodas.
Ustedes son seres maravillosos y lo que sea que me pase a mí no tiene que ver con ustedes. Tiene más que ver creo yo, con el modelo social y familiar que tenemos. Con la misma idea de maternidad.
La idea de Madre. La que sostiene, cuida, ama, está disponible, es cariñosa y amorosa, enseña, guía, orienta, corrige, acompaña, sana, alimenta, se entrega, es generosa, incondicional, escucha, intuye, se vincula, está presente. La que es responsable de sus hijos y si falta el padre, cumple también su rol. Quizá pueda tener ayuda. Solo ayuda. Pero a fin de cuentas tiene que hacerse cargo de sus propios hijos. Toda una sociedad se encargará de recordárselo. Porque los niños necesitan a su madre (y los adultos también)
A mi todo esto me parece un montón y muchas veces no doy a basto. No tengo suficiente energía, ni ganas. Me pregunto si es que acaso no tengo lo que se necesita para ser mamá. Tal vez soy egoísta, o poco femenina, o tenga algún desorden emocional que me bloquea este flujo natural. Me lo he preguntado varias veces cuando me siento exhausta y de todas maneras hay pijamas que poner, comida que servir, cuentos que leer, historias que oír y solo fantaseo con llegar a mi cama en silencio. O cuando estoy feliz en mi trabajo, o cuando salgo sola con papá de viaje. Yo soy de esas mamás que tienen ayuda, y eso sin duda facilita las cosas. Pero amadas hijas, la ayuda no quita culpas, ni aleja esas voces que todo el tiempo me dicen que debería pasar más tiempo con ustedes.
Amadas Hijas,
Quiero decirles hoy que mamá no es suficiente. Yo no soy suficiente. No hay ninguna posibilidad de que yo pueda darles todo lo que necesitan o de que esté suficientemente presente.
No fui suficiente cuando nacieron y no tuve la dilatación suficiente, ni la leche suficiente, ni la paciencia, ni la calma, ni la energía, ni la disponibilidad suficientes para satisfacer todas y cada una de sus necesidades.
Ni lo he sido cada vez que las grito, me impaciento, me desespero, escucho a medias y me distraigo.
No soy suficiente para darles entornos más sanos, sin tanta tv, sin tanta azúcar y comida chatarra, o para acompañar sus torbellinos emocionales en plena disponibilidad. Para cuidarles enfermedades y pesadillas, sacarles todos los papeles, llevarlas de vacaciones, y estar pendiente de cada cosa que pasa en mi ausencia.
No soy suficiente para ir a cada reunión del colegio, estar al día en los correos, llevarlas a cada piñata adecuadamente vestidas y con el regalo apropiado, ir al pediatra, tradicional y alternativo, cortarles el pelo y las uñas y estar al día en la talla de ropa que cambia cada mes.
No soy suficiente para hacer esto mientras trabajo para conseguir la plata que les de oportunidades, y me hago cargo de mí misma para no pasarles mis traumas y carencias.
Ni tampoco para hacerme la boba y pretender que puedo dejar de ver lo que veo diariamente con personas que no han tenido “suficiente mamá”.
No soy suficiente porque nadie lo es. Y pretender serlo me tiene a mi, y sé que a muchas otras mujeres, extenuada en todas los niveles posibles.
Pretender que una sola mujer sea la representación de Arquetipo de Madre completo, es insensato. La Madre no tendría porque ser la madre. Nacemos e inmediatamente experimentamos la separación y luego la idea de carencia. Idea que se reitera permanentemente en un paradigma que sigue insistiendo en que una relación humana puede tener semejante alcance.
Amadas Hijas,
Hoy no tengo ni idea de que significa ser madre, porque la idea que hay me asfixia demasiado. No creo en ella. No me parece justa, ni conmigo, ni con mi mamá, ni con ninguna mamá del mundo. Es más no me parece justa con ningún ser humano. Porque limitarnos a que un ser humano sea tan importante, esencial e irremplazable, es una carga para cualquiera.
No sé que piensan, pero la idea de que su plenitud dependa en gran parte de que yo haga bien mi trabajo no es muy alentador para ustedes. Ni tampoco que el resto de su vida se trate de sanar, reparar mis errores y obtener eso que yo no pude darles.
Además todas las mujeres somos diferentes, y queremos vidas diferentes. No tiene tanto sentido tampoco que solo las mujeres que puedan y quieran cumplir con todos esos requisitos sean mamás. Entre otras cosas porque quedar embarazado no es tan difícil. Así que muchos niños nacen de mamás que no lo han planeado o que no quieren tener el trabajo de mamás.
Qué complicado ¿no?
¿Si la manera de venir al mundo es a través de una mamá, no debería ser un poco más sencillo?
Eso me lo pregunto todo el tiempo, Eloísa y Matilde.
Amadas Hijas,
No entiendo nada esto de la maternidad, pero ustedes ya saben que no entiendo en general muchas cosas del mundo.
Es verdad que a veces no quiero ser mamá y que me imagino como sería mi vida sin ustedes. Sería otra sin duda. No creo que mejor, ni peor.
El caso es que acá estamos juntas en esto. Juntas con papá, y supongo que ya se imaginarán que tampoco entiendo mucho de la paternidad. También estamos con los abuelos y las abuelas, y los tíos y las tías, y Yaz, y las primas, y Lucy y Oli, y los amigos adultos, como ustedes les llaman. Estamos con sus profesores y guías Montessori, y con los porteros, y los médicos y terapeutas, y los vecinos. Con tantas personas que han estado, las que están y las que estarán.
Yo no soy suficiente y honestamente no creo que se suponga que lo sea. No tengo tan claro que es lo que si se supone que sea, ni tampoco sé quién lo sabe.
Cuando más puedo saberlo es cuando oímos el corazón. No es fácil poner palabras a lo que dice el corazón, pero me parece que lo que dice es que desde que llegaron a mi vida me ha sido más fácil oírlo. Quizá ese es el sentido de ser su mamá. Abrir el corazón. Sentirlo en el contacto con ustedes, y romper todos los escudos que tiene cada vez que me encuentro con un mundo que no me hace sentido.
Amadas Hijas,
Ese es un bonito cuento para imaginar. Su llegada no me deja escaparme. Me hace ir una y otra vez al corazón. Me hace darme cuenta de que no estoy sola, no solo por todas esas personas que las aman a ustedes, sino por eso que sentimos que a veces llamamos Dios. Su presencia me amplia, me rompe esquemas, me abre completamente al misterio y la magia de la vida. Me deja ver lo pretencioso que es decir que son mías. Me muestra contundentemente la ilusión del control y el absurdo de pretender entender con la mente la inmensidad.
No sé que es ser mamá, y a veces no me importa tanto. Cuando me rindo en la presencia pura, el nombre se desvanece y somos eso que no se puede nombrar.
Y eso, amadas hijas, es mucho más que suficiente.