Son las cinco y media de la madrugada. La oscuridad de la noche comienza a disiparse dando paso a la luz. Parte de la vida se despierta. Los sonidos de insectos y anfibios dan paso a miles de especies de aves. Gallinas domésticas se mezclan con las voces de los humanos mientras éstos se preparan para desayunar. Un arrendajo macho reclama su territorio con su característico grito electrónico. El gran árbol, donde se mecen decenas de nidos en forma de cestos alargados, es de él y sólo de él; las hembras que los construyen también.
Enormes loros reales atraviesan velozmente las copas de los árboles para adentrarse en la selva. Cientos de verdes cotorras, mucho más pequeñas, se dispersan rápidamente por el territorio con sus estridentes gritos. Un gavilán ataca a uno de estos grupos y se lleva entre las garras el cuerpo inerte de una desafortunada cotorra.
Protegidos todavía con los mosquiteros, que hacen de la cama un lugar seguro, oímos un ruido en la puerta como si de un ratón se tratase. Enseguida se incrementa acompañado de unos ligeros golpecitos seguidos de una voz muy suave, casi inaudible:
- ¿Johanna, estás todavía dormida?
- ¿Nos puedes enseñar cómo hacer las cajitas de papel?
Las pequeñas Luzbani y Yamile están deseosas de disfrutar un nuevo día con su nueva amiga.