Amanece que no es poco

Por Lamadretigre

Hay días que se convierten en una carrera de obstáculos antes de sacar un pie de la cama.

El padre tigre se encuentra en paradero desconocido haciendo uso de la testosterona que va acumulando entre tanta Barbie. Cuatro días en un refugio sin agua, luz, calefacción, inodoro, ducha, cobertura ni mujeres que no sean de la familia de las cornamentas. Ahórrense el chiste fácil. No estoy de humor. Que él se desfogue implica que yo me multiplique acercándome al tópico de mujer cavernaria: Él buscando sustento y yo sacándole brillo a la cueva.

Símiles antropológicos aparte, esta mañana he conseguido despegarme puntualmente de las sábanas para encontrarme a La Tercera de camino al baño. Momento justo en el que La Cuarta se ha puesto a berrear. Con una en cada cadera he despertado a las mayores de camino al infierno del desayuno. En la cocina toca exprimir naranjas, calentar leche y repartir magdalenas a diestro y siniestro. La Tercera se empeña en ayudarme poniendo el dedo entre la naranja y el cuchillo con un afilado de Teletienda. La Cuarta hace equilibrismos en la trona para desmayo de La Segunda mientras La Primera marea la perdiz como si todo este zafarrancho no fuera con ella.

Ya en la mesa comienza la lucha de la madre contra la pachorra infantil que no conoce límites. Sospecho que el oído de mis hijas es inmune a mi tono de amenaza caustica. Sólo cuando me pongo a borrar regalos de la carta a los reyes parece que empieza a haber algo de más de movimiento de deglución. En estas me voy en busca de un número par de braguitas, calcetines y camisetas.

Mientras las mayores se lavan los dientes y se olvidan de lavarse la cara y las manos, voy haciendo camas y poniendo ropa. Entre tanto La Tercera me aparece en culos con medio rollo de papel higiénico pegado a la caca que todavía lleva colgando. Dónde está La Cuarta no lo sabe nadie pero todo parece indicar que con su amada escobilla. Bajo con La Tercera a que se acabe la leche mientras les grito a las mayores que sé que no se han lavado la cara y que como no se vistan y recojan su cuarto en cinco minutos me voy sin ellas.

Mientras visto a La Tercera mando a La Primera a buscar el cepillo y a La Segunda a recopilar gomas de pelo. Según van pasando por el cepillo las voy mandando a ponerse las botas y los abrigos, le cambio el pañal a La Cuarta y le pongo su mono de esquiar. Toca encontrar guantes, gorros y bufandas para todas. Enfundadas como para tomar Siberia nos lanzamos a la calle. No me atrevo a coger el carrito doble porque está en la caseta que el padre tigre ha llenado con trampas para ratones. La Tercera tiene que andar. Veinte minutos. Por la nieve. A las siete y media de la mañana.

Por si fuera poco hay una obra de teatro en el colegio de La Primera y los padres están invitados a quedarse. Le pregunto si quiere que me quede. Me contesta con un me da igual que suena como cuando tus padres te decían haz lo que quieras. No puedo dejar a las medianas antes de las ocho pero la mayor tiene que llegar a menos diez. No hay problema.

La dejo a ella primero y como alma que lleva al diablo corro hasta la guardería con las otras. Desvisto a La Tercera, le pongo las zapatillas, me da un beso en los morros y me despido de La Segunda. Emulando a Carl Lewis me marco un sprint de vuelta al colegio para llegar justo cuando empieza el tinglado. Al aire libre. En la nieve. A las ocho de la mañana.

Se acaba la obra y todavía no he localizado a La Primera entre el millón de cabecitas. Me encaramo a la valla del patio y, cuando por fin diviso su gorro, me pongo a gritar como una enajenada. Me ve. Me sonríe. Y se va. Me vuelvo a casa con La Cuarta. Voy sin duchar. Y sin peinar. Son las ocho y media. Buenos días.


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