Vale, me ha tocado a mí esta vez, se veía venir, tampoco es que me coja desprevenido, a estas alturas... A estas alturas ahora, Dios. A estas alturas ya. ¿Cuánto tiempo hacía, de todas maneras, que no veía amanecer desde la terraza del salón? ¿Cuánto tiempo hace desde la última vez que me fuí andando al centro, a gandulear, a deshojar librerías o a envahecer escaparates con el mismo aliento cálido de un chaval en vísperas de reyes? Cuánto hace, loco, que no llevabas y recogías después a las niñas del colegio. Con lo que les gusta a ellas y con lo que lo has deseado tantas veces tú, no puedes negarlo... Esta casa es mi casa y éste que a las seis de la mañana la recorre y la observa como si nunca hubiera vivido en ella, soy yo. Yo, como un extraño en mi propia casa hoy. Quizás mañana se me lleguen a caer las paredes sobre la cabeza, no digo que no, pero hoy me parece más bella que nunca. Es todo blanca magia: desde este descorrer las cortinas con sigilo hasta este silencio y esta penumbra tan íntima que me arropan mientras todos duermen. Y allá abajo, por la avenida, el susurro en el alquitrán, todavía frío, de quienes vuelan al trabajo, ssssss, sssss. Al trabajo, a su trabajo, a mi trabajo. Pero silencio y calla, loco; calla y piensa cuánto tiempo hacía que no escuchabas amanecer desde la terraza,sssss... Hace un poco de niebla y mil pájaros que sacuden los árboles allá en la plazuela prometen un amanecer divino. Cuántos amaneceres divinos habrá habido iguales a éste, y qué pocos has sabido reconocer como hoy... No pienso afeitarme en un par de días. Desayunar en la vieja cafetería de la esquina puede ser una buena opción, oír rebufar la máquina del café acompañado de un cigarro y un periódico. Sin prisas. Hoy, al menos, sin prisas. Ver pasar la gente. Ver correr a quienes dicen tener la dicha de tener que correr toda su existencia. Hoy, más egoísta que nunca, recogeré un poco de lo que quizás ya el mundo, la vida, me debe, ¿por qué no? Hace un día precioso: mi hijas, mi casa, mi terraza, mi ciudad, mi cielo, hoy todo es para mí. Dispuesto al alcance de mis manos, de estos dedos gruesos e hinchados, como un escenario destellante y nuevo donde representar una nueva obra, nuevas sensaciones, nueva vida con los mismos personajes de siempre... Y mañana o pasado, loco, nos ponemos guapo y nos vamos a buscar trabajo de nuevo... Pero hoy no me afeito. Veo amanecer desde mi terraza y voy a regalarme, a deshoras, con el primer beso y la primera sonrisa de mis hijas, el primer despertar... en tantos años. Ya es tiempo, quizás. Quizás, a fin de cuentas, ya tocaba. (Para Javier G., con mucho afecto y mis mejores deseos, porque ni a tu fuerza, ni a tu optimismo ni a tus sentimientos podrá nadie jamás dejarlos parados)