¡Amanecer! ¡Atardecer! Dos extremos de belleza y gratuidad en los que la Vida se renueva, en la memoria de nuestra identidad, en la añoranza de la proyección. Como si Dios Padre, sacerdote universal, nos convidase a comulgar lo mejor de su creación para alabarle y encontrar su noticia en todas las cosas. Grandiosos espectáculos en el cotidiano silencio de mi Castilla, de horizontes ilimitados, sin fronteras, ancho y cercano, latiendo con amor.