Decía recientemente Javier Marías en Odiar El Gatopardoquela novela póstuma del príncipe Tomaso de Lampedusa era una de las obras imprescindibles del siglo XX, cuyo tema principal era la preparación y la aceptación de la muerte. Vuelta a leer produce aún mayor placer y asombro que cuando la leí hace treinta años. Cada descripción de personajes, de paisajes, las referencias históricas, las reflexiones del protagonista, van desgranando con tal efectividad y precisión lo que se quiere decir que se va asistiendo con admiración a la perfecta progresión de la historia del príncipe de Salina y su familia y a la descomposición final de un mundo en retirada. Hace poco también me sorprendió Los Virreyes, de De Federico, ambientada en Catania en la misma época -1860- pero escrita cincuenta años antes y creí ver muchos temas -incluso la famosa frase de hacer que todo cambie para que las cosas sigan igual- pero El Gatopardo, por su intensidad y precisión es insuperable. Efectivamente, el tema de la muerte, la fugacidad de la vida, la aceptación de la intrínseca finitud, la celebración y despedida de la misma son el tema de fondo que va punteando toda la novela y que en el fondo constituye su esencia, más allá de ser una magnífica reflexión sobre la política y la historia.