Cuadro de Dante Gabriel Rossetti
Hace poco leí una frase de Edith Stein que me ha parecido muy inspiradora:
“He aprendido a amar la vida desde que sé para qué vivo”
Parece algo muy sencillo de entender, pero es una de las cosas que más cuesta ver en la vida: saber para qué vive uno. Lo más frecuente es estar viendo qué quieren imponernos los demás sobre como tenemos que vivir, o la sociedad, o la publicidad, o la moda, etc., creyendo que así se desvelará nuestro objetivo.Es una pregunta clave esta de para qué vivir, que es lo mismo que encontrar el sentido de la propia vida, que si se descubre, aunque sea parcialmente, es más fácil amar la vida en general y la vida propia en particular.
A veces me pregunto qué pasaría si las personas despertaran súbitamente y se les ocurriera una razón por la que vivir conscientemente. Quizás se produjera una auténtica revolución, pues es más posible que al amar la vida, amáramos nuestro destino, creyésemos más en nosotros mismos y eligiésemos con más libertad lo que realmente queremos hacer. Pero el problema es como saber esto, darnos cuenta de qué queremos hacer. Para ello, en primer lugar hay que resolver la cuestión de quienes somos. Si no sé quién soy, es difícil que me de cuenta para qué vivir, o qué es lo que quiero, o ser consciente de qué aportar a otros.
Amar la vida implica darse cuenta de que el amor se vive desde el interior, un amor hacia otros, que implica darse cuenta de que somos más que entes aislados y de que hay más dimensiones que lo estrictamente material. Amar la vida, va unido a dejar de pensar tanto, de enjuiciar, de poner condiciones a como tenemos que vivir, de liberarnos de nuestros propios “programas de felicidad”, por los que creemos que ser feliz depende de algo exterior como tener un coche, una casa, una pareja, un buen sueldo, etc. Pero también implica amarnos lo suficiente, para no responder a las expectativas ajenas, a no dejarnos manipular, chantajear o desorientar, pensando que así somos mejores.
Amar la vida nos hace más felices, sabiendo que ser felices depende más de nuestra actitud, de un darse cuenta, de una capacidad de escuchar de verdad la realidad en cada momento, sin imponerle lo que debe ser, y además, es un mirar más allá de lo que me gustaría que fueran los demás, decidiendo como me gusta ser a mí, por saber mejor quién soy.
Quizás nos falta algo cuando no sabemos amar la vida o cuando le imponemos condiciones para amarla. Quizás hemos olvidado quienes somos, qué podemos dar y hemos dejado a un lado nuestro propio poder para hacer que este mundo sea un poco mejor, regalando paz, armonía, amor… Aunque solo sea un poco...
Para terminar os dejo con un poema de Rumi, muy sabio e inspirador:
Baila, como si nadie te estuviera mirando
Ama, como si nunca te hubieran herido,
Canta, como si nadie te hubiera oído,
Trabaja, como si no necesitases dinero,
Vive, como si el cielo estuviese en la tierra.