¿Amar u obedecer? Me he hecho esa pregunta muchas veces y aunque sé que es algo relativo, no puedo dejar de contemplar el cómo, en la mayoría de los casos, se inclina la balanza hacia la segunda opción: la obediencia.Siempre escucho comentarios como: “¿Y cómo hago para que me obedezcan?” “¿Cómo los controlo?” “¡Son terribles, no me hacen caso!” “¡Hay que enseñarles quién manda!”Y no estoy culpando a nadie. ¿Como culpar a quien no es más que una victima de la forma en que fue criado y/o educado? ¿No nos han enseñado y re-transmitido generación tras generación que un niño desobediente es un “niño malo”? ¿Que cuando los adultos hablan, los niños hacen caso y punto? ¿O que Santa Claus, los Reyes Magos y el Niño Jesús solo dan regalos a aquellos niños que han obedecido? ¿No nos premia la escuela por ser obedientes mientras nos castiga o sub-valora por desobedecer? ¿No nos han repetido una y otra vez que solo el castigo enseña?Pienso que es un poco difícil obviar y desprogramar tantos paradigmas aprendidos, transmitidos y heredados desde el Adulto-centrismo, especialmente cuando la Sociedad en que hemos crecido y vivimos parece depender de ellos (o eso nos hacen creer) para su subsistencia… pero he dicho que es difícil, no que es imposible.Creo que una de las primeras tareas que hemos de ponernos si decidimos criar y/o educar niños con amor, comprensión y respeto es desaprender lo que se nos ha enseñado y transmitido en el pasado. Sin dar este paso, será muy pero muy difícil llevar las cosas, especialmente en los momentos difíciles.Desaprender y reconectarnos con nuestros instintos y lo que nos dicte el corazón es clave no solo para poder criar con amor y respeto a nuestros hijos sino también para reaprender (valga la redundancia) a querernos y a respetarnos a nosotros mismos. Sin esto último, lo otro será mucho más complicado.Solo si dejamos de hacer caso a las voces internas que se instalaron en nuestra psique en la primera infancia y que nos repetían frases que nos limitaban, reprimían y programaban negativamente para que fuésemos “niños buenos” (o lo que es lo mismo: obedientes sumisos) seremos verdaderos adultos libres, seguros de sí mismos y absolutamente independientes de la opinión de los demás. Únicamente así seremos vistos por nuestros hijos como una verdadera autoridad y un ejemplo a seguir. Ellos sabrán que son guiados por alguien que no teme y que de verdad representa la madurez y seguridad que solo la verdadera libertad concede.Así sabrán que hay límites, normas y parámetros de respeto y convivencia. Pero lo sabrán desde el ejemplo. Y créanme, el ejemplo es muchísimo más convincente y permanente que la imposición o el autoritarismo. Por eso, antes de inclinarnos hacia la obediencia como meta de la educación que damos a nuestros niños, vale preguntarnos qué es lo que realmente deseamos dejarles como herencia: Si la vieja costumbre de obedecer porque así se hacen las cosas, existen reglas y punto; o la capacidad de discernir, razonar (con el corazón) y empatizar (ponerse en los zapatos del otro) con su entorno… siempre.Creo que solo la segunda opción es compatible con ese mundo de paz, cooperación y verdadera libertad para amarse y amar al prójimo que tan urgentemente necesitamos.