Ambulante 2011 inició el viernes pasado pero aquí no dimos cuenta de ello porque aún estábamos encarrerados revisando las últimas cintas del (¿fallido?: eso dicen en el twitter) FICCM 2011. En todo caso, la programación completa de Ambulante 2011 puede revisarla por aquí y hacer su planeación por las próximas dos semanas -mientras llega el FICUNAM 2011, el ciclo de la historia del cine documental en la Cineteca y, en mi caso, Guadalajara 2011: uff...
Una de las cartas fuertes de Ambulante 2011 -y no del cine mexicano sino del cine a secas- es El Cielo Abierto (México, 2011), tercer largometraje de Everardo González (La Canción del Pulque/2003, Los Ladrones Viejos/2007).
González ha decidido cambiar de aires y de temas para hacer el documental más académico de su aún escasa obra pero, también, el más decididamente político: la biografía fílmica del Arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, acaso el líder emblemático en Centroamérica de la Teología de la Liberación, asesinado un 24 de marzo de 1980 mientras celebraba la eucaristía. Y aunque el tema y el personaje se prestan para la inevitable hagiografía cinematográfica, la realidad es que González entrega la crónica de los tiempos de Monseñor Romero y no sólo una mera biografía de él.
Echando mano de innumerables voces -de sacerdotes, religiosas, campesinos, catequistas, guerrilleros y, al final, inclusive de soldados- y de valiosos testimonios visuales -noticieros televisivos y otros filmes, incluyendo Historias Prohibidas de Pulgarcito (Leduc, 1980)- , González va construyendo, paso a paso, la crónica visual no sólo de la vida pública de Monseñor Romero sino de toda una época: el fermento de la guerra civil salvadoreña, que iniciaría pocas semanas después del sacrificio del Arzobispo, asesinado por el certero disparo de un francotirador.
El filme inicia, de hecho, con la voz del propio Romero, asegurando que vivir dañando a los demás y haciendo el mal no es una vida aceptable. Ellos, los poderosos, "no viven de verdad: eso no es vida". Así pues, si se sigue de manera radical la palabra de Cristo -la discutida propuesta de la Teología de la Liberación-, ¿qué se puede temer? "¿Qué me puede hacer la muerte?". Romero, queda claro por los testimonios, es una suerte de alma gemela del recientemente fallecido Samuel Ruiz: nada de su preparación podía indicar que Monseñor Romero sería un líder del cristianismo radical. Un hombre honesto pero conservador -con ligas con el Opus Dei incluso-, Romero transitó por su propio camino de Damasco cuando vio cómo uno de sus sacerdotes, el Padre Rutilio Grande, era asesinado por militares. Romero, de hecho, había sido nombrado Obispo de San Salvador en febrero de 1977 y unos días después, en marzo, Grande era acribillado. En ese momento, Romero toma una decisión: ser el pastor de los que sufren y no de los opresores. Por vez primera, las 14 familias más ricas de El Salvador tuvieron un pastor que los confrontaba en lugar de confortarlos. El precio que tuvo que pagar Romero cada vez fue mayor: a los ataques sistemáticos de la prensa oficialista ("Belcebú Romero" lo llamaba La Opinión, "Óscar Marxnulfo Romero", lo titulaba un locutor de esos que nunca faltan allá o aquí),le siguió un atentado dinamitero a la YSAX -la estación de radio que transmitía sus misas de domingo- y, por supuesto, las amenazas a su integridad que terminaron en el asesinato mismo, un día después de su célebre llamado al ejército ("Les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!") con el que firmó su propia sentencia de muerte.
Como no faltarán los de siempre que acusen a González que hace "poco cine", habría que señalar, por no dejar, el extraordinario diseño sonoro de Matías Barberis (este es un documental que hay que ver y escuchar, incluso cuando la pantalla se va a negros, en el cierre del filme) y la edición de Juan Manuel Figueroa, que no sólo usa de forma pertinente todos los recursos que tiene a la mano -cabezas parlantes, noticieros televisivos, documentales de la época- sino que construye la gran secuencia emotiva/narrativa/moral de todo el filme: el momento en el que la correosa campesina de extracción popular Julia Vázques y la indómita catequista clasemediera María Emma Landaverde cuentan, de manera alternada, sus respectivas experiencias de tortura.
La tranquilidad estoica de una y la fiereza expansiva de otra son el perfecto contrapunto. Uno podría decir que con este tipo de personas/personajes, no hay más que saber colocar la cámara y editar el material que se tiene y ya, san-se-acabó. Pues sí: pero a eso se llama, precisamente, hacer cine. Y Everardo González ha demostrado, una vez más, que sabe hacerlo.
El Cielo Abierto se exhibe hoy martes en Cinepolis Universidad a las 22 horas.