Ríos de Hombres (México-Bolivia, 2011), segundo largometraje documental de Tim Dirdamal (multipremiada opera prima también documental De Nadie/2005 que, mea culpa, no he visto), inicia con una sincera/desvergonzada confesión de parte. El cineasta regiomontano ha llegado a Cochabamba, Bolivia, porque -él mismo lo confiesa en voz en off- le dijeron que acá hubo una guerra en la que ganó el pueblo bueno y él quiere formar parte de ese triunfo. Quiere apropiárselo, pues.La historia es más o menos conocida: en el año 2000, bajo los auspicios del gobierno de Hugo Banzer, se privatizó el suministro de agua en Cochabamba, una de las ciudades más grandes de Bolivia. Luego que la empresa Aguas del Tunari subiera las cuotas del agua desproporcionalmente y que, incluso, pretendieran cobrar una cuota por el agua recolectada de la lluvia, se desataron iracundas propuestas callejeras que terminaron con la muerte de un jovencito de 17 años. Después de que la crisis política y social se hizo inmanejable, el gobierno de Banzer se echó para atrás y el pueblo bueno ganó la batalla, faltaba más.Dirdamal, emocionado, empieza contando la historia a través de los testimonios de la madre del muchachito sacrificado, del general ya retirado que dirigió a las fuerzas del orden en ese momento, de especialistas del problema del agua, de activistas que participaron en las protestas y hasta del escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano que, por supuesto, subraya el sinsentido absurdo y neoliberal de que una compañía privatizara el agua de la lluvia. Apenas se puede creer. En ese momento, uno está listo para dejarse crecer la barba, tomar el morral que hace 20 años se dejó arrumbado en alguna esquina y salir a protestar contra el neoliberalismo, la privatización, los ricos, el mal gobierno y, entrados en gastos, en contra de la mucha calor (o el mucho frío) que está arreciando.Pero he aquí que, hacia la mitad del documental, la propia voz de Dirdama muestra cierto desencanto. "Quería creer en esta lucha", nos dice. Pero a estas alturas ya sabe que el problema es más complejo y que hay más de un mito por derrumbar y uno que otro gato encerrado que dejar salir. A través de más o menos las mismas cabezas parlantes, nos enteramos que eso del supuesto pago por el agua de lluvia nunca fue cierto, que el aumento de los precios del agua -hasta un 300%- fue para las clases acomodadas, que los niños de la calle que sirvieron como carne de cañón en las protestas siguen olvidados por la sociedad de Cochabamba y que muchos de los que salieron a protestar lo hacían obligados, pues sus líderes políticos les podían negar el agua para regar sus parcelas. Es decir, el asunto se vuelve más complicado porque, en efecto, el gobierno sí privatizó el agua y la malévola compañía transnacional sí subió demasiado el precio -aunque a las empresas y clases privilegiadas-, pero también es cierto que "la guerra del agua" se convirtió en un botín nacionalista de donde emergieron líderes sociales y políticos que, por otra parte, no han contribuido en gran medida para resolver el problema del agua. Más de una década después de esa (dizque) heroica guerra, Dirdamal subraya que las cosas siguen más o menos donde mismo: los pobres no tienen agua o la que tiene es poca, el conciente general Gil ya retirado se duele de no haber manejado mejor la situación -aunque todos los testimonios apuntan a que el militar salvó a Cochabamba de un baño de sangre- y un joven de 17 años, muerto en las protestas, es recordado por su devota madre y una lápida da cuenta de su valentía al caer valientemente en esa guerra. ¿"El agua es nuestra"? Dirdamal se pregunta sobre el sentido de ese grito de guerra. Por lo pronto, tendrá que ir a buscar a otro lado si quiere encontrar un sitio en el que pueda formar parte de un triunfo. Aquí, en Cochabamba, no se puede.
Ríos de Hombres se exhibe hoy martes en el Teatro Carlos Lazio a las 16 horas.