América, el encuentro de dos mundo: la visión del "otro"

Publicado el 11 marzo 2014 por Víctor Barrera Alarcón

Mapa "Orbis Terrarum" o de "T en O" donde podemos ver
esquemáticamente cómo estaban distribuídos los
continentes en la Edad Media

Siempre hemos estudiado que cuando Cortés y sus hombres pusieron un pie en tierra firme los habitantes del imperio azteca rápidamente creyeron de forma ciega que se trató de Quetzalcoatl a la cabeza de sus huestes divinas que, tal y como decía la leyenda, volvía de su largo exilio para gobernar de nuevo sobre sus antiguos dominios.
La imagen que se nos presenta del nativo en muchas ocasiones es la de un fervoroso creyente incapaz de diferenciar a un ser humano de un ser divino, no obstante, la visión que los europeos tenían del nuevo mundo y de sus habitantes era igual de fantástica, tratándose por lo tanto de una ignorancia mutua y recíproca de ambos mundos.
Vamos a intentar entrar en la mente de un hombre de castilla de finales del siglo XVI, una mente donde los prejuicios religiosos dictan la ética y la moral (o por lo menos eso se pretende) de cada uno de sus actos. Al encontrarse a finales del siglo XVI ya estamos hablando de un hombre del renacimiento, ese amplio movimiento cultural que buscó el distanciarse de las enseñanzas medievales para volver a la grandeza del pasado, volviendo la mirada a la Antigua Grecia y Roma. Si bien el renacimiento siempre ha sido visto como un grandísimo avance cultural, hemos de ver las dos caras de la moneda: se trató de un movimiento de "vuelta a los orígenes clásicos" casi de veneración por antigüedad, por lo tanto supuso una grandísima traba para las novedades que se saliesen de los cánones clásicos, es decir, las élites culturales renacentistas (y por ende la mayor parte de la población) presentaban una enorme desconfianza ante las nuevas informaciones que rebatiesen a los grandes sabios de la antigüedad.
Si bien ya hemos visto que el renacimiento supondría una traba importante que explicaría en parte el por qué del desconocimiento tan profundo que tenían los europeos de América a lo largo de los dos siglos siguientes al descubrimiento no se le puede culpar de todo. Otro factor muy influyente en este desconocimiento sería el propio interés de la corona española la cual, para evitar que el resto de potencias europeas se sintiesen atraídas por el Nuevo Mundo, cerraría las fronteras de las colonias y guardaría celosamente muchos de los escritos de sus hombres con información del nuevo continente (es más, a día de hoy siguen apareciendo escritos que fueron ocultos y archivados en su día). No es de extrañar que la corona española sólo permitiese a un puerto en toda España el mandar navíos hacia el Nuevo Mundo, no sólo para controlar quien entraba y quien salía, sino también para evitar el flujo de ideas y de información que pudiesen tentar a sus competidores.

Poporo Quimbaya


A este desconocimiento por el resultado del propio movimiento cultural de la época y el interés de la corona hemos de sumarle un tercer componente (bastante ligado al primero), y es la dificultad de "encajar" la imagen de América en el esquema mental europeo de la época (guiado por cánones clásicos y religiosos como ya hemos visto), es decir, como ninguno de los grandes sabios de la antigüedad había hablado en ningún momento del nuevo continente sencillamente no podía ser cierto. Por ello se tardaría tanto en asimilar América como una nueva realidad, al no poderse "encajar" de ninguna manera en esa mentalidad europea, la propia mentalidad se tuvo que "ensanchar" para ir permitiendo poco a poco la comprensión del Nuevo Mundo.

Balsa del Señor Muisca


Como reflejo de esta incomprensión y de este desconocimiento asistimos al nacimiento (o a la pervivencia) de grandes fábulas. No serán pocos los que recorran América en busca del Jardín del Edén (el propio Cristóbal Colón se referirá a él ubicándolo en algún punto del recorrido del Orinoco cuando escriba a los monarcas tras su tercer viaje) o de "El Dorado" (cuyo interés por él se despertó con la aparición de algunas interesantes piezas arqueológicas hechas en oro como la "Balsa del Señor Muisca", también conocida como la "Balsa Muisca de El Dorado" o algunas piezas de orfebrería Quimbaya).

Blemmia (Según Juan de
Mandeville)

Esquiápoda protegiéndose del sol
 (Según Pian de Carpini)

Pero no sólo el imaginario colectivo de la época abarcó lugares fantásticos, también se llegó a hablar de seres fabulosos que vivían en el Nuevo Mundo como por ejemplo gigantes o seres aún más fantásticos como lo serían los Blemmias, unos seres antropomorfos que no tendrían cabeza, su rostro estaría "incrustado" en su caja torácica o los Esquiápodas, también seres antropomorfos que para subsistir en esas zonas donde el clima es tan cálido y el sol golpea con tanta fuerza habrían desarrollado una peculiar característica adaptativa: poseerían un único pie gigantesco que, cuando no lo usaban para desplazarse, lo usaban a modo de sombrilla para protegerse del sol. Otras imágenes que se repetirían a lo largo de las décadas serían las de gigantescos banquetes antropofágicos en los que se exaltaría de una manera en muchos casos exagerada (en muchos casos se les asignó un rol antropófago a culturas en las que nunca se había practicado el canibalismo, véase el caso de Bernal del Castillo con los mayas del yucatán).

Blemmias (Según Raleigh)

"Festín Caníbal en Brasil" (Según Mattaus Merian)



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