América Latina en 2017: el viraje continúa

Publicado el 20 febrero 2017 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

América Latina se encuentra ahora mismo en los albores de un nuevo ciclo político, caracterizado por la ausencia —o el poco peso— de los Gobiernos de izquierda que predominaron durante la década pasada. El llamado socialismo del siglo XXI es hoy más frágil que nunca y los Gobiernos de derecha, más o menos conservadores, se abren paso en la disputa por la hegemonía regional. El año que acaba de comenzar podría ser clave en la culminación del giro hacia la derecha en América Latina.

“Sí, nos vamos a correr desde la izquierda hacia el otro lado. El punto es dónde vamos a terminar. Y de eso no tenemos idea”

Marta Lagos, directora del Latinobarómetro, para BBC

Un mal año para la izquierda

Son momentos duros para la izquierda latinoamericana. A los no tan recientes fallecimientos de líderes que ostentaron el poder durante la década pasada —Néstor Kirchner en Argentina, Hugo Chávez en Venezuela— se suma el fallecimiento hace pocos meses del líder cubano Fidel Castro, quien, si bien no era la cabeza del Gobierno en la isla, constituía una figura de enorme peso político y simbólico para la izquierda regional.

Por otro lado, las elecciones que han tenido lugar en el último año y medio —salvo en Brasil— han dado como resultado la llegada al poder de varios Gobiernos de corte neoliberal: es el caso de Mauricio Macri en Argentina y de Pedro Pablo Kuczinsky en Perú. Del último se espera que siga una línea más o menos continuista con respecto al Gobierno anterior; su mandato estará determinado por su habilidad para formar alianzas con los antifujimoristas y tender puentes con los propios fujimoristas en temas importantes, ya que estos obtuvieron la mayoría absoluta en el Congreso y tienen, por tanto, una enorme capacidad para aprobar y rechazar leyes sin precisar del apoyo del presidente.

Para ampliar: “Por qué el fujimorismo será decisivo en Perú durante el nuevo gobierno de Pedro Pablo Kuczynski”, Pierina Pighi Bel en BBC, 2016

En Argentina, en cambio, la elección de Macri ha supuesto una mayor ruptura con las líneas políticas anteriores. Ha implicado una notable apertura económica que lleva aparejados un aumento de la inversión extranjera y un mejor posicionamiento exterior en un mundo que se rige por las reglas del juego del libre mercado. No obstante, Macri enfrenta grandes dificultades en lo que respecta a la reducción de una deuda que ha ido en aumento desde que llegó al poder, sin que ello se traduzca en un empeoramiento de las condiciones de vida de los argentinos. De hecho, la subida de precios de productos y servicios básicos ha desatado protestas a lo largo del país, y si no logra encontrar el equilibrio durante el resto del mandato la balanza podría volver a inclinarse a favor de la izquierda argentina. Por otro lado, así como la vinculación de Macri con el caso Odebrecht le pasará factura al oficialismo, las acusaciones de corrupción que enfrenta Cristina Fernández de Kirchner también lo harán al kirchnerismo.

Desde que Mauricio Macri asumió la presidencia, se suceden las protestas contra sus políticas bajo lemas como “Yo marcho por la educación”, “Yo marcho por la estabilidad laboral”, “Yo marcho por la industria nacional” o “Yo marcho contra los despidos”. Fuente: Emol.cl

Por otro lado, el juicio político y posterior destitución de Dilma Roussef en Brasil han hecho que fuera un cargo del conservador PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño), Michel Temer, quien asumiera la presidencia de la potencia regional. No obstante, Temer es una figura controvertida, ya que hay testimonios que lo vinculan a él y a parte de su gabinete a varios escándalos de corrupción -entre ellos el caso Odebrecht-. Las protestas se suceden y expanden por todo el país pidiendo su dimisión; lo que es seguro es que el dirigente está ya descartado como candidato a las elecciones de 2018. Con todo, las municipales del pasado octubre arrojaron una clara derrota del partido de Rousseff y Da Silva —Partido de los Trabajadores— en favor del también conservador PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña).

Pero el motivo que nos mantendrá pendientes de la deriva brasileira no se reduce a un mero cambio de signo político del Gobierno, sino a un problema de corrupción endémica y fracasos estructurales que han frenado lo que fue un prometedor futuro de la potencia BRIC al primer plano de la economía y el prestigio internacional. En palabras de la reportera brasileña Carol Pires:

“La corrupción convirtió a un país que no tenía cultura de protesta en otro que vive en una constante convulsión social. Nuestra economía pasó de potencia en ascenso a una recesión sin precedentes. Cuando la crisis política desembocó en el juicio político de Rousseff, todos volvieron la vista al Congreso, donde los acusadores también eran acusados”.

“Brasil, del silencio a la cólera

Para ampliar: “En Brasil ya comenzó el fin del mundo”, Vanessa Barbara en The New York Times, 2017

Mujeres gritan eslóganes durante una protesta contra el presidente Temer y en apoyo a la expresidenta Roussef en la Avenida Paulista en São Paulo. Fuente: Global Research

Respecto a las convocatorias electorales programadas para este año —presidenciales en Ecuador, Chile y Honduras, legislativas en Argentina y de gobernador en México—, lo cierto es que, en general, la izquierda tiene pocas expectativas a su favor. Este no es tanto el caso de Ecuador, cuyos resultados de la primera vuelta electoral siguen dando a Alianza PAÍS como favorita. Sin embargo, este podría ser uno de esos casos en que un cambio de liderazgo acaba con el capital político acumulado en los últimos años gracias a la figura del líder, riesgo muy propio de los regímenes personalistas.

En Chile es el expresidente Sebastián Piñera quien está al frente de las encuestas para la primera vuelta de noviembre. Piñera figura con varios puntos de ventaja ante el también exmandatario Ricardo Lagos, de la misma coalición de centroizquierda que la actual presidenta, Michelle Bachelet. Sin embargo, sondeos recientes sugieren que Piñera podría ser derrotado en una segunda vuelta por Alejandro Guillier, un senador independiente próximo al socialdemócrata Partido Radical.

En Honduras aparece como favorito para las elecciones de noviembre el actual presidente, Juan Orlando Hernández, quien aspira a la reelección por el conservador Partido Nacional. Este hecho está movilizando a la oposición, que considera esta candidatura ilegal y recuerda cuando el expresidente Manuel Zelaya buscó su propia reelección en 2009 y fue depuesto en un golpe de Estado que enfureció a la izquierda regional.

Para ampliar: “Honduras en su crisis: a siete años del golpe de Estado militar”, Manuel Zelaya en El Orden Mundial, 2016

No es casualidad que estos políticos alejados de la izquierda aparezcan hoy como favoritos de cara a las próximas elecciones, por varias razones. En primer lugar, porque el fin del bum de precios de materias primas coincidió con una serie de Gobiernos de izquierda a los que causó serios problemas. Factores como una mayor demanda de mano dura contra la delincuencia o el avance regional de la fe evangélica —con posturas conservadoras en temas sociales como el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo— influyen también en el voto. A ello se suman las acusaciones de corrupción de figuras de la izquierda como la ya mencionada Cristina Fernández o el exmandatario brasileño Lula da Silva, quien, por cierto, puede ser candidato presidencial en 2018.

Más allá del color de los Gobiernos latinoamericanos, todo apunta a que no será un año de grandes cambios políticos, sino más bien de preparación para los comicios que vienen: Colombia, Brasil, Venezuela y México celebrarán elecciones en 2018 decisivas a nivel regional y que marcarán la agenda de los Gobiernos actuales. El cierre del proceso de paz en Colombia, la gestión de la crisis —política, económica y social— en México o la celebración —o no— del revocatorio en Venezuela serán factores determinantes de la actualidad política en la América Latina de 2017.

Latinoamérica, la mayor afectada por la llegada de Trump

Fuente: Forbes

Uno de los factores que más influirán en el devenir de la región durante este año será la llegada de Donald Trump al Despacho Oval, si bien es cierto que unos países serán más afectados que otros.  De hecho, este acontecimiento supondrá el mayor examen de la relación entre América Latina y Estados Unidos de los últimos tiempos. La política de Trump hacia la región diferirá de la de su predecesor en el sentido de que a este le trae sin cuidado mostrar la cortesía y buena cara que sí se preocupó de mantener Obama mientras su cabeza estaba puesta en otras partes del mundo —a saber, Oriente Próximo y Asia-Pacífico—. Pero el verdadero problema estriba en la involución proteccionista, que ya se anticipaba desde la campaña por las presidenciales si el resultado de las mismas daba por vencedor al magnate neoyorkino.

No son ningún secreto las intenciones de Trump de revisar los tratados de libre comercio y apostar por el bilateralismo frente al multilareralismo en materia comercial. De hecho, al presidente de la mayor economía del mundo le han faltado días para presentar la retirada del país del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), uno de los mayores hitos comerciales de la Administración Obama, y no menos tardía ha sido la concertación de una cita con el presidente mexicano Enrique Peña Nieto para revisar las cláusulas del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAM) con la intención de cumplir con el mantra de su campaña: poner a Estados Unidos primero —“America first”—. En ambas decisiones hay un común y principal afectado: México. Y esto es así porque la economía mexicana es enormemente dependiente de las exportaciones —la mayor parte de las cuales se dirigen a su vecino del norte, facilitadas en su trayecto por el TLCAM— y el TPP suponía una oportunidad única para abrirse a nuevos mercados al otro lado del océano Pacífico.

Por otro lado, la de construir un muro pagado por México para contener la inmigración fue una de las promesas más simbólicas y polémicas de la campaña de Trump, si bien es cierto que, por la sensación que da desde fuera, al magnate le importan menos los números que la foto. Esto quiere decir que la iniciativa no se dirige tanto a incrementar el número de deportaciones con respecto a las llevadas a cabo por el presidente saliente —cerca de tres millones en ocho años— o a aumentar la seguridad del que ya es uno de los muros más segurizados del mundo, sino a contentar a un electorado preocupado por el impacto —real o imaginado— de la inmigración sobre sus vidas y sus economías. Más simbólica que práctica, la medida tendrá, sin embargo, un impacto considerable tanto en las relaciones de EE. UU. con su(s) vecino(s) del sur como en la vida de aquellos que seguirán tratando de cruzar la frontera pese al incremento de las dificultades y los riesgos que esto conlleve. Como dijo en su momento el expresidente costarricense Óscar Arias, “la pobreza no necesita pasaporte”.

Para ampliar: “La odisea americana”, Pablo Moral en El Orden Mundial, 2017

Fuente: Huffington Post

Ello no obstante, la promesa del muro no está incluida en el paquete de medidas programadas para los cien primeros días del mandato de Trump —como sí lo están la revisión de los tratados comerciales— y todavía están por ver los resultados de las negociaciones con Peña Nieto, que no acaban sino de arrancar. Por el momento, la incertidumbre respecto a la revisión del acuerdo obliga a la potencia mexicana a optar por compradores alternativos —en lo que el TPP jugaba un papel clave—, así como a apostar por el bilateralismo, esto es, a buscar acuerdos comerciales con economías —modelos productivos— que se complementen bien con la suya, lo cual no será una tarea nada desdeñable.

La retirada estadounidense del TPP, determinante como es para la vida del propio proyecto, afectará menos a las otras dos economías latinoamericanas incluidas en el acuerdo, Chile y Perú, dado que ambos países tienen ya acuerdos bilaterales con el grueso de países del TPP y lo que implicaba este era más bien la profundización de sus relaciones comerciales. Hay, sin embargo, quienes salen beneficiados de manera colateral de la retirada de EE. UU. del TPP: los países de Mercosur, liderados por Brasil y Argentina, han ganado tiempo para firmar nuevos tratados y evitar así quedarse al margen de la nueva arquitectura del comercio internacional. Este es el caso también de la Alianza del Pacífico, el tratado comercial que asocia a Colombia, México, Chile y Perú, cuyas perspectivas de profundización y ampliación a otros países de la región y del Pacífico se han visto de repente incrementadas. ¿Será esta la alternativa comercial por la que apostará México?

Para ampliar: “La Alianza del Pacífico amplía el horizonte en América Latina”, Sonia Corona en El País, 2016

©Alex Webb

Más allá de las relaciones comerciales, hay dos países latinoamericanos cuya relación con el vecino del norte será interesante observar a lo largo de este año: Venezuela y Cuba. Lo que está claro es que Nicolás Maduro no figura entre aquellos que echarán de menos a Obama. El presidente de la República Bolivariana ya ha dado algunas pistas sobre en qué sentido puede cambiar su relación con el nuevo presidente de la Casa Blanca; como declaró hace escasas semanas, “peor que Obama no será”, por lo que su relación con EE. UU. solo puede mejorar. Que esta afirmación sea verdad o no es aún hoy una incógnita.

Respecto a la relación entre Cuba y EE. UU., Trump no se ha mostrado especialmente contrario a la política de deshielo iniciada por Obama en relación a la isla. Se entiende que, como gran hombre de negocios, Trump ve en Cuba un gran nicho comercial. Sin embargo, el presidente electo se encuentra ciertamente maniatado por un sector importante de su base electoral: el voto cubano de Florida, por lo que sus decisiones respecto a la isla buscarán ante todo mantener esa base de seguidores.

Para ampliar: “Lo que nos dejó Fidel: de la Cuba de la revolución a la era Obama“, podcast de El Orden Mundial en el Siglo XXI

Ante esta disparidad de intereses de los países latinoamericanos frente a Estados Unidos, cabe preguntarse si la actitud intolerante e irrespetuosa del nuevo inquilino de la Casa Blanca podrá, como dijo en su momento Correa, implicar una suerte de unidad en la respuesta de América Latina. Este interrogante se antoja hoy difícil de anticipar.

El efecto péndulo de la política

En nuestro análisis sobre América Latina en 2016 comentábamos que asistíamos a una pérdida de peso político y económico de la región en el mundo frente al creciente protagonismo de Asia-Pacífico o de África, una tendencia que este año irá en aumento dadas las previsiones de un “tenue” crecimiento económico para la región. Además de no ponerle soluciones estructurales a los problemas propios del subcontinente —desigualdad, corrupción, pobreza, violencia, dependencia económica, inestabilidad política, etc.—, seguirá habiendo enormes dificultades para establecer una senda de crecimiento sostenido que genere riqueza y su redistribución justa.

Para ampliar: “Actualización de proyecciones de crecimiento de América Latina y el Caribe en 2016 y 2017”, CEPAL, 2016

En el ámbito intrarregional, más que adherirse a una ideología específica, los latinoamericanos están buscando soluciones prácticas a sus problemas. Esta lectura obligaría a los Gobiernos promercado —en el poder o que podrían llegar a estarlo— a combinar hábilmente sus políticas económicas con programas sociales, muchos de los cuales fueron exitosos en la década pasada. El éxito en esta labor confirmaría el corrimiento de la región hacia la derecha y sería un factor decisivo de cara a las elecciones programadas para 2018.

En el previsible caso de que los problemas sociales no se resuelvan —por incapacidad, ineficacia o irreverencia de estos Gobiernos—, las tensiones sociales podrían aumentar y provocar que el viento político vuelva a cambiar de dirección, lo que favorecería la alternancia en el poder e incluiría el triunfo de candidaturas alternativas y populistas de distinto tipo. En cualquier caso, es difícil que el debate tradicional entre la derecha y la izquierda latinoamericanas vuelva a surgir tal y como se planteaba hace 20 años.