Porque esta nueva pesadilla, no exenta del glamour y buen gusto que caracterizan a las producciones de Murphy, comienza en Jupiter, Florida, en pleno 1952, con el atroz secreto que sale a la luz en una granja del pueblo: una conocida vecina del lugar ocultaba a sus dos hijas siamesas de la luz pública, un hecho que atraerá la atención de la anfitriona de esa enorme familia que supone el circo de monstruos. Familia en lo bueno y en lo malo. En el asesinato y el asilo. Y hasta ahí merece la pena contar, ya que en este primer episodio de “American Horror Story: Freak Show” ocurren tantas cosas, hay tantas presentaciones de personajes y situaciones, que darían para un especial completo. Quizá demasiadas, pero serán bien recibidas si en los próximos episodios el desarrollo de todas estas tramas llega a buen puerto. Por lo pronto, han comenzado bien, con numerosos aciertos, como el toque creepy que le da el payaso asesino al conjunto, la presentación del mundo de la sensacional Sarah Paulson desde dos puntos de vista contrapuestos, o ese momento cabaret cuyo tufillo a “Glee” no desentona en el conjunto.
Ya algún miembro del reparto ha reconocido que hay algún que otro homenaje también al cine de Baz Luhrmann, y ésta es la parte que más debería preocuparnos. Ya bastante toque kitsch y sibarita tuvimos en la olvidable tercera temporada -que también comenzó de manera convincente para apagarse rápidamente-, una moda que podría volver a imponerse. Al menos, no se prevé que vaya a ser una temporada tan glamurosa y sacada de un catálogo de Vanity Fair como aquélla, y hay material más que suficiente para que esta serie remonte el vuelo de nuevo y recupere su esencia, ésa que no se intuye desde el final de la prodigiosa “Asylum”. Sería paradójico que el riesgo creativo que asumió Browning sea lo que acabe salvando a esta serie. Aunque muy freak hay que ser para que, a estas alturas, se asuma algún tipo de riesgo en una serie que, a mi juicio, ya ha quemado todos los cartuchos posibles para resultar innovadora. Compartir