A ritmo de la música de New Order y su espléndida canción True Faith, arranca esta secuela de una novela que le valió a su autor, la fama a nivel mundial, y que le instaló en el Olimpo de los elegidos. Esta introspección en el ser humano, y en concreto , en la sociedad americana, ya la realizó con su primera y espléndida Menos que cero (Less than zero), donde en esta ocasión, fija su lente en la descomposición del mundo universitario norteamericano, en el que los jóvenes que en teoría serán el futuro más próximo de Norteamérica, crecen abandonados por sus padres para recalar una y otra vez en el mundo del alcohol y las drogas sin remordimientos de ninguna clase, ausentes ante todo aquello que les rodea, excepto de todo lo que entorpezca su propio hedonismo. Ese reflejo roto de la beautiful life americana que sólo se mira su ombligo, queda perfectamente retratada en ambos casos, y el gran narrador que es Bret Easton Ellis, lo refleja perfectamente en un discurso ameno e intenso que no te deja indiferente y que te engancha desde el principio al final.
Al igual que en la novela, uno de los puntos fuertes de la película es su exquisita banda sonora, que además de dar una silueta sonora a las imágenes, adquiere su propio y relevante protagonismo cuando Patrick Bateman se recrea una y otra vez en la enumeración de las sensaciones que le producen las canciones y los artistas que pone en su equipo de música, justo antes de cometer un nuevo asesinato, dotando de este modo a cada canción, de un simbolismo que va más allá de la propia banda sonora, para trasladarla al mundo de los sentimientos, y que le valen de perfecta compañía a la vida asintomática de los sentimientos del protagonista, y donde Wall Street de nuevo sale muy mal parado, en un retrato que más tarde se extenderá al ámbito financiero en las secuelas de Oliver Stone, entre otros.
Del mismo modo que cada época tiene su propio epílogo, en las imágenes de esta película, asistimos al final de una época que da paso a otra (la década de los noventa) que a su vez, acabará transformada por el inicio de una nueva (el inicio del siglo veintiuno) teñida con los grandes nubarrones bajo los que ahora nos encontramos sumidos, como reflejo de la maldición interminable en la que se mueve el ser humano actual, víctima de su propia codicia.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel