El 14 de marzo de 1980, hace ahora 41 años, fallecía en Shaktoolik, Alaska, Félix Rodríguez de la Fuente. Tenía 52 años y era licenciado en medicina y hombre polifacético cuyas enseñanzas han perdurado a través del tiempo. Un viaje a Poza de la Sal antes de la pandemia me ayudó a imaginar la niñez de un hombre asomado a aquel balcón de la Bureba y comprender que no es necesario vivir cien años para dejar un mensaje que se rifará el mundo, incluidas las controversias y los detractores, que en todas partes proliferan, tal vez para que su mensaje no se pierda en las enredaderas.
Con “El hombre y la Tierra”, este gran comunicador nos lleva a la concienciación ecológica. “Me ha bastado pensar que la naturaleza pertenece a los niños para reanudar mi batalla encaminada a la conservación de la fauna”. Ese fue su empeño y, en buena medida, ese fue su logro. Felix vivió como soñaba, agradeciendo a sus niñeras que le contaran para dormir una historia de lobos, arrullado por la seguridad de una casa en el páramo y el embeleso de un entorno al que estuvo tan unido, como él mismo definió, “una comunidad humana en convivencia armónica con los paisajes que configuraron su universo zoomórfico.
ilustración de Suso Cubeiro
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