La fiesta de Thomas More me lleva a pensar hoy en mis amigos, aquellas personas con las que uno tiene tantas afinidades (o no), gustos compartidos (u opuestos) o, simplemente, una larga sucesión de vivencias compartidas.Decía Borges que había que tener mucho cuidado al elegir a los enemigos, pues siempre uno acaba pareciéndose a ellos. A mis amigos los elegí yo, o ellos a mí; o Dios sabrá. Tengo amigos en mi ámbito de trabajo, por supuesto, pero hoy (y en sucesivas entradas) quiero referirme a mis otras amistades, aquéllas a las que quizás no veo todos los días, o rara vez veo una vez al mes -o incluso una vez cada tres o cuatro años-. No daré sus verdaderos nombres, sino seudónimos. Angus vive y trabaja en Murcia; hace 21 años que nos conocemos. Coincidimos en una excursión por la Sierra de Cazorla, y después pasamos dos años juntos en el mismo Colegio Mayor. Era un personaje rompedor, que a mí me dejaba siempre fuera de juego con sus desvaríos: subir a la Facultad de Filosofía y Letras en una destartalada vespa, haciendo sonar el claxon hasta hacerlo reventar; estrellar un disco de vinilo contra un muro, mientras yo corría tras él para intentar evitarlo; o subirse a una valla publicitaria, para arrancar un cartel de película por el que mostré interés.Angus tuvo un accidente de motocicleta que a punto estuvo de costarle la vida; no, no fue culpa suya. Algunos días después, casi por casualidad, me enteré. Cogí el coche y fui a verlo: estaba tendido en una cama, rígido, con un collarín. Giró los ojos hacia la puerta y comenzó a sollozar. Hoy en día, gracias a un milagro del cielo, Angus lleva una vida cuasi-normal; y lo digo porque la "normalidad" nunca fue con él. Está casado con una mujer estupenda y es coordinador de un programa de ocio y tiempo libre para la juventud en el Ayuntamiento de Murcia. Su esposa y él son padrinos de una de mis hijas. Siempre que vienen a vernos, traen regalos para todos mis niños -y también para mí-. Eso sí, no tiene ni idea de literatura medieval inglesa. Siempre que le digo sobre qué estoy escribiendo, me espeta "¿A quién le interesa eso, chacho?".
La fiesta de Thomas More me lleva a pensar hoy en mis amigos, aquellas personas con las que uno tiene tantas afinidades (o no), gustos compartidos (u opuestos) o, simplemente, una larga sucesión de vivencias compartidas.Decía Borges que había que tener mucho cuidado al elegir a los enemigos, pues siempre uno acaba pareciéndose a ellos. A mis amigos los elegí yo, o ellos a mí; o Dios sabrá. Tengo amigos en mi ámbito de trabajo, por supuesto, pero hoy (y en sucesivas entradas) quiero referirme a mis otras amistades, aquéllas a las que quizás no veo todos los días, o rara vez veo una vez al mes -o incluso una vez cada tres o cuatro años-. No daré sus verdaderos nombres, sino seudónimos. Angus vive y trabaja en Murcia; hace 21 años que nos conocemos. Coincidimos en una excursión por la Sierra de Cazorla, y después pasamos dos años juntos en el mismo Colegio Mayor. Era un personaje rompedor, que a mí me dejaba siempre fuera de juego con sus desvaríos: subir a la Facultad de Filosofía y Letras en una destartalada vespa, haciendo sonar el claxon hasta hacerlo reventar; estrellar un disco de vinilo contra un muro, mientras yo corría tras él para intentar evitarlo; o subirse a una valla publicitaria, para arrancar un cartel de película por el que mostré interés.Angus tuvo un accidente de motocicleta que a punto estuvo de costarle la vida; no, no fue culpa suya. Algunos días después, casi por casualidad, me enteré. Cogí el coche y fui a verlo: estaba tendido en una cama, rígido, con un collarín. Giró los ojos hacia la puerta y comenzó a sollozar. Hoy en día, gracias a un milagro del cielo, Angus lleva una vida cuasi-normal; y lo digo porque la "normalidad" nunca fue con él. Está casado con una mujer estupenda y es coordinador de un programa de ocio y tiempo libre para la juventud en el Ayuntamiento de Murcia. Su esposa y él son padrinos de una de mis hijas. Siempre que vienen a vernos, traen regalos para todos mis niños -y también para mí-. Eso sí, no tiene ni idea de literatura medieval inglesa. Siempre que le digo sobre qué estoy escribiendo, me espeta "¿A quién le interesa eso, chacho?".