Llueve en los bosques cántabros con la madurez del otoño. Brillan las hojas caídas de robles y hayas como onzas de oro esparcidas por una tierra bendecida.
Ando por embarrados caminos con los ojos puestos en el suelo, bien abiertos. Una salamandra, animalillo de leyenda, aprovecha la lluvia para mojar su hermosa piel amarilla y negra refugiándose entre las piedras de un muro. Las piedras visten de verde infinito. Un universo de agua me envuelve entre fragancias de humedad. Me huele a musgo y a hojarasca, me huele a infancia.
Comemos en casa de una amiga, cercana al bosque, entre muros con historia y en la cocina al calor de la leña. Amistad con mayúsculas. Antídoto infalible para ser feliz.