Se ha escrito y hablado tanto de esta obra que supongo que no tengo nada nuevo que decir sobre ella. Acabo de verla y diré, sin embargo, que estoy, aparte de muy tocado, admirado de la dignidad de sus personajes. La vejez nos conduce, como también la vida misma (aunque no lo haga tan a las claras), hacia la segura muerte. Y si se ha vivido plena y dignamente, sería deseable morir de la misma forma.
Pero Haneke sí quiere que nos fijemos en la soledad y en la compañía del otro dentro de un espacio que acaba convirtiéndose en el único. Un espacio que podría ser el nuestro y unas rutinas en las que todos nos reconocemos. Tal vez ésa sea la clave de nuestra perturbadora identificación con quienes están en la pantalla. Anne y Georges nos conmueven porque asistimos a su desnudez y a su perdurable compromiso.
Aunque aún sigo con el espíritu golpeado, estoy seguro de que esta película me ha enseñado algo más sobre el AMOR. Así, con mayúsculas.