El fin de semana llegaba y sucedía lo extraño. Mi amor por Independiente se trasladaba a un segundo plano y mis ojos se paseaban por Parque Patricios. Un “loco” de bigotes y convicciones bien marcadas, lograba lo que hasta ese momento creía imposible en mis 17 años de vida: aprender a sentir el fútbol como un espectáculo.
Que se caía en la mitad del campeonato, que no había hecho una pretemporada exigente, que era un fútbol antiguo y tantos agravios que desaparecieron con el correr de los partidos, demostrando que a este deporte se juega bien o mal; y ese Huracán lo hacía bien.
Que el público se deleite era su intención, el respeto por la pelota su bandera, el toque su religión, si se puede de primera. Siempre tendré en mi memoria aquel torneo donde me enamoré de un estilo, una ideología, una forma de vida, porque se vive como se juega y de eso no tengo ninguna duda.
El baile a Racing en Avellaneda, la lección a Lanús en el Ducó, la goleada a Argentinos, la tarde consagratoria de Pastore contra River, la hazaña en Rosario ante Central, los nervios superados en el clásico contra San Lorenzo, el delirio ante Arsenal y el “nos robaron la ilusión” que tanto anhelaban no solo los Quemeros, sino todos los hinchas del buen fútbol. Porque recuerde, ese era el equipo del pueblo, el que representaba nuestra identidad, en el que todos soñamos con jugar algún día.
Ángel querido, llegás a River, un gigante dormido que perdió su estilo hace rato. Y tus sabias palabras antes de volver al país me lo dicen todo, nunca te vas a traicionar, nunca me vas a traicionar: “River tiene una historia y un estilo de mucho antes de que yo naciera, y yo tengo que ser fiel a ese estilo”. Éxitos maestro, lo estamos esperando. Humille.
Ploto