Hay algo de La joven vida de Juno en el último film de Rodrigo García. No sólo la importancia asignada a la problemática de la maternidad adolescente (en este caso son dos las jóvenes encinta) sino la necesidad de descartar toda postura abortista y de rescatar la existencia de aquella otra mujer deseosa de tener un hijo: alrededor de este segundo personaje pivota la hipótesis de la maternidad como sinónimo de crianza (de algo que se construye en el tiempo) y no de lazo sanguíneo (limitado a la naturaleza o genética).
Aunque sin el humor sarcástico de la elogiada propuesta de Jason Reitman y sin la aproximación cómico-sensiblera de Casi embarazada y Ligeramente embarazada, Amor de madres también insiste en la condición indeleble del “ser madre”. Así lo percibimos en las representantes de cuatro generaciones de mujeres que retrata García, en las protagónicas y en las secundarias.
Algunos admiradores del hijo de Don Gabriel nos sentimos un poco desilusionados ante la obviedad del mensaje que pretende transmitir, y ante la decisión nada original de explotar el relato coral a modo de rompecabezas que debe quedar bien armadito al final. En este sentido nos cuesta reencontrar al director de los aciertos televisivos In treatment y Six feet under.
De hecho, estos mismos espectadores preferimos detenernos en las actuaciones, especialmente en la de Annette Bening que compone a una Karen sin nada en común con la recordada Nic de Mi familia (rol que le valió una nominación para los Oscar 2011). Por lo demás, Amor de madres resulta una película cuidada, bien intencionada pero lejos de convertirse en la obra más destacada de un mejor mago catódico que cinematográfico.