Amor incondicional

Por David Porcel

Si hay una obra sobre el amor incondicional esa es Rosemary´s baby, de Roman Polanski. Es la historia del maltrato a una mujer a la que al final sólo le queda mecer la cuna para que su criatura, fruto de la unión con Satanás («adversario», «mal camino», «distante»), deje de llorar. Una escena terriblemente conmovedora. Cuando en mis años adolescentes vi por primera vez la película, postrado en aquellos sofás roídos de cuero, y seguramente en alguno de aquellos días deliciosos de ligera fiebre que te obligaban a permanecer en la cama, no la pude entender. Pero ya me capturó ese momento de sublime revelación por el que alguien descubre que su vida es una mentira, pero que, quizá por ello mismo, esconde algo de verdadero. En este caso, representado en el hijo de Rosemary.

Es la historia, también, de una mujer que no puede renunciar a su condición de madre. Quienes la rodean le han arrebatado su identidad, su persona, su vergüenza y vida; le han despojado de los más nobles sentimientos y la han introducido en el más absoluto de los desamparos. Sin embargo, pese a haber sido objeto y víctima del más despiadado de los engaños y maltratos, y haber tenido que renunciar a lo que creía que era una vida llena de buenos propósitos, elije aceptar lo que ha resultado de aquéllos. Que su hijo sea sólo mitad humano no impide que lo quiera como a un hijo. Que su hijo no haya resultado de un acto libre no impide que lo quiera aceptar. Este instinto, amor o inclinación acaba elevándose sobre todo lo demás. Es un amor incondicional, no estando sujeto a ninguna condición. Acaba prevaleciendo sobre todo lo que, después de todo, es susceptible de engaño y manipulación. Genial,Polanski.