Parece un poco tópico, a veces, decir que una película es “realista”. ¿Qué es, en verdad, una película realista? ¿Aquélla que está bien ambientada? ¿La que sigue fielmente unos hechos históricos o actuales determinados? O ¿La que mejor sabe capturar la complejidad e irracionalidad del alma humana? En este caso, voy a quedarme con la última, porque el Amor de Michael Haneke es un fiel, honesto, tierno y triste retrato de la última etapa de la vida. Tan real, que parece una ventana a un futuro que, antes o después, acabará por llegar. Ahí está, como si lo estuviéramos leyendo en las encíclicas cantadas de Melquíades.
El último film del director de Cachéy La cinta blanca es una conmovedora y a la vez escalofriante historia de amor que llega a su fin por causas naturales: la vejez. Después de sufrir un ataque, Anne, una profesora de música clásica jubilada, vuelve del hospital con medio cuerpo paralizado. A partir de entonces, el amor que siempre la ha unido con su marido George será puesto a prueba y se irá degradando poco a poco, a medida que lo haga el cuerpo y la mente de la protagonista.
Los protagonistas de Amor son un matrimonio de ochenta años, jubilados y melómanos. No estamos hablando de personajes extravagantes, especiales ni con una particularidad específica, no. Son dos personas normales, diríamos, como cualquiera de nosotros a su edad. Esos son los más complicados de interpretar, porque no hay ninguna adicción, indumentaria o ideología de la que partir. Cuesta más llegar al alma de estos personajes y transmitirla al espectador. Sin embargo, eso es lo que hacen Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, magistrales en sus papeles y capaces de regalarnos escenas deternura y verdadero horror como la visita del pupilo, las imaginaciones en la mente de Trintignant o la desesperación en el rostro de Isabelle Huppert al ver a su madre.
De todas las excelentes críticas que ha recibido la película, una decía que, con ella, Haneke interpreta un réquiem para el amor.Muy acertado, la verdad.Schubert, Beethoven y Bach son, en este caso, los encargados de componer esta fabulosa y tristísima pieza en honor a la defunción de toda una vida, reducida a una cama y un cuentagotas.
Lo mejor: la narración de Haneke y los dos protagonistas, inmensamente reales y conmovedores.
Lo peor: que la depresión continúa amarrada en el cuerpo al cabo de una semana, y de dos, y de tres…
Nota: 9
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