"Un antiguo proverbio dice que la vida de un hombre está incompleta a menos que, o hasta que, haya probado el amor, la pobreza y la guerra", advierte Hitchens en el prólogo de esta magnífica colección de ensayos que abarca una década. Su claro punto de inflexión se encuentra en el atentado del 11 de septiembre, un hecho histórico que conmocionó al autor de una manera especial y a cuyas consecuencias se dedica la última parte del libro. Pero antes hemos podido disfrutar, en la sección Amor, de algunos artículos dedicados a personajes como Winston Churchill (en el que trata de desmitificar ciertas creencias en torno a él) o Trostky. También se reproducen prólogos de obras literarias y filosóficas de primer nivel, de las que destaco la que dedica a una de mis novelas favoritas, Un mundo feliz, de Aldous Huxley. La interpretación de Hitchens es de una agudeza poco común, tomando los elementos proféticos de la narración y aplicándolos al mundo actual. Es mucho más cómodo instaurar un sistema totalitario proporcionando un placer alienante que a base de terror. Simplemente, el contrato consiste en que los gobernados disfruten de una alegría artificial sin cuestionarse su lugar en el mundo:
"Las tres deficiencias que sienten, a menudo sin saber como llamarlas, son la Naturaleza, la Religión y la Literatura. Solo les abastecen de comodidades químicas, mecánicas y sexuales, y sienten la ausencia de retos y dramas y caen presas del hastío. Sin un concepto del cosmos que vaya más allá de lo inmediatamente humano, están privados de la posibilidad de sentirse aterrados o alienados. Y sin otra cosa que entretenimiento sensorial (...) no valoran las palabras."
En la sección dedicada a Pobreza, aparte de durísimos ataques a Bill Clinton, a raíz de sus intentos de desviar la atención pública de sus problemas con Mónica Lewinsky con ataques con misiles a países como Sudán, destaca un artículo dedicado al historiador David Irving y su excéntrica personalidad, que le ha llevado a defender en sus libros posturas cercanas a la defensa de la actuación del Tercer Reich y otro en el que reivindica la utilidad del estudio serio de la historia en las escuelas de Estados Unidos. Pero la estrella de esta sección es el perfil en el que se retrata a la Madre Teresa de Calcuta como una auténtica hipócrita, más interesada en labrarse una imagen de santa que en conseguir que la gente a la que ayuda su fundación salga de la pobreza. Tampoco tiene reparos en señalar su difusión de ideas fundamentalistas, que prohiben el control de la natalidad (algo esencial para que los países pobres puedan prosperar) y el uso de anticonceptivos, además de una glorificación de la pobreza (que ella misma trataba de evitar para su persona) y del sufrimiento. No obstante, las palabras de Hitchens son tan duras que uno no puede dejar de pensar en si no tendrá algo personal en contra de la beata.
En los atentados del 11 de septiembre confluyen muchas de las obsesiones de Hitchens. Se trató de la obra de unos fanáticos religiosos, representantes de la visión del mundo que él ha dedicado buena parte de su tiempo a combatir. Pero entre las reacciones de los intelectuales, también se detectan algunas palabras intolerables en pensadores como Noam Chomsky, que insinúan que la caída de las torres gemelas es el justo castigo al imperialismo estadounidense. Hitchens condena muchas de las acciones de política exterior de la política de Washington de los últimos años (no en vano publicó un libro en el que tilda a Henry Kissinger de criminal de guerra) en lugares tan distantes como Vietnam, Chile o Palestina, pero tiene el buen sentido de desvincular estos pecados de la acción de Bin Laden, que es meramente un castigo contra los infieles que tienen un estilo de vida que el islam fundamentalista quisiera erradicar de la faz de la Tierra.
Esta conmoción llevó al autor a defender fervorosamente las intervenciones bélicas en Afganistán e Irak. Respecto al primer país, porque había sido el patrocinador de Bin Laden a través del gobierno talibán. Respecto al segundo, aunque reconoce que no parece tener conexiones con el 11 de septiembre, el haber sido testigo de las atrocidades que Saddam Hussein cometió con los kurdos es un poderoso motivador para justificar la invasión:
"Estuve en el Kurdistán iraquí ese verano, y cuando miro viejas notas y fotografías empiezo a temblar. Ahí está todo. Las víctimas del bombardeo químico en la ciudad de Halabya, algunas con heridas que seguían ardiendo y supurando. Pueblos vacíos y abrasados por la limpieza étnica de Saddam, en un paisaje oscurecido que parece extenderse hasta el infierno y volver."
Nadie niega que Irak no estuviera gobernada por un dictador homicida, pero invadir un país sin el aval de la ONU, con justificaciones que a la postre han resultado ser falsas y aprovechando la conmoción creada por el 11 de septiembre no parece la más ética de las acciones. Es una pena que los artículos de Hitchens, al menos los recogidos en este volumen, apenas aludan a la campaña de atentados que comenzó pocas semanas después de la invasión (el más significativo de los cuales se produjo contra la sede de Naciones Unidas) y que llegan prácticamente a nuestros días, aunque ya no revistan el interés informativo de antaño. Hitchens se refiere al Irak de después de la invasión en términos excesivamente optimistas, como un país que despierta a una nueva forma de vida y a nuevas oportunidades. Una visión tremendamente miope de un desastre que ya había sido anunciado por muchas voces juiciosas antes de que empezara la guerra. Esto no desvirtua en absoluto el excelente trabajo del autor de Dios no es bueno y su valioso legado. Quizá en Hitch-22, su autobiografía, sea más expecífico acerca de su postura. También es una lectura obligada en un futuro próximo por mi parte.