De relatos de pasión más grandes que la vida se encuentra repleta la historia del cine. Románticos, imposibles, inverosímiles, sin esperanzas, ideales, arrebatados. El que centra los 88 minutos de esta película pertenece sin duda ninguna a este último grupo. De tormentosa podría calificarse la relación que surge entre los principales personajes que se asoman a la pantalla como trasuntos de los padres del oscarizado director polaco Pawel Pawlikowski. La huella que dejaron en él sus múltiples rupturas y reconciliaciones impregna este guión inspirado en hechos reales. El controvertido universo de una pareja en la que una atracción y un amor exacerbado convive con roces y ataques de celos igualmente intensos.
Polonia, 1949. Dos músicos recorren zonas rurales del país con el encargo de formar un grupo folklórico que a través del canto y los bailes regionales insufle optimismo a una población afectada por los efectos de una Segunda Guerra Mundial especialmente cruenta con la nación centroeuropea. Una atractiva aspirante seduce al pianista y profesor y comienzan un romance clandestino que viven en secreto mientras la política eleva las primeras barreras entre ellos. Desde el poder quieren que este conjunto de coros y danzas contribuya a la exaltación del régimen comunista que impera en un territorio situado en la órbita de la Unión Soviética.
De la misma manera que el Telón de Acero sirvió de MacGuffin al gran Hitchcock, la Guerra Fría vivida en torno a él se traslada a la desgarradora batalla sentimental que libran Viktor y Zula. Esa Cortina rasgada metafórica se convierte en un protagonista más de la narración de la que empiezan a surgir vinculaciones tangenciales con otras cintas en las que la emoción y el deseo pasaban, no sin riesgo, de un flanco a otro de una pared levantada para separar en lugar de unir. Omar se las arreglaba para hacerlo en Jerusalén y encontrarse con su adorada Nadia. Aquí el espacio y el tiempo condicionan una pasión desatada que se extiende durante quince años a ambos lados del Muro de Berlín y discurre paralela a la historia de una Europa de posguerra partida en dos por tan infausta construcción.
El contexto bélico y la más que eminente falta de sincronía entre los enamorados, que propicia diversos encuentros y desencuentros en los que bien uno de ellos o ambos conviven con otra pareja, nos acerca a Casablanca. Obra maestra de la que Cold War adopta un blanco y negro magníficamente plasmado que tanto ayuda a sumergirse en la época. Pawlikowski maneja con elegancia tanto los movimientos de cámara como la composición de los planos, amén del ritmo y un montaje que de forma suave y sobria muestra el paso de los años de forma natural. El formato 4:3, prácticamente cuadrado y angosto hasta el límite, presente en El hijo de Saúl, consigue que el espectador tome conciencia de lo opresivo del amor de estas dos torturadas almas gemelas capaces de tomar decisiones radicalmente viscerales, e incomprensibles si se miran desde la racionalidad, nublados por la intensidad de sus sentimientos.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos
Copyright imágenes © Bazalevs Entertainment, Bazalevs Productions. Cortesía de Sony Pictures Spain. Reservados todos los derechos.
Cold war
Dirección: Pawel Pawlikowski
Guión: Pawel Pawlikowski, Janusz Glowacki y Piotr Borkowski
Intérpretes: Joanna Kulig, Tomasz Kot, Borys Szyc
Fotografía: Lukasz Zal
Montaje: Jaroslaw Kaminski
Duración: 88 min.
Polonia, Francia, Reino Unido, 2018
Anuncios