Para coronar el luto con algunas palabras mayores, quiero reproducir aquí (previo permiso del autor) un correo que me escribió Fernando Ampuero en respuesta a lo que escribí hace unos días con motivo de la muerte de Ernesto Sábato. Y lo hago, también, porque creo que es un testimonio que, como todos, refleja desde otra mirada lo que significan la obra y la figura del tremendo escritor argentino, de paso que el hombre que era él. Aquí va, pues:
"Santiago, solo es posible darte un sentido pésame con ambición de boomerang, en la esperanza de que el sentimiento me retorne.
Ya no recuerdo bien dónde ni cuándo descubrí a Sábato, ni en qué preciso momento de mi juventud empecé a admirarlo. Sólo sé que él, en mi vida, fue siempre una premonición. Sus novelas tenían que llegar a mí, para que mi vida no luciera tan inacabada.
Tuve el privilegio de conocerlo personalmente en un bar, mientras él, a su vez, me hacía conocer, por sus afanes de seductor fallido, a una falsa Alejandra, una chica linda que no sabía si poner mala cara o mirarlo con ternura. La chica, piadosa al fin, se largó pronto, con una sonrisa.
Sábato quedó allí, jerez en mano, abatido por un instante, y de pronto me miró como si me encontrara después de haber pasado por un torbellino. "¿De qué hablábamos?", me preguntó. "Del episodio de la cabeza cortada de Lavalle", le respondí. "Uno de mis favoritos".
"Ah, sí, claro, Lavalle" . Y luego, encogiéndose de hombros, echó un vistazo por la ventana del bar y añadió: "Mira cuántas chicas van por la calle. Algunas podrían ser como Alejandra. Hay días en que me siento dispuesto a correr detrás de ellas, detenerlas, mirarlas a los ojos".
Santiago, brindo contigo. Un fuerte abrazo,Fernando."