La protagonista de este blog se llama Amy. Apareció en mi vida un sábado
Siempre había querido un perro, tenía 15 años y me los había pasado (desde que aprendí a hablar) aprovechando toda ocasión para pedirles a mis padres un perro pero nunca lo había conseguido. Empecé a sacar a Amy cada sábado de paseo. Buscábamos un cachito de prado donde sentarnos las dos para, simplemente, disfrutar del tiempo juntas. Llegaba a casa y le hablaba a mi familia de Amy. Mi madre fue la primera en darse cuenta de que era especial y tarde o temprano iba a acabar en casa. El dos de enero de 2012, la llevamos a pasar el día a la playa y después de comer, cuando había que llevarla de vuelta al refugio, fuimos incapaces. Amy se echó en una esquina del sofá y se puso a dormir totalmente convencida de que no se movería de ahí para ir a ningún sitio. Si hubiese podido hablar, no habría podido expresar tan claramente que se sentía en casa.
Amy se quedó en casa a condición, como les dije a mis padres, de que no se fuera nunca mordiera lo que mordiera, liara la que liara, pasara lo que pasara, para el resto de su vida. Lo recuerdo como el momento más feliz de mi vida.