Travesía de una chica con clase
Ana Belén ha doblado el cabo del milenio y su rostro es todavía el icono de una vieja lucha, que más allá del desencanto
La buena fortuna de la travesía de Ana Belén siguió al obtener el papel de protagonista infantil, a los 13 años, de Zampo y yo, el primero de sus éxitos como actriz y cantante. Desde entonces hasta hoy no ha cesado de llenar con su aura el teatro, el cine y la música. Es imposible imaginar los últimos cuarenta años sin que el rostro de esta mujer no haya sido el referente de una fascinación colectiva. Cuando la política se abría a la libertad y una generación de artistas jóvenes creía que las cosas podían cambiar creando y luchando, Ana Belén, sin perder la seducción, estaba siempre donde había que estar, donde se esperaba que estuviera: en la huelga de actores, en los mítines anti-Otan, detrás de las pancartas de No a la Guerra, en los manifiestos contra la represión. Ella era de los nuestros, se decían los políticos progresistas. Formaba una misma barra con Víctor Manuel, Serrat, Miguel Ríos, Sabina, Aute. Sin perder el swing, sin gritar ni descomponer la figura, se había apuntado al Partido Comunista, que era el puerto natural donde recalaban contra Franco todos los inconformistas, rebeldes, visionarios y compañeros de viaje. Ana Belén estaba de moda. Hacía teatro clásico, protagonizaba películas, cantaba y durante 16 años seguidos Cambio 16 la declaró la mujer más atractiva de España. ¿Cómo una chica tan guapa, llena de éxito, podía ser roja? El escritor Francisco Umbral la había convertido en una de sus obsesiones erótico-literarias y todos los días la ofrecía en bandeja en su columna de EL PAÍS a la admiración de sus lectores. Contra este icono comenzaron a urdir represalias los reaccionarios, quienes llegaron a ponerle una bomba en su chalet de Torrelodones acusándola de haber quemado una bandera española durante la representación de la obra Ravos en México.
Ana Belén también entró en el paquete de los que sufrieron el desencanto de los sueños juveniles. Pero ella sigue siendo atractiva y conserva todavía la energía del barrio de Lavapiés, el latido del pueblo llano que ha voceado todas las pasiones seculares en las corralas. Ana Belén se convirtió en su propio himno al cantar La Puerta de Alcalá, era la chica castiza de La Corte del faraón, la morbosa amante de La pasión turca, la miliciana libertaria.
Ana Belén ha doblado el cabo del milenio y su rostro es todavía el icono de una vieja luchaLa travesía de Ana Belén ha doblado el cabo del milenio y su rostro aun en nuestros días es todavía el icono de una vieja lucha, que más allá del desencanto conserva el aura de resistente, ese eje interior que por la planta de los pies la afinca siempre en la tierra.