‘Ana de Jesús, hija y coadjutora de santa Teresa’

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

El 25 de noviembre de 1545 nacía Ana Lobera, la futura carmelita Ana de Jesús, conocida como la Capitana de las prioras teresianas. La historia de su trayectoria humana y espiritual es aún poco conocida, en parte por el trato injusto que la Orden le dio, tanto en vida como después de su muerte, de la que en 2021 se cumplirán 400 años. Este libro que el P. Ildefonso Moriones, ocd acaba de publicar quiere ser una herramienta para que Ana de Jesús sea más y mejor conocida y valorada. Al poco de fallecer la madre Ana, se inició su proceso de beatificación. Por una serie de razones, que en este libro se explican, este quedó detenido durante siglos. De nuevo reactivado, confiamos en verla pronto en los altares.

Para quienes estén interesados en adquirir el libro, publicado por Ediciones “El Carmen” de Vitoria, pueden contactar con el autor a través de este correo electrónico.

A continuación, por gentileza del autor, ofrecemos la Introducción, el Índice de este libro y el Capítulo XIV: Ana de Jesús, canonizable.

INTRODUCCIÓN

La misión que tuvo y sigue teniendo Ana de Jesús en la historia del Carmelo Teresiano, ha hecho que la recordemos especialmente por tres facetas de su vida. La primera es su condición de hija y colaboradora de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz, de cuyos escritos fue difusora entusiasta y eficaz. La segunda es su misión de fundadora de nuevas comunidades; iniciando ya en vida de la Madre Fundadora, fundó personalmente nueve monasterios en España, Francia y Flandes, de los cuales monasterios proviene un tercio de los hoy existentes. La tercera faceta es la de defensora de las Constituciones que la madre Teresa dejó en herencia a sus hijas, como garantía del estilo de vida que les había enseñado.

La primera faceta es suficientemente conocida gracias a las biografías y a las ediciones de los libros de los dos Doctores de la Iglesia que tuvo la dicha de tener por maestros.

La segunda es fácil de constatar siguiendo la genealogía de los monasterios actuales, ya que todos suelen con servar la memoria de su propio origen.

La tercera es quizá la que más tinta ha hecho correr, y más ha dado que hablar desde 1581 hasta nuestros días, y es quizá también la que más necesidad ha tenido de revisión, dada su implicación en la vida de la Orden. A esclarecer esta tercera faceta de la figura de Ana de Jesús deseo contribuir con estas páginas que ofrezco con ocasión de su próxima beatificación.

Al iniciar su lectura conviene tener presente que estamos acostumbrados a poner de relieve el tesón con que Ana de Jesús trabajó por conservar intacto el texto legislativo de santa Teresa, pero no siempre se ha tenido en cuenta que, más que a la defensa de las normas, ella miraba a la defensa de la “santa libertad” que con esas normas la Madre Fundadora quiso garantizar a sus hijas.

Ana de Jesús es un ejemplo vivo de cómo tiene que ser una priora según el corazón de Teresa. A lo largo de toda su vida no tuvo mayor preocupación que la de ayudar a sus hijas a encontrarse con santa Teresa, viendo en ella la maestra ideal para llegar al encuentro con Cristo. La pedagogía teresiana era fruto de una larga experiencia de vida, y las jóvenes que tuvieron la dicha de aprender en su escuela alcanzaron en poco tiempo un nivel de perfección que a ella le había costado muchos años y muchas lágrimas. Por eso la Santa, al constatar que había dado con la fórmula adecuada, no solo la defendió personalmente contra quienes pretendían mejorarla, sino que también advirtió a sus hijas que no se la dejaran mudar.

Dicho esto, paso a exponer brevemente las características de los diversos capítulos. En los tres primeros vemos a la madre Ana en perfecta sintonía con la madre Teresa y sus principales colaboradores y recordamos los puntos fundamentales de las Constituciones que ella defenderá con tesón hasta el final de sus días.

El capítulo cuarto recoge las novedades que, a partir de 1585, se comienzan a introducir en el gobierno de los Descalzos y que afectaban directamente a la vida de las monjas. Se perfila cada vez con mayor claridad el contraste de fondo entre la pedagogía teresiana, basada en la “santa libertad”, y la visión de la perfección religiosa de quienes creían poseer una fórmula más segura y, para imponerla contra la voluntad de la mayoría, cambiaron arbitrariamente las normas. Ante la gravedad de la situación, en vista de que no había sido suficiente la aprobación del Nuncio en 1588, Ana de Jesús recurrió al Papa en 1589, y, tras el oportuno examen en la Congregación competente, obtuvo de Sixto V la aprobación de las Constituciones teresianas.

La documentación resumida en los capítulos del cinco al nueve, y que abarca todo el decenio 1585-1595, permite seguir al detalle la actuación tanto de la madre Ana y sus colaboradores como la del padre Nicolás Doria y quienes se dejaron convencer por él. El hecho de que, además de Sixto V, aprobaron las Constituciones teresianas sus sucesores Inocencio IX, Clemente VIII y Paulo V, ha quedado silenciado en nuestra historiografía oficial. De ahí que todavía hoy subsistan dudas sobre el fundamento con que Ana de Jesús llevó a Francia, a Flandes y a Polonia las Constituciones aprobadas por Sixto V.

Los capítulos diez y once clarifican algunos aspectos de las fundaciones en Francia y abren la puerta a un nuevo modo de plantear el tema de la actuación de Pedro de Bérulle y del desarrollo del Carmelo Teresiano francés. He creído oportuno dar suficiente realce en el capítulo décimo a los 20 años que precedieron la ida de Ana de Jesús a Francia, para que se comprendan mejor las dificultades que tuvo que superar el carisma teresiano para abrirse camino hacia Europa, y el mérito de Ana de Jesús en dicha empresa.

En la primera parte del capítulo doce, dedicado a las fundaciones en Flandes, se citan numerosas páginas del epistolario de Ana de Jesús, que nos permiten ver el realismo con que ella procedía en su tarea de fundadora; mientras que en la segunda parte se esclarecen las dificultades que tuvo que afrontar nuevamente durante los años 1612-1614 para conservar intactas las Constituciones teresianas. Prácticamente se volvió a presentar el escenario de 1589-1591, lo cual demuestra la gravedad del problema, pero esta vez el General era Juan de Jesús María, que prestó atención a las razones de Ana de Jesús.

El capítulo trece es el más autobiográfico y nos acerca al alma de Ana de Jesús en los últimos diez años de su existencia terrena, mientras que el capítulo catorce ofrece el testimonio de la comunidad que la acompañó durante el último período de su vida (1607-1621).

Finalmente, en el capítulo quince se exponen brevemente las circunstancias históricas que contribuyeron a prolongar la duración del proceso de beatificación de Ana de Jesús.

Pamplona, 1 de octubre de 2019.
ILDEFONSO MORIONES, O.C.D.

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