"Igual me da envidia la vida que tenían mis padres con mi edad porque a veces, sin casa y sin hijos en nombre de no sé muy bien qué pero también como consecuencia de no tener en el horizonte mucho más que incertidumbre, daría mi minúsculo reino, mi estantería de Ikea y mi móvil por una definición concisa, concreta y realista de eso que llamaban, de eso que llaman progreso." (pág. 26)
He llegado hasta Ana Iris Simón y su primer libro, "Feria", por un comentario que sobre esta obra realizó Andrés Trapiello hace poco más de dos semanas en prensa. Decía textualmente Trapiello entre otras muchas cosas en ese artículo periodístico que llamó mi atención:
"Los pijos de izquierda han dejado estos días las zonas residenciales de Madrid (el norte) para visitar los arrabales (el sur), demandando el voto que también allí les disputan los pijos de derechas. Pero a diferencia de estos, los de izquierda, dicen ' nosotros, los currantes' y ' lo reconozco, yo tengo un buen salario' [...] Los pijos han entrado en campaña justo cuando acabo de leer Feria, de Ana Iris Simón.
[...] Ana Iris Simón describe a los farsantes, esta vez de izquierdas: " han pasado los veranos en Irlanda", tienen " dos másteres y un doctorado antes de los treinta", " no han visto un gitano por primera vez antes de los veintisiete cuando fueron a Casa Patas" y le dicen " a los que viven en un bloque de VPO", que " no tienen ni puta idea por no ver en Sálvame el katejon antifascista. Nada nuevo bajo el sol: señoritos diciéndole al pueblo lo que el pueblo es (...), los que parece que sienten nostalgia de un barro que no han pisado en su vida". En su puta vida."
Tras tan sabrosas y desusadas frases no tenía más opción que hacerme con la obra de esta joven del Campo de Criptana (Ciudad Real) que con inmenso desparpajo y sin sentirse constreñida por el dogma de lo políticamente correcto ha publicado en octubre de 2020 este su primer libro que ya va por su quinta edición, prueba de la buena recepción que está teniendo.
Dice la autora en esta obra memorialista, en la que ella aparece como testigo esencial de los sucedidos que relata, que "si lo que más me gustaba era escribir sobre la familia y la costumbre quizá es que lo que más me gustaba no era escribir, sino la costumbre y la familia" Y lo dice en unos tiempos en los que parece que hay que escapar, huir, de todo aquello que tenga resonancias a conformidad con lo recibido. Y no, no es así para nada. Ana Iris, nombre hermoso donde los haya, cuya razón explica la autora en la obra relacionándola de manera hermosa y coloquial con la profesión de sus padres en la Oficina de Correos de Aranjuez por una parte y con la diosa del arcoíris que anuncia el pacto de unión entre el Olimpo y la tierra al final de la tormenta, por otra. La diosa Iris, al igual que Hermes, es la encargada de hacer llegar los mensajes de los dioses a los seres humanos. Desde luego más relación con el oficio que simboliza la cornamusa coronada no podría haber.
En Ana Iris confluyen dos líneas genealógicas: la de los por parte de su madre Ana Mari, -así eran llamados sus abuelos María Sola y Gregorio por ser feriantes-, y la de Mari Cruz y Vicente, sus abuelos por parte de Javier, el padre, que eran, digamos, más urbanitas, más asentados, más unidos a la tierra criptanera a cuyo cultivo se dedicaban. Es a estos dos mundos a los que la joven autora dedica la obra. Quizás más al de los feriantes por ser un mundo más evanescente mientras que el de su abuelo campesino es más estable y duradero como demuestra el árbol plantado por él, un almendro, que algunas tardes de verano iban a regar, abuelo y nieta, sin mayor finalidad que la de "cuando él falte, me dice, y yo pase por allí con alguien, podré señalarlo y decirle "mira, ese árbol lo plantó mi abuelo, así que pa mí es la sombra"."
El libro se organiza en nueve apartados más un décimo titulado La historia del Gigante. Este relato que cierra el volumen es, además de un encargo del padre que Ana Iris y su hermano Javi realizaron debidamente, un canto homenaje a la tierra manchega de la que la escritora está más que orgullosa, y, naturalmente, nada hay más manchego que la historia de don Quijote y de los gigantes convertidos en molinos. Se debe de leer el libro para entender debidamente el porqué de este décimo relato; sólo diré aquí que nace del deseo de Javier padre por conocer el antes de un hombre muy alto y algo herido con el que toparon él y sus dos hijos en la estación de Alcázar de San Juan un día que pasaron los tres juntos.
Si la Ana Mari puso a Ana Iris en contacto con la verdad de la tierra pateada y de los paisanos que pasaban por la caseta de feria, la figura de Javier, el padre, supone para ella el estímulo necesario de su afición por contar historias. Declara Ana Iris: "mi padre vivía en los relatos, en las historias que me contaba, pero sobre todo en las que se contaba a sí mismo". Fue él quien despertó y azuzó, seguramente sin saberlo, su afición por la escritura, él quien le había contado historias desde que era muy niña; ahora, cuando le pidió que le escribiera la historia de ese gigante manchego, venía a decirle que era llegado el momento de pasarle los trastos de la vida: hasta ese momento él "se había ocupado de ordenar la realidad, nuestra realidad, de inventársela o, más bien, de explicárnosla ."
Desde la dedicatoria Ana Iris declara la devoción que siente por su familia. Una devoción que no excluye la disensión, el choque dialéctico, la critica. Pero siempre por encima de todo eso está el amor sentido por ella hacia sus padres, abuelos, primos, amigos..., y el que en justa correspondencia siente sobre sí. Eso debe de ser la felicidad; sí, así debe de ser y desde luego esta colección de relatos costumbristas cuyo epicentro es la persona de la autora rezuman afecto, cariño; en definitiva, amor. Hay amor incluso hasta cuando vemos a la pareja formada por sus padres, la Ana Mari y Javier, rota; incluso entonces la felicidad, el buen ambiente, la falta de improperios entre los progenitores, existe. Es evidente que llevarse bien no equivale a asentir en todo cual bestias irracionales, no. Por eso en este libro se comentan disensiones entre la narradora y otros partícipes en él: entre el padre y las abuelas a propósito de la religión, entre el padre y la madre por la educación que cada uno entiende hay que dar a los hijos, dentro del núcleo de amigos de Ana Iris también se disiente... Pero son siempre discrepancias que no van más allá del puro diálogo, y que sirven a quienes las protagonizan de estímulo en su crecimiento personal.
Lo que a mí más me ha interesado desde el punto de vista anecdótico es la mostración que Ana Iris realiza de un mundo en vías de desaparición si no ya totalmente fenecido: la Feria y los feriantes. Es "Feria" un homenaje claro a esa manera nómada de vivir que acababa en la Feria de Gerona a mediados de otoño tras haber pasado desde el mes de mayo por las de un sinfín de localidades españolas: Madrid, Alicante, Alcázar de San Juan, Salamanca, Valladolid, Zaragoza, Gandía, etc. Llegado el frío y la poca luz los bisuteros que eran la familia materna se acomodaban en los mercadillos semanales de las localidades próximas a Campo de Criptana. Era una vida nómada que a Ana Iris le encantaba pero de la que también se avergonzaba y de la que no se atrevía a hablar delante de sus compañeros del Vicente Aleixandre de Aranjuez:
"Cuando la profesora, que se llamaba Rosa, nos preguntó qué habíamos hecho en verano [...] no hablé de que me había pasado varias semanas durmiendo con mi abuela María Sola y mi abuelo Gregorio en una caseta, ayudándole a descargar la Mercedes, lavándome en una palangana y andando descalza hasta la fuente en la que cogíamos el agua mientras mi abuela me gritaba que no fuera descalza, que me iba a pichar e iba a coger el tétanos. No hablé de nada de eso porque me daba vergüenza, no fueran a pensar que éramos gitanos y que por eso no sabía leer, porque eso era lo que, fuera de la feria, había oído que éramos los feriantes." (pág. 80)
Pero lo más meritorio de la primera obra de esta escritora novel es sin duda alguna la manera como está escrita. Es un estilo memorialista caprichoso que sigue los vaivenes dispares del pensamiento con paradas en el recuerdo desde un presente actualísimo. Se alternan sin orden preciso en la novela la más chirriante actualidad (alusiones a partidos políticos muy nuevos como Vox, o a Podemos formando parte del Gobierno de España...) y el pasado recordado vivamente pese a la corta edad de Ana Iris dada la conmoción ocasionada por el suceso (el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997, por ejemplo) o ese otro pasado que a los mayores conmocionó y que verbalmente le transmitieron desde su niñez como por ejemplo cuando su padre Javier y el abuelo Vicente, simpatizantes comunistas, le cuentan a la joven narradora la lucha por la amnistía general finalmente conseguida en 1978 tras tantos años de dictadura.
Este traqueteo hacia adelante y hacia atrás provoca el choque emocional entre el mundo de hoy y el perdido del todo o quasi desaparecido. La España de las pesetas y la del €. La de las pesetas es la de los padres y abuelos de Ana Iris; la que se la estaba cargando era la de los Leclerc, los McDonald's, el Aquópolis, etc., etc. Esta era la modernidad que se avecinaba y que los feriantes sabían que acabaría con ellos. En medio de esta barahúnda, los niños como Ana Iris que aunque en verano viajaba en la Mercedes de feria en feria sin embargo ya se divertía con sus amigas y primos viendo series televisivas como 'Peaky Blinders' o jugando a videojuegos como 'Fortnites'. Era una pérdida sin retorno posible.
El libro es una preciosidad por esa manera tan fresca y natural con la que está escrito. El ritmo es fluido y el tono que del escrito emana revela llaneza y ausencia total de impostura. Naturalidad narrativa en la expresión y por ende también en lo comunicado. La chica que cuenta sin dobleces su visión del mundo que le ha tocado vivir es tan auténtica como reveladoras son la serie de fotografías referidas a la vida real de la protagonista. Son fotos en blanco y negro de ella niña, de ella con sus padres, de su madre Ana Mari, de La Mancha con sus molinos o esas casas-cueva de Ontígola (Toledo) donde vivieron unos años, etc.
Algunas frases especialmente destacables
- "Cuando era pequeña pensaba en mis abuelos, pensaba en los Bisuteros [...] como un vestigio de una España que fue y ya no es. Una España en la que había zoos chicos y enanos recortadores y en la que sonaba Camela, pero donde también había recitadores como Waldo, el amigo de mi abuelo Gregorio, que declamaba romances y coplas de pie quebrado en el teatro chino de Manolita Chen." (pág. 129)
- "Nos pasamos la adolescencia y la primera juventud deseando no parecernos a nuestros padres y cuando crecemos, o igual es que crecemos por eso, nos damos cuenta de que casi todo lo que tenemos de bueno no es nuestro, sino suyo." (pág. 193)
- "Quería decir, además de que si todo es fascismo -y parece que así es- nada lo es, y que a mí me llevan los demonios porque fascistas fueron los que se llevaron a mi bisabuelo primero a la cárcel y luego al exilio y no cuatro neocones en Twitter y en el Congreso y ellos no serían capaces de hacer algo tan grande, y esto no lo digo yo, lo dijo Pablo Iglesias." (pág. 162)
- "Sentía que [yo] era de la feria, que la feria me pertenecía y yo pertenecía a la feria porque sabía cómo se ponía en marcha, cómo era cuando nadie la veía. Siempre es así, supongo: para sentir que uno pertenece a algo o a alguien, o que algo o alguien le pertenece a uno, es necesario entender sus tramoyas." (pág. 118)
- [Ana Iris es hija de] "un ateo monoteísta, porque mi padre no era ateo, sino que creía profundamente en el ateísmo"
(biografía contenida en la solapa de la edición de la obra realizada por la editorial Círculo de Tiza)
[ Campo de Criptana, 1991] Estudió en escuelas públicas de Aranjuez. Cursó Periodismo y Comunicación Audiovisual en la Universidad Rey Juan Carlos en Fuenlabrada mientras doblaba y alarmaba camisetas en Desigual y hacía de guía en el edificio de Telefónica en Gran Vía. Su primera casa fue Telva y después fue redactora en Vice y guionista en Playz de RTVE. Con 28 años ha sido testigo de tres ERE. Actualmente colabora con distintos medios. Se acaba de ir de Madrid, donde vivió desde 2014, a una ciudad de provincias, en parte porque le da envidia la vida que tenían sus padres a su edad, aunque la Thermomix no se la ha comprado ni se ha metido en la hipoteca. Feria es su primer libro.
La novela ha sido distinguida con el Premio 'Javier Morote' 2021, consagrado a reconocer una obra especialmente sobresaliente publicada por un autor muy joven. Ha sido la cuarta edición de estos premios, creados en 2018 por la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (Cegal).