Alguna vez aventuré confesar (más bien en conversaciones privadas) que, en rigor, mi siglo vital debería haber sido el XIX (Ahora sí entiendo a mis abuelas, más allá del folklore con o sin enaguas). Pese a que no siento grandes simpatías estéticas o literarias por sus prodigios, creía que entonces la vida (cuyo relato detestaba por prosaico) era otra cosa. O podría haberlo sido.
De inmediato las voces críticas alertaban que quizás entonces...
Yo no sería yo, sino....
Viene esto a cuento de que, raras veces, admito hacer una necrológica. Lo hice con dos escritoras fallecidas recientemente: Ana María Moix (de la que voy a ocuparme más en breve) y Ana María Matute.
De esta última (re)leo una novela menos conocida, Luciérnagas.
Escrita en 1949 pero dada a publicar en 1952, Las luciérnagas, fue denegada por la censura, por juzgarla “destructora de los valores humanos y religiosos esenciales”. Ante la delicada situación económica que atravesaba, Ana María Matute procedió a las correcciones y mutilaciones que le exigían y se publicó en 1955, en la barcelonesa editorial Éxito, con el título En esta tierra. Es la primera vez que la autora afronta el tema de la Guerra Civil española en una novela que narra “la historia de una adolescente de dieciséisaños y de su trágico choque con el alucinante torbellino de odio y de muerte que ensangrentó las calles de nuestra ciudad durante los años desolados y amargos de nuestra guerra. A través de la dolorosa experiencia de Soledad Roda, una muchacha de la alta burguesía barcelonesa que pasa súbitamente de los ensueños románticos de la adolescencia al amargo despertar de la realidad para convertirse en mujer, Ana María Matute ha descrito la vida de la Barcelona roja, entrevista desde el peculiar enfoque que le impone la condición social de su heroína, cuya cálida y ardiente feminidad proyecta una visión humana y entrañable sobre las cosas y los seres que la rodean. En este sentido, la trágica historia del Sol, la esbelta adolescente de dieciséis años, a quien el asesinato de su padre en los primeros días de la revolución sume, con toda su familia, en la estrechez y en la miseria, constituye por su autenticidad y dramatismo un ejemplo patente de cómo en la obra de su joven autora la verdadera creación novelesca para ser plenamente lograda ha de inspirarse no en las ideas, sino en la vida. Ana María Matute posee una mágica y sobrecogedora intuición de la vida, y no sólo de la vida íntima de su heroína, a la que retrata en el difícil tránsito de la vaga feminidad adolescente a la plenitud de mujer, sino de la vida cotidiana y vulgar en todo cuanto atañe a la eterna y doliente condición humana. Esta prodigiosa intuición, este conocimiento intuitivo de las cosas y de los seres, de los sentimientos y de las pasiones humanas, va acompañado de una extraordinaria fuerza expresiva que caracteriza su estilo peculiarísimo, cuya profusión de imágenes le confiere una jugosa plasticidad y una honda sugestión poética.
Habrían de pasar muchos años para que pudiéramos leer la novela con su título original, Las luciérnagas (1993), recuperando también la versión íntegra de la misma.Que es la que ahora ofrece la profesora Marisa Sotelo en esta edición canónica.