Ana María Matute / Domingo de Remember

Publicado el 28 noviembre 2010 por Dontdisturbmagazine

Fotografía_Quico García


Ana María Matute
acaba de recibir el Premio Cervantes 2010, el más prestigioso de las letras españolas y uno de los que se le resistía, comentó durante la entrevista que le hice en septiembre de 2008 para la revista EME (El Mundo). Se convierte, pues, en la tercera mujer en conseguirlo, tras otras dos Marías (permítanme la licencia): María Zambrano y Dulce María Loynaz.

Domingo de remember se convierte así en espacio suyo por derecho propio. A continuación pueden leer la entrevista. Llena de dulzura, pero también de picardía añeja. No en vano, tiene un pasado de esos que marcan con hierro candente y dejan un frío poso repleto de cálida melancolía. Pasen y lean.

ENTREVISTA A ANA MARÍA MATUTE

Es considerada “una de las voces más personales de la literatura española”. Tanto es así que, desde 1998, ocupa satisfecha uno de los sillones de la Real Academia Española (su sillón, el K) y ha recibido numerosos premios a lo largo de su trayectoria, desde el Nacional de Literatura al Nadal, pasando por el Planeta y el Lazarillo. Además, fue nominada al Premio Nobel de Literatura en 1976 y, aunque se le resista el Cervantes, en 2007 recibió el Nacional de las Letras Españolas.

Matute (Barcelona, 1926), sin embargo, tiene un pasado de esos que marcan con hierro candente y dejan un frío poso repleto de cálida melancolía. Sin duda, su atípica infancia ha delineado su trayectoria como escritora. La propia Matute nos cuenta que creció en una familia de la pequeña burguesía catalana, pero que no todo fueron parabienes. Su infancia trascurrió entre largos periodos de convalecencia (“era una niña muy enfermiza”) que le obligaron a crear su propio imaginario literario. Las sombras en las paredes de su habitación y los cuentos, afirma, fueron destacados e imprescindibles elementos de juego. Por eso, imaginamos, a la escritora le resulta difícil distinguir entre la delgada línea que separa lo real de lo imaginario. De hecho, el ingrediente “mágico” es clave en su cocción (producción) literaria y convierte gran parte de sus libros en pura quimera. Pero también formó parte de la generación de los “niños asombrados” (ella misma dice haber creado esa expresión) que crecieron y tuvieron que lidiar con un universo perfilado por las grietas del enfrentamiento entre Caín y Abel, el de la España de la guerra y la posguerra. Un universo que, posteriormente, plasmaron en sus relatos, “asombrados” ante la barbarie que habían vivido siendo niños. Matute fue y sigue siendo una niña que devora la vida, que tiene imaginación, pero también memoria. “Con 17 años escribió su primera novela, Pequeño teatro, por la que Ignacio Agustí, director de la editorial Destino en aquellos años, le ofreció un contrato de 3.000 pesetas que ella aceptó. Sin embargo, la obra no se publicó hasta ocho años después.” Los Abel (1948), una metáfora sobre la Guerra Civil, se convertiría así en su primera novela publicada. Posteriormente, llegaron otros relatos, tan inolvidables como el primero. No en vano, la autora entiende el negro sobre blanco como una forma de protesta sin la que no podría vivir y se aplica con empeño y sabiduría. Pero su verdadero éxito de ventas llegaría con Olvidado Rey Gudú (1996). Todo un revulsivo para la novelista. Cuatro años más tarde, vio la luz Aranmanoth. Su última novela hasta la fecha.

Nos encontramos con la octogenaria escritora momentos previos a la conferencia inaugural de los Cursos de Verano 2008 de El Escorial que ella misma llevará a cabo, pese a encontrarse todavía en silla de ruedas recuperándose de una reciente enfermedad (nada grave, nos comentan). Se muestra coqueta y risueña, con ganas de romper esquemas preconcebidos respecto a ella y su aparente fragilidad. La novelista, sin duda, es pizpireta y, antes de empezar la entrevista, pide con fervor un poco de picardía en su Coca-Cola. Irónica responde a nuestras múltiples preguntas, protestando animosamente si no reímos sus gracias (a veces, picardía de por medio, es difícil entender sus palabras). ¿Valoración final? Agradable, pero con acusado carácter. Como un buen vino añejo. Así es Matute.

¿Qué ha supuesto para usted ganar tantos premios y reconocimientos a lo largo de toda su trayectoria como escritora?
Pues lo llevo muy bien, la verdad. Da mucho gusto, aunque tuve que sacrificar cosas muy importantes para poder dedicarme a esto. A veces, es un poco duro. Pero, al menos, tarde o temprano, te lo reconocen. Reconocen que ha merecido la pena la dedicación plena a algo que tú, personalmente, creías esencial en tu vida.

Siendo mujer, ¿ha sido más difícil el camino?
Pues mira, si he de decir la verdad, no mucho más. O no me he dado cuenta de ello. Si bien es cierto que otros en mis circunstancias, siendo varones, han conseguido el reconocimiento más pronto y los han tenido en mayor consideración. Pero la diferencia, sobre todo, se notaba en la crítica. Se decía algo así como “la mejor de las mujeres”, pero nada de compararte con un varón, aunque fuera muchísimo peor escritor. Yo ya soy muy vieja y he vivido estas cosas, aunque no me puedo quejar porque he sido muy bien valorada. Ahora todo eso ha cambiado mucho. Quedan todavía ramalazos, pero la crítica ya no es sexista. Eso es lo importante. Lo demás son tonterías.

¿Cree usted que la Real Academia Española puede ser considerada algo machista por su bajo número de mujeres académicas?
La Real Academia Española no es nada machista, ni nada feminista. La Academia fue machista en sus orígenes, porque no admitía mujeres, cosa que ya no ocurre. Pero eso no pasaba sólo en España, sino en toda Europa. Y esa mentalidad machista repercutía en todo, en la educación de los hombres, de las mujeres y de los niños. Afortunadamente, ya no es así. La Academia se limita a cumplir su tarea, que es la de recoger la acepciones y cambios de la lengua, además de procurar que no se degrade.

Seguimos con la Academia. Su discurso de entrada llevaba el titulo En el bosque. Cuéntenos, ¿qué significado tiene para usted ese bosque?
El bosque, para mí, es una metáfora de la vida, de la literatura y la Edad Media. Todas las cosas que me gustan están ahí, en ese discurso. Además, si regresamos a la vida real, tengo que decir que a mí me encantan los bosques, huelen tan bien… En un bosque con niebla, por ejemplo, se cree en todo, absolutamente todo, en los trasgos y en las hadas. Da miedo, pero es un miedo enriquecedor, literario y muy sugerente.

¿Qué razones le han empujado a lo largo de su vida a aferrarse a la literatura? ¿Hay una necesidad imperiosa de expulsar demonios o, tal vez, de compartirlos?
No sé, la verdad. Lo mejor de mi infancia eran los cuentos que me encontraba por casa, luego los que leí y más tarde los que yo misma escribí. Creo que lo más importante es lo que se lleva dentro, la propensión. La literatura no es un microbio, es un virus que llevas dentro y del que no te puedes desprender. Y eso está muy bien, se lo pasa una estupendamente. No creas que por esa misma razón es fácil, todo lo contrario. Te crea y te plantea muchísimos problemas de forma y de fondo, de cómo llegar más al lector y cómo el propio lector será al mismo tiempo un colaborador (mientras va leyendo, va creando, pues ningún libro es igual para todos).

¿Para escribir hay que haber leído mucho?
Hombre, es aconsejable. Pero no sólo para escribir, sino para saber vivir. La literatura te abre mundos. No se debe vivir encerrado en una burbuja.

¿Qué ha cambiado desde su primer libro, Los Abel, publicado con apenas 20 años, y Aranmanoth, su última incursión literaria?
Uf, mucho. He evolucionado, como es lógico. Uno cambia como persona, pero también como escritora. Antes tenía una idea de lo que era la literatura y ahora esa idea se ha ampliado. He leído mucho más, me he dado cuenta de lo que puedo dar, de las posibilidades que tiene la literatura y, gracias a eso, creo que he mejorado. Al principio, hay frescura y falta de preocupaciones, lo que te lleva a escribir con mayor libertad. De todos modos, se evoluciona, se tiene que evolucionar. Es más, realmente estoy más contenta de mis últimos libros.

¿Qué le preocupa ahora que no le preocupaba antes a la hora de escribir?
Me preocupan las mismas cosas que me preocupaban antes, más muchísimas otras. Y alguna que me preocupaba entonces, ya no me preocupa ahora. Pero como le ocurre a todo el mundo.

¿Vive para escribir o escribe para vivir?
Hombre, ni vivo para escribir ni escribo para vivir. Si hubiera tenido que vivir de mi trabajo, lo último que hubiera elegido es la literatura. Habría procurado ser banquera o empresaria. Pero tengo la suerte de poder vivir de mi trabajo, ha surgido así. Gracias, sobre todo, a los lectores.

¿Fue la literatura un cálido refugio para una niña tartamuda y enfermiza?
Bueno, no puedo decir que fuera un refugio. Lo que descubrí es que era mi mundo. De pequeña estaba bastante delicada de salud, pasé mucho tiempo en cama y creaba mis propias historias. Incluso las sombras de la gente que se colaban por mi ventana me servían para inventarme todo tipo de relatos. Llegué a estar todo un curso escolar en cama, pero casi mejor, pues para ir al colegio con esas monjas tan espantosas… Incluso hacía caricaturas de las mismas, mis compañeras de colegio se las repartían entre ellas y se lo pasaban bomba. Pese a todo, fue una época de mi vida muy bonita, pues cualquier cosa me servía para crear e imaginar otros mundos.

¿Qué motivó el abandono de su carrera como escritora durante casi veinte años?
Bueno, tuve una depresión muy grande de la que me costó mucho salir. La vida ha sido dura conmigo, he tenido que luchar mucho, he tenido que tragarme muchos sapos… Durante todo ese tiempo no sólo me preguntaba para qué escribir, sino para qué TODO. Tenía pensamientos muy malos que no deseo a nadie, pero el Doctor Carreras me sacó de ese pozo sin fondo. Luego escribí un libro para niños, Sólo un pie descalzo (1984), y me dieron el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil. Eso me ayudó también a creer más en mí misma. Más adelante, llegó Olvidado Rey Gudú (1996) y aquí estoy, tan contenta.

¿Qué podemos todavía encontrar de la niña Ana María en sus relatos?
Me temo que casi todo. Yo no he pasado de los catorce años.

¿Qué ha representado para usted ser parte de la conocida como generación de los “niños asombrados”? ¿Por qué se les conocía de esta manera?
La verdad es que esa expresión la inventé yo misma, aunque luego todo el mundo la haya usado. Pero la inventó la Matute. Un día hablando con Jaime Salinas (hijo del poeta Pedro Salinas) me di cuenta de que políticamente nosotros éramos lo que nuestros padres eran. Fundamentalmente, no fuimos niños rojos, ni fascistas, ni franquistas, ni nada de nada. Fuimos simplemente niños asombrados. Nos preguntábamos qué estaba pasando, por qué se mataban, por qué no se querían… Había hermanos en trincheras rivales y eso no tenía explicación para nosotros, como niños que éramos. Hasta entonces, para mí, la muerte había sido una palabra, no un señor muerto en el suelo. Jamás olvidaré eso, ni tampoco los horribles bombardeos o el repiquetear de las ametralladoras. Ni te imaginas el miedo que da. La guerra es terrible. Durante y después. Pero, bueno, no hablemos de eso, que da mucha tristeza. Todos cometieron atrocidades.

Los niños de entonces se asombraban, como usted ha afirmado, con las disputas a muerte entre hermanos. ¿Con qué se asombran los niños de hoy en día? ¿Cree que todavía existe la capacidad en los niños de asombrase, de imaginar?
Antes, alguna niña tonta se podía asombrar con Caperucita Roja. Hoy en día, no. Pero tienen otra Caperucita Roja. Los niños tienen la misma capacidad de asombrarse que en mi época, lo que cambian son las formas.

¿Prefiere la realidad o la fantasía?
La línea que separa la realidad de la fantasía es muy fina. La fantasía juega con la capacidad de asombrarnos con cosas que nos intrigan o maravillan.

¿Qué papel juega la imaginación en su literatura?
La misma que en mi vida, un buen papel. Sin imaginación somos como la tierra sin agua, nada germina. No es posible la vida.

Si tuviera que definir la vida, ¿diría que es magia?
Hombre, y algunas cositas más. La vida es lo único que tenemos, lo único que nos regalan. Cuidémosla, no la estropeemos. La vida es una equivocación maravillosa.

¿Se considera una persona comprometida políticamente? ¿Son sus textos un reflejo de su compromiso?
De política no hablo.

¿Cree que las nuevas tecnologías han cambiado el proceso de creación de los escritores?
A lo mejor a otros sí, a mí no. Yo sigo escribiendo a máquina. No me sirve un ordenador porque no corrijo mientras escribo, sino después.

En algunas ocasiones ha ejercido como profesora universitaria, ¿con qué aprendizaje le gustaría que se quedaran sus alumnos? ¿Cuál sería la mejor “herencia” que podría dejarles?
Me gustaría que se quedaran con la libertad literaria. No hay que doblegar a nadie para intentar que se ciña a lo que se lleva en cada momento, sino intentar ser uno mismo. No hay más que una forma de escribir. ¿Cómo? Bien. Sólo se puede escribir bien. Todo lo demás son zarandajas.

Indagamos un poco más y le preguntamos, ¿qué libro podemos encontrar actualmente en su mesilla de noche?
Si te lo digo, no te lo vas a creer. Estoy leyendo un libro de chismes sobre la Duquesa de Medina Sidonia. Ten en cuenta que he estado ocho meses sin poder hacer gran cosa, ni leer, debido a un pequeño problema de salud que me ha tenido convaleciente, y no sé por qué me ha dado por leer esto…

Para terminar, ¿nos podría recomendar sus 10 libros favoritos?

  • La Reina de las Nieves, de Hans Christian Andersen
  • Demian, de Herman Hesse
  • Cumbres borrascosas, de Emily Brontë
  • Los hermanos Karamazov, de Fiódor Dostoyevski
  • Guerra y paz, de Liev Tolstói
  • En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust
  • El Quijote, de Miguel de Cervantes
  • El Marqués de Bradomín, de Ramón María del Valle-Inclán
  • Ulises, de James Joyce
  • Huckleberry Finn, de Mark Twain

VER ENTREVISTA PUESTA EN PÁGINA (siempre queda más bonito)