Sin embargo el mundo en una de sus múltiples divisiones también se divide entre los que leen y los que no lo hacen. A los lectores les gusta participar en las mil historias que los libros proporcionan, disfrutar emocionándose al observar las pasiones humanas, las aventuras vividas por personajes de los que acaban enamorándose, los testimonios reales de los que sufren el mundo.
A los lectores les encanta que les mientan desde las páginas de un libro, les gusta imaginar otros universos posibles. Los lectores pueden observar la vida a través de un millón de prismas. A los no lectores, pobre gente, solo les queda la televisión.
El librero que ama los libros y vive con ellos, afirma, que a la tercera frase de una conversación puede distinguir al lector del no lector. La capacidad para expresar ideas, el vocabulario adecuado para hacerse entender, la visión tolerante del mundo, proviene siempre de lectores habituales.
Es verdad que los lectores habituales somos muy pesados, nos pasamos la vida intentando convencer a otras personas para que lean libros que nos han gustado. Este librero, que tiene esa costumbre por obligación, tiene también amigos, algunos íntimos, que no leen, y se ha pasado la vida intentado que se aficionaran con alguna novela excepcional.
Todo ha sido inútil, intentan leer pero no pueden. La falta de costumbre ha conseguido que apenas comprendan lo que leen, una pena.
He llegado a la conclusión de que los lectores hacemos mal con nuestro proselitismo lector. Si no quieren leer, que no lean, ellos se lo pierden...