Análisis de "Adiós Gary" (quiero ser Gary Cooper)

Publicado el 28 enero 2011 por Fimin

Perdido en medio de la nada, un barrio obrero despoblado ya hace años, en el que algunos, por gusto más que por necesidad, deciden quedarse: allí nacieron y allí se criaron… Entre ellos Francis, un obrero cumplidor que sigue cuidando la máquina con la que ha trabajado toda la vida; Samir, su hijo, que vuelve al barrio tras largos años de ausencia, y también María, la vecina que vive sola con su hijo José, empeñado en que su padre es Gary Cooper.

"Nunca trates de averiguar por quién doblan las campanas,
están doblando por ti."

Gary Cooper

¿Cómo imaginar una película donde aparece Gary Cooper si no hay buenos y malos? ¿Cómo, si no vemos ese destino manifiesto en el rostro de cada uno de esos hombres y en la soledad de cada uno de esos paisajes? ¿Cómo ver un western sin que se te seque la boca? ¿Cómo, sin que se te pase transcribir alguna frase en un papelito que luego olvidarás?

Aquí, en “Adiós Gary” (Nassim Amaouche, 2009) no hay ninguna frase, quizás algunas palabras y las vías del tren, pero no existen esas frases sentenciosas del western, no existen esas apariciones estelares que acallan a los presentes y mucho menos esa épica con la que el cine americano habla de sí mismo. “Adiós Gary” no es un western y sin embargo creo es necesario hablar del western para entender esta película. O por lo menos saber, más o menos, que es el western, de que va, quienes son o donde están, porque aquí algo se respira que también es respirado en aquellas.

La película comienza con un coche sobre unas vías. Las vías parecen ser de una mina, un túnel cavado en la tierra. El coche asciende hasta salir a la luz. Así empieza.
Cuando Michael J. Fox viaja al lejano oeste en “Regreso al futuro III” (Robert Zemeckis, 1990), sufre una serie de infortunios, con los indios, con los borrachos, con sus antepasados, etc, pero el último de ellos es que para regresar a su presente debe conseguir que su máquina del tiempo alcance una velocidad que para el siglo XIX era inaudita. Con ayuda de su inseparable amigo, el Doc, llegan a la fórmula para conseguirlo. Para que Marty pueda alcanzar la velocidad que lo lleve al futuro. Está simplemente consistía en que el Delorean fuese empujado por una locomotora al límite de su potencia. Y lo logran, él regresa al futuro, y más o menos, fin de la película.

En “Adiós Gary” aquí comienza la historia. Como si el protagonista, que viaja evidentemente en ese coche que asciende sobre las vías hacía la luz, viniese de ese pasado fílmico, como si está película anunciase en primer término el lugar del cine del que viene, y ese origen arraigado al western no hace más que condicionar toda su lectura posterior, hasta el punto de creer ver a Gary Cooper en la oscuridad.

Paralelamente, en lo particular, no deja de ser también un saber de dónde vengo, ya que volver a películas como “Regreso al futuro” es viajar a los orígenes del cine en mí.
Sin embargo, y más allá del lugar de esta película en el cine, su historia parece narrar un viaje inverso, un viaje al pasado, al pasado hoy. El protagonista sale del túnel para llegar al pueblo donde nació, y donde todavía vive su padre, su hermano y amigos.
El pueblo es uno de esos pueblos fabriles en decadencia, semi-abandonados, como aquellos que podemos encontrar si nos desviamos de la carretera nacional o nos bajamos del tren inesperadamente. Un pueblo donde su energía se redujo en proporción a su éxodo, donde los movimientos son mínimos, donde apenas sopla el viento y la tierra no se agita. Es el lejano oeste a la hora de la siesta. Solo sol y algún vecino sentado en la puerta de su casa. Murmullos.

El padre sigue trabajando en la antigua fábrica donde alguna vez trabajó. Su hermano es el reponedor del supermercado y su amiga lleva la barra del bar. Todos parecen ocupar los puestos necesarios como para que el pueblo siga viviendo en ellos. Algo así como en el lejano oeste, donde cada pueblo, por muy incomunicado que estaba, tenía su barman, su borracho, su puta, su piano, su sheriff, su héroe y sus indios acechantes. Este lugar es como cualquier lugar en aquella época, pero hoy, con su actualidad, con droga, camisetas del barça, trabajos precarios, medicamentos, desempleo y mercedes bens sobre raíles.

Y si seguimos emparentando un poco más “Adiós Gary” con el western, podemos incluso resaltar un carácter de esta película que, sin el reflejo contra aquel otro cine, no percibiríamos. Y esto que se hace evidente es la falta de pretensiones. La falta de pretensiones de sus personajes, de sus tramas y miradas, la falta de intención en la historia de esta gente, de este pueblo y de la película misma. Y este espacio en el que cae deja el calificativo en un lugar incierto, ya que no es una película que se haga odiar y tampoco te vuelve loco, en cambio, “Adiós Gary” me deja indiferente, e indiferente no puede ser un término despectivo naturalmente. Indiferente la película y su historia, incluso indiferente sus posibles roces con un tipo de cine que nunca me alumbró demasiado, como es el western, y un cine que deje de ver hace mucho tiempo, como es el financiado por Steven Spielberg.
Es la épica de la indiferencia.

Ariel Fernández Verba