FOX no es una de las cadenas con peor fama del mundillo por casualidad. Más allá de sus conocidas estrategias para quemar las series antes de tiempo como pasarlas al horario mortal del viernes, el canal de Expediente X y Los Simpson es famoso por arruinar sus mejores producciones con la única intención de seguir explotando la gallina de los huevos de oro hasta que la audiencia no supera los ocho millones de espectadores (sin contar el excepcional caso de Fringe).
Otra que iba directa al saco de esas ficciones maltratadas era House, con un desgaste más que evidente desde el final de su sexto año, ya sin Cuddy (Lisa Edelstein), y con constantes amagos de abandono por parte de todos los miembros del reparto. Una situación que según el comunicado oficial, el propio creador de la serie y Hugh Laurie, productor ejecutivo, decidieron zanjar por voluntad propia otorgándole un final realmente digno al personaje. Por supuesto, los 7 millones de espectadores de media que estaba cosechando la octava temporada frente a los 17 de sus primeras entregas no tenían nada que ver...Porque como el propio doctor nos recuerda por enésima vez en esta última consulta, "todo el mundo miente", pero solo hay uno que se sale siempre con la suya sin que le pillen.
Tenéis el análisis completo del final de House tras el salto.
Antes de desgranar el último capítulo y reconociendo sin tapujos que la serie no ha terminado en su mejor momento, creo necesario precisar cuál debería haber sido esa conclusión ideal para una de esas series que inauguraban a comienzos de siglo la fiebre actual por la ficción catódica, y que por desgracia, han ido sucumbiendo una a una al desgaste sufrido por la falta de planificación y el fan-service (elegid cualquier ejemplo entre Prison Break y la reciéntemente finalizada Mujeres Desesperadas). Porque más allá de uno de los procedimentales mas currados de nuestro tiempo, la historia que nos ha contado House, como su propio nombre indica, es la de su personaje principal, y esta terminó cuando Gregory tocó fondo.
En 2004 nos presentaron a un Sherlock Holmes médico (la referencia no es gratuita), una eminencia en su campo que chocaba por su carácter maquiavélico y narcisista, drogadicto, solitario y completamente despiadado a la hora de conseguir sus objetivos. Por supuesto, el atractivo principal de la serie radicaba en las frases lapidarias y las jugarretas de su protagonista, pero la trama nunca dejó de lado el análisis de la personalidad House perfilando una caída gradual. El progresivo aumento en el abuso de sustancias, los enfrentamientos con su equipo, investigaciones externas, el psiquiátrico y finalmente la cárcel han sido todas las estaciones por las que ha pasado House en su viaje a los infiernos. Si al principio esa evolución se iba notando en las acciones del personaje, cuando éste llegó a un punto tan extremo en el que los guionistas solo podían envilecerlo más haciendo que se comiera un cachorrito, su personalidad empezó a fluctuar hasta el punto de no corresponderse con sus actos reduciendo todo este dilema fraguado durante tantas temporadas al cliché del rebelde sin causa, a la eterna e inútil conversacion moralizadora en el despacho de Wilson.
No hay más que echar un vistazo a las tramas de este último año una vez quemado el último cartucho (relación con Cuddy) en la nefasta séptima entrega: localizador policial en el tobillo, enamoramiento de una modelo rusa, mucha atención para un personaje tan prescindible como Chase... Incluso el propio creador de la serie, David Shore, confesó días antes del capítulo final en una entrevista a Collider que no tenían pensada ninguna conclusión para la historia hasta bien avanzada esta última temporada (podéis leer sus declaraciones en inglés aquí). Al final, el detonante elegido para el clímax ha sido la enfermedad de Wilson, el cáncer del oncólogo, la última broma cruel de esta serie y un recurso tan facilón como efectivo.
Ese drama se ha complementado con la última jugarreta de Greg. Una acción que termina costándole la sentencia firme de cárcel a pesar de que durante estos ocho años le hayamos visto cometer una variedad de crímenes más que suficiente como para cinco cadenas perpetuas. Pero no, reventar un retrete es la gran fechoría por la que terminan castrando al personaje, sentenciado a seis meses de prisión frente a los cinco de vida que le quedan a su mejor amigo. Porque haber condenado a House a cinco meses y un día hubiese sido demasiado obvio...
Mientras nos contaban todo eso deprisa y corriendo a modo de flashback, la acción del episodio final nos mostraba al personaje en un infierno físico, un refugio para drogadictos, oscuro y siniestro, que para colmo estaba ardiendo. House, hasta el culo de heroína, alucinaba oportunamente con todos aquellos personajes que ya no están presentes en la historia (menos con Cuddy, que no ha habido forma de convencer a Lisa Edelstein) hasta que se decidía finalmente por darle un cambio a su vida. En estas que Wilson y Foreman descubren el paradero de su amigo y llegan a las puertas del lugar en ese momento exacto de catarsis personal para el personaje, un instante que resulta ser también el elegido por el edificio para sucumbir definitivamente a las llamas en una grandilocuente y purgadora explosión. ¿Es posible orquestar un clímax más manipulador y maniqueo? Sí, y también es posible que incluso acabe funcionando, solo hay que darle otro nivel al concepto de manipulación...
Tras el funeral de rigor, que junto a las bodas son siempre la excusa ideal para juntar físicamente a la mayor cantidad posible de intérpretes que hayan pasado por el reparto de la serie, se desvelaba el pastel. "Salí por la puerta trasera" es la respuesta de House ante la cara de incredulidad de Wilson, una expresión que no tarda en convertirse en felicidad ante las expectativas de pasar sus últimos meses de vida junto a su mejor amigo por las carreteras cual "easy rider". Salió por la puerta trasera...y fue corriendo al mercado negro para orquestar una trama de cambio de identidad indetectable para el Princeton Plainsboro, el hospital de la cárcel, y en general, cualquier lugar con registros médico de House, ahora falseados con la identidad del cuerpo del paciente encontrado en el lugar del siniestro (que nunca llega a funcionar realmente como Pepito Grillo involuntario del protagonista durante su estancia en el hospital).
Si nos ponemos fríos, estamos hablando de una conclusión oportunista, torpemente construida (David Shore se ha regalado la dirección del episodio final en una mala decisión a todas luces) y que hace aguas por todos lados, pero aún así, ha funcionado. Esta estratagema ha servido para homenajear al lema de la serie, "todo el mundo miente", hasta su máximo exponente y consecuencias. Sí, es un "jappy ending" -a cinco meses vista- de manual, pero por lo menos es coherente con esa historia que empezaron a contarnos hace ocho años y de la que ya nadie esperaba ni siquiera un buen guiño. Se trata de una conclusión digna, nada más y nada menos. Ni un éxito rotundo, ni un sonoro fracaso. Lo justo y necesario para recordar al personaje con media sonrisa el los labios, con la mueca entre maliciosa y picarona del que ha conseguido exactamente lo que andaba buscando sin importar los medios empleados, ¿Os suena?