Nota: 3
El año pasado ya mostramos nuestro cabreo e indignación ante una sexta temporada de Supernatural que si bien no fue peor que ver a Sandra Bullock ganar un Oscar de la Academia, se le acercaba peligrosamente. El crímen ha estado en querer alargar la gallina de los huevos de oro hasta límites insospechados. Todo fan de los Whinchester sabe que la serie tenía que haber puesto punto y final en la quinta temporada, porque ¿Qué hay más grande que el Apocalipsis? Seguramente nada, y esa está siendo la gran losa de la producción del canal CW durante estos dos últimos años, el no poder encontrar un línea argumental que vuelva a captar el interés que suscitaba esta antaño gran serie. El análisis completo de la séptima temporada, tras el salto.
Como comentábamos, aunque la sexta entrega de Supernatural nos regaló grandes capítulos que la salvaron de caer en la mediocridad más absoluta, contando con un final de temporada espectacular que nos aventuraba a un Castiel como la próxima némesis de Sam y Dean, la sensación general fue de decepción, y este año se mantiene. Esa interesante premisa final que es arrojada por tierra desde el primer capítulo de la séptima temporada, ya que en vez de jugar con la línea argumental de Castiel, el Dios vengativo en la tierra con su régimen dictatorial, han optado por arrebatarnos de un plumazo ese caramelito de la boca para presentarnos a Los Leviatanes, unos seres mitológicos que el mismo Dios decidió encerrar en el purgatorio dado que son la madre de todas las plagas. El resultado no podía ser más desastroso al tener que soportar unos enemigos tan carismáticos como Colin Hanks en la sexta temporada de Dexter.
La séptima entrega ha llegado a un nivel de sopor tan abrumante como la filmografía entera de Steven Soderbergh, de hecho, incluso da la sensación de que han ido improvisando sobre la marcha un año más. La inesperada desaparición de Castiel durante casi toda la temporada supuso un duro golpe para la serie del que difícilmente se recuperó, ya que resulta uno de los personajes imprescindibles al igual que el tándem de hermanos, cuya vuelta fue cuanto menos poco o nada verosímil y metida con más calzador que Jeremy Renner en Misión Imposible 4. Lo mismo sucede con Bobby y una muerte que pretende ser un giro de guión inesperado, pero que realmente acaba tornándose en un drama innecesario que poco o nada aportaba para revitalizar el argumento carente de cualquier emoción.
Pero si algo se hecha de menos en una temporada de Supernatural es el humor que hacía que esta serie brillase durante cinco exitosas temporada. La inteligencia de la ficción de CW siempre ha radicado en su facilidad para saber parodiarse a si misma con continuos gags referenciados al cine u otras series (¿Quién no recuerda al Doctor Sexy?). Este año, el humor ha estado más ausente que en una gala de Los Morancos, siendo los procedimentales de siempre los que han rellanado básicamente la estructura narrativa de la séptima temporada. Sin olvidarnos de Sam y su
Posiblemente, los últimos capítulos logran elevar algo el listón, y es que tras casi veinte episodios sin divisar ni demonios ni ángeles, tan solo con la mera presencias de estos (por repetitiva que sea, la serie implora que vuelvan) ya hace que Supernatural suba enteros desde el oscuro pozo en que había metido. Eso sí, Dick Roman (James Patrick) y sus Leviatanes (cada vez que mostraban los colmillos daba más vergüenza ajena que los dinosaurios de Terra Nova) han pasado a la histroria como los villanos de Supernatural más intrascendente rematándolo en un final de temporada pésimo donde una vez acabado con Roman, Castiel y Dean quedan expuestos a los peligros del purgatorio.
Como ya sabréis, ya está confirmada la octava temporada, y es que a pesar de esta debacle, la serie sigue con unos números aceptables para la cadena. No obstante, sería conveniente replantearse seriamente si Supernatural merece otra oportunidad para remontar el vuelo. Honestamente, solo la aparición de Dios como último ser mitológico en ser retratado en la serie podría devolver algo de grandeza de una historia que nunca debió haberse prolongado más allá de una quinta temporada.