Anastasia

Publicado el 08 diciembre 2019 por Universo De A @UniversodeA

Sí fue un sueño… pero un hermoso sueño, o, encuentra el camino, Anastasia

Sinopsis y ficha técnica

“Anastasia” es un musical basado en la película de animación de Fox (ahora propiedad de Disney) de 1997, con libreto de Terrence McNally, música de Stephen Flaherty y letras de Lynn Ahrens.

Tras un periodo de prueba en Hartford, el espectáculo se estrenó en 2017 en el Broadhurst Theatre de Broadway y fue nominado a dos premios Tony.

Una gran producción con una espectacular puesta en escena, que incluye las dos famosas canciones de la película, “Journey to thePast” y “Once Upon a December”.

Madrid será la primera ciudad europea donde se estrene este musical que triunfa actualmente en Broadway, donde ha recibido grandes críticas. The Wall Street Journal, The New York Times o Variety, entre otros medios, han aplaudido la calidad de esta gran producción que llega al teatro Coliseum, en la Gran Vía de Madrid el 4 de octubre.

Jana Gómez es Anya – Anastasia
Iñigo Etayo es Dimitry
Javier Navares es Vlad
Silvia Luchetti es Lily
Carlos Salgado es Gleb
Ángels Jiménez es La Emperatriz
José Navar es Cover de Vlad

Andrea Currello Cantante, Cover de Condesa Lily y de Emperatriz Viuda
Diego Rodríguez Cantante, Cover de Dimitry y Gleb
Juan Bey Cantante y Cover de Vlad
Marc Flynn Cantante y Cover de Dimitry
María Arévalo Cantante y Cover de Anya
Marta Malone Cantante y Cover de Emperatriz Viuda
Rafael Granados Cantante y Cover de Gleb
Xènia García Cantante, Cover de Anya y de Condesa Lily

Jaime Soriano Bailarín y Dance Captain
Alberto Escobar Bailarín
Anna Coll Bailarina
Antonio Fago Bailarín
Esteban Verona Bailarín
Morena Visci Bailarina
Paula Arévalo Bailarina
Pep Guillem Bailarín
Rosa Planchart Bailarina
Vivec Llera Bailarina

Dirección: Darko Tresnjak
Producción Stage Entertainment España Libreto: Terrence McNally Traducción Libreto: Zenón Recalde Letras: Lynn Ahren Traducción de letras: Roger Peña
Musica original: Stephen Flaghert
Orquestaciones: Doug Besternan
Coreografía: Peggy Hickey Escenografía: Alexander Dodge
Vestuario: Linda Cho
Iluminación: Donald Holder
Sonido: Peter Hylenski
Peluquería: Charles G Lapointe
Proyecciones: Aaron Rhyne
Supervisor Musical Original:  Tom Murray
Arreglos Vocales: Stephen Flaherty
Arreglos Coreografías: David Chase

Comentario previo

Bueno… desde que fui a este musical supe que, a la hora de escribir el artículo que incluiría la crítica, esta me iba a dar mucho trabajo, básicamente porque hay tantos temas paralelos y transversales interesantísimos que quiero tratar… de modo que me va a salir uno de esos artículos míos larguísimos pero, probablemente, también interesantísimos… o eso quiero creer.

Por otro lado, me alegra publicarlo ahora, pues, al igual que la película y la canción, mi crítica podrá ser leída “Una vez, en diciembre…”.

Así pues, paso a abordar los siguientes temas:

Cuestiones personales:

Al contrario que para muchos, “Anastasia” no fue la primera película con la que conocí Don Bluth (en su etapa independiente fuera de Disney, obviamente), fue precisamente una familiar quien, para hacerme ver que había cine de animación de calidad más allá de Disney, me regaló “Pulgarcita” (un excelente filme de la Warner, hoy, injustamente, bastante olvidado)… si esto hubiera pasado hoy día, me hubiera faltado tiempo para investigar a Bluth de arriba a abajo y profundizar en su filmografía… pero sucedió en los tiempos del VHS, en esa primera época del entretenimiento doméstico (parecida a cuando salieron los primeros registros sonoros) en la que poseer una cinta ya era un lujazo, una colección videográfica una excepción (y de hecho, superados los prejuicios, comenzaba a adquirir un prestigio parecido al de tener una buena biblioteca)… en cualquier caso, y a pesar de que se haya dicho mucho que hubo un altísimo porcentaje de mercado pirata en este sistema, yo francamente, nunca lo llegué a conocer; es más, lo que recuerdo de esta época, y más en contraste con la actual, es que la información, la cultura, comenzaba a circular, pero circulaba lo justo… es decir, que no es como hoy que, con cierta (y muchas veces asombrosa) facilidad podemos conseguir cualquier tipo de documento de nuestro interés.

Así pues, “Pulgarcita” me pareció en su momento la excepción que confirmaba la regla, pero cuando conocí “Anastasia”, precisamente gracias a esa misma familiar, me di cuenta de que aquello daba más de sí, y que era posible que hubiera más excepciones de las que imaginaba… como ya digo, por desgracia, no tuve la oportunidad de ir más allá porque no era una época en la que fuese fácil acceder a la información y menos dónde vivía en aquel tiempo.

Con todo, si en un pasado me había fascinado la revolución francesa, esta película prendió la llama de mi interés sobre la rusa, y fue gracias a ella que me puse a investigarla profundamente, y a dejarme fascinar por la decadencia del zarismo, la crueldad y espíritu vengativo revolucionario, el cómo se destruyó un legado de siglos (el propio principio de la película no podría ser más atrayente: “hubo una vez una época, no hace demasiado tiempo, en el que vivíamos en una edad dorada… de grandes palacios, grandes fiestas… corría el año 1904, y mi hijo, Nicolás, era el zar de la Rusia imperial. Celebrábamos el tricentenario de nuestra dinastía (…) tantas vidas fueron destrozadas aquella noche… lo que siempre existió, desapareció para siempre…”), los personajes que pulularon por su fin… sí, el arte, y el cine muy concretamente, muchas veces tiene la virtud (aunque le falte exactitud, pues al fin al cabo es ficción) de crear el interés por otras cosas y llevarnos a ellas, y eso siempre es bueno. Y por supuesto por el fascinante misterio histórico, que siempre tiene encanto, de si sobrevivió alguien… quizás, porque te hace sentir como que estás intentando desentrañar algo, siendo realista (y más con los medios que tenía) sabía que nunca lo conseguiría, pero, siempre disfrutas averiguando más.

Así pues, la película de “Anastasia” tenía demasiados factores para gustarme: su delicioso decadentismo, su misterio, el ser un musical o enlazar con la mejor tradición de princesas Disney… la hicieron convertirse en una película icónica para mí.

Bueno, no sólo para mí, porque uno de los mayores halagos que se pueden decir de “Anastasia” es que mucha gente está convencida de que fue producida por Disney, su calidad es tal que la confunden con una de las producciones de la época dorada de la compañía… hoy día, con la compra de la Fox por parte de esta, pues ya es así, pero, en su momento, era una película de otra empresa, un intento por hacerse con algo del rico pastel del cine de animación que ya había dejado su decadencia atrás. En fin, miremos la parte positiva: quizás próximamente veamos paseando por los parques de Disneyland, tal y como ya lo hace la Princesa Leia, a la Princesa Anastasia, y tal vez, incluso a Los Simpson (aunque sí, hasta yo empiezo a preguntarme si el poder de la compañía del ratón Mickey no será demasiado).

La Gran Duquesa Anastasia, Anna Anderson… y demás: 

La mayoría de la gente asocia la revolución rusa al comunismo, es decir, cayeron los zares, y hala, marxismo. No fue así. En ciertos aspectos (también fue casi dos siglos más tarde) la revolución rusa fue más compleja que la francesa, pues de hecho, realmente, la constituyeron dos revoluciones: la de febrero, en la que cayó el zarismo (pero era una revolución burguesa, republicana) y la de octubre, en la que se alzó el comunismo.

Lo primero que debemos comprender de la historia de Rusia, es que, si la analizamos, siempre fueron un siglo por detrás de lo que pasaba en el resto de Europa. Si eso es bueno o malo no me meto, cada país y cada cultura tiene sus particularismos, necesidades y no hay que juzgar o pensar que sólo porque algo te vaya bien a ti, a los demás tiene que irles también. Pero el hecho es que a principios del siglo XX, el Imperio ruso seguía siendo una monarquía absoluta, posiblemente de las que retenía más poderes en Europa (Austria también lo era, por ejemplo).

Para entender la caída del zarismo, debemos entender que, si el XIX fue la época de formación de imperios (especialmente coloniales), estos fueron cayendo a lo largo del siglo siguiente, a medida que las ideas nacionalistas cobraban auge… Rusia era uno de esos gigantes enfermos. Tras las distintas alianzas del alemán Bismark para establecer un equilibrio europeo, se dio la llamada Belle epoque, así conocida porque fue el periodo más largo de paz en Europa… pero todo estalló brutalmente con la primera guerra mundial: en cuestión de días, y como fichas de un dominó, aquellas alianzas tan hábilmente trazadas, sólo sirvieron para que todos los países se declaran la guerra entre sí, arrastrándose unos a otros. De hecho, el Imperio ruso no estaba preparado para una guerra convencional en esa época, y mucho menos para la que acabó siendo la primera guerra mundial, que fue de todo en vez de la “guerra relámpago” que se esperaba.

Para colmo, en la familia imperial ya había problemas: Nicolás II heredó el trono muy joven, y con motivo de su coronación, se produjo la tragedia de Jodynka (una celebración pública, llevada a cabo con toda la buena intención del mundo, que acabó en un caos durante el cual murieron y resultaron heridas varias personas) que parecía ser un adelanto de la inevitable mala suerte que sacudiría su vida y su reinado y que todas sus buenas intenciones no podrían evitar… sí, llegaría a celebrar el tricentenario de su dinastía (falso por otra parte, tecnicamente la dinastía de los Romanov había cambiado hace mucho, pero siempre se mantuvo el apellido, como en otros países como Mónaco), pero sería el gran último festejo del zarismo, su canto de cisne. Por si las cuestiones políticas fueran pocas (y no lo fueron) en el seno de la Familia Imperial existía un gran y peligroso secreto, la Zarina Alejandra, alemana de origen y directa descendiente de la Reina Victoria, había heredado de esta la enfermedad de la hemofilia, que las mujeres sólo pueden traspasar, con resultados mortales, a sus hijos varones, así, el Zarevich, el heredero de todas las Rusias, padecía una enfermedad que provocaba que, cada vez que la sangre no coagulase, y, por tanto, la más mínima herida era mortal (esto también pasó en España y fue una de las razones que destruyó el matrimonio de Alfonso XIII y Victoria Eugenia; si a ellos esta cuestión los separó, en cambio a los zares los unió más); debido a esto, la zarina había buscado y confiado en los personajes más variados… el último de ellos fue el más peligroso: Rasputín, al que ella quiso mantener a toda costa a su lado, incluso a pesar del descrédito de su reputación y de la propia monarquía, convencida como estaba de que sólo él conseguiría salvar a su hijo. Cuando el vil sacerdote fue asesinado por miembros de su propia familia, previamente, este le envío una carta advirtiéndole de que si esto pasaba, ella y toda su familia morirían. El fatal augurio se cumpliría.

El resto ya es historia: la gran guerra deja exhausto al zarismo, Nicolás II excluye de la sucesión a su hijo (por las razones que ya imaginaréis, también excluyó a sus hijas, aunque las mujeres podían reinar en Rusia, de hecho, algunas de sus  monarcas más prestigiosas fueron mujeres) prefiriendo abdicar en su hermano el Gran Duque Miguel que rechaza la sucesión debido a las presiones… y mientras todo esto pasa, se acaba produciendo la revolución de febrero y se proclama la república. La situación de la Familia Imperial cada vez se vuelve más complicada, y cambian su residencia continuamente, entre otros sitios a la terrible Siberia; son un problema, una incomodidad, no se sabe muy bien qué hacer con ellos (llegaron a valorar marcharse a Inglaterra, de quienes eran familiares, pero este país prefirió no acogerlos. Alfonso XIII de España, en cambio, intentó salvarlos, como a tantas otras víctimas de la guerra, mediante su Oficina de la guerra Europea). El nuevo gobernante, Kerensky (que hasta valoró autonombrarse zar), sin embargo, está decidido a mantener la credibilidad de Rusia y sigue en la sangrienta guerra mundial… facilitando la revolución de octubre, y la llegada del comunismo.

Y la Familia Imperial experimenta su último traslado, a Ekaterimburgo, y las últimas humillaciones. No durarán demasiado. Nadie está seguro de quién dio la orden (aunque la mayoría de los historiadores sostienen que efectivamente fue Lenin) o de si estas personas actuaron por su cuenta y riesgo, teniendo en cuenta la cada vez mayor proximidad y poder del ejército blanco (rusos monárquicos); pero el hecho incuestionable es que un día, se anuncia a la antigua Familia Imperial que deben bajar al sótano para hacerse una fotografía; según lo han hecho y se han colocado, los únicos artefactos que ven aparecer no son para sacar fotos, sino balas, y los proyectiles de las mortíferas armas impactan sin previo aviso en los antiguos monarcas y en sus hijos, menores de edad, niños.

Y a partir de ahí nace la leyenda, ¿qué pasó realmente? hay quien asegura que su muerte no llegó o fue más dolorosa precisamente porque llevaban cosidas joyas a la ropa (a esas alturas considero muy inverosímil que las conservaran y que no se las hubieran encontrado en algún registro). Sus tumbas tardaron mucho en encontrarse, los asesinos, para evitar que sus cuerpos fuesen jamás encontrados u objeto de veneración, los rociaron con acido sulfúrico. Y dos de los cuerpos, en concreto, durante mucho tiempo no aparecieron: los del zarevich Alexis y los de la Gran Duquesa Anastasia… ya tenemos más material para la leyenda.

Pero, ¿por qué se centra toda la leyenda en la hija menor de los Zares, la que menos posibilidades tenía de heredar el trono? bueno, la cosa parece bien fácil de entender, suena improbabilísimo que el Zarevich, con su enfermedad, pudiese sobrevivir… así que, ahí surge la leyenda: una niñita, unas balas que no la terminan de matar pero la dejan inconsciente, un bolchevique que se apiada, una Gran Duquesa que escapa… ¡y ya lo tenemos todo montado para una historia o cuento encantador!.

Como sucedió tras la revolución francesa (en este caso con el hijo de Luis XVI, Luis XVII, candidatura a la que se llegó a presentar hasta… ¡un niño indio!), tras el asesinato de los soberanos, pronto empezaron a surgir rumores de supervivencia de algún familiar, y mayoritariamente de la Gran Duquesa Anastasia. Hubo muchas candidatas a tal puesto, pero, sin duda alguna, la que más destacó y pasó a la historia (la prueba de ello es que, en última instancia, muy libremente o incluso indirectamente, el musical del que hago la crítica se basa en ella) fue Anna Anderson, ¿pero quién fue esta mujer?, ¿una pobre trastornada, hábilmente inducida por un exmilitar para creer que realmente ella era la hija del último Zar?, ¿o tal vez la única y traumada superviviente de la Familia Imperial?… el debate, que incluyó litigios legales varios y una autobiografía titulada “Yo soy Anastasia”, duró años (cuatro décadas, ya solamente, en tribunales alemanes)… no era para menos, todo el mundo se contradecía, unos decían que era ella y otros no… ahora bien, ¿era todo desinterés también por parte de los que podrían haberla reconocido?… al fin y al cabo, supuestamente, los Zares habrían dejado una cuantiosa cuenta en el Banco de Inglaterra a nombre de sus hijos, privando a otros familiares de la suculenta herencia, y ya se sabe que “el muerto al hollo y el vivo al bollo”… y desde luego no faltaron rusos ilustres que la apoyaron (moral y económicamente) y la creyeron… incluso hoy día, y con todas las declaraciones posteriores, la cosa sigue siendo contradictoria y un misterio; aún diré más, hasta con los avances científicos actuales, también las pruebas de ADN hechas han sido cuestionadas, y se encuentran puntos para dudar de su autenticidad (no es para menos: ¿son esos los verdaderos cuerpos de los zares -o más bien, lo que apenas queda de ellos-?, hasta que punto se tiene un resto fiable de Anderson cuando fue incinerada el mismo día que murió?… etc).

Dejando de lado las cuestiones legendarias o si la Gran Duquesa Anastasia o alguien sobrevivió; lo que sí es verdad y seguro, es que la Iglesia ortodoxa rusa acabó canonizando a toda la Familia Imperial rusa y considerándolos mártires por la fe, es más, no es nada difícil encontrar, y adquirir, imágenes de ellos representados como santos (incluso en Madrid).

Y ello resulta especialmente curioso, puesto que, realmente, Rusia ha conseguido reconciliarse curiosamente bien con su pasado (algo que, particularmente, sólo no logramos en España), aunque ya lo había hecho durante el comunismo, incluso durante el periodo Stalinista, sólo hay que ver las creaciones de Eisenstein de “Ivan el terrible”; y fue en la etapa de Yelstin cuando, con gran ceremonia, se enterraron los restos de los Romanov en el panteón de la familia (la iglesia de san Pablo y san Pedro) en San Petesburgo… cierto, no hay grandes posibilidades de restauración monárquica de los Romanov, y muchos rusos reconocen que, verdaderamente, en Rusia sigue sin haber democracia, y que quizás tampoco la buscan o necesitan porque prefieren un gobierno y un líder fuerte que sepa mantener tan desmesurado territorio… pero también es cierto que están lejos de ver el periodo zarista como algo malo (tampoco el comunismo, ¡ojo!, que tal vez Stalin ya no estará en la Plaza roja de Moscú, pero la momia de Lenin ahí sigue, y las estrellitas rojas no se han quitado), es una parte muy importante de su historia, y reconocen sus grandes hitos y monarcas… y en lo que respecta al resto del mundo, bueno, es evidente que los Romanov siguen causando fascinación, sólo hay que echar una ojeada a internet para ver como hay gente que está totalmente fascinada con ellos.

Respecto a los que quedan en la actualidad… bueno, cumplieron el deseo de Alfonso XIII de venirse a España, dónde en la actualidad residen… y, como en la mayoría de las monarquías exiliadas, hay un debate sobre quién es el legítimo pretendiente a un trono, paradójicamente, al menos en este momento, inexistente. En este caso, la discusión se centra en dos ramas, una descendiente de Alejandro II, y representada en la actualidad por María Vladímirovna Románova (que suele utilizar el título de “Gran Duquesa”, o, directamente, el de “Emperatriz y autócrata de todas las Rusias”) y otra de Nicolás I, que hoy día, no he conseguido averiguar por quién estaría representada, puesto que sus dos cabecillas más importantes han muerto, pero que publicitaron sus actividades a través del sonoro nombre de “Asociación de la familia Romanov”. La pretensión más seria, reconocida (por el propio patriarca ortodoxo de Moscú y por tanto de toda Rusia) y aparentemente con más fundamento, sería la primera de ellas, pues sería la sucesión más lógica… pero la segunda rama les debate, entre otras cosas, los coqueteos de uno de sus ascendientes con los revolucionarios (como curiosamente, también pasó en Francia, cosa que, llamativamente, no le impidió al, en su momento, Conde de Provenza, alcanzar el trono como Luis XVIII), lo que privaría a todos sus descendientes de la sucesión… etc… es decir, los habítuales líos de familia, bueno vale, de ese tipo de familias. Curiosamente, los segundos han conseguido que uno de sus miembros fuese el primer Romanov en casarse en Rusia tras la caída de la monarquía, y también ser invitados a la inhumación de restos de diversos familiares… curiosamente y hablando de eso mismo, María Vladímirovna Románova, cuando la última Familia Imperial asesinada fue enterrada, a pesar de ser invitada, al parecer por consejo de la Iglesia ortodoxa, declinó asistir por considerar que no era seguro que fueran ellos… por lo que se ve, que, incluso entre la familia, la leyenda sigue viva.

Las predecesoras directas del musical:

Podríamos hablar de precedentes, pero el musical del que haré la crítica, más que eso, tiene una serie de paternidades mayor o menormente reconocidas (curiosamente, y ello es muy destacable y habla mucho de cómo es el ser humano, en todas ellas se le concede a Anastasia el final feliz que nunca tuvo en la realidad… y ya a nivel artístico, también es curioso descubrir que todos los ejemplos que menciono fueron nominados a premios por sus bandas sonoras).

Ya he hablado de los precedentes históricos, e incluso mencionado alguno literario, pero fueron muchos los que se ocuparon de contar esta historia y hacer que interesara… por lo cual, no tardó en llegar a la pantalla. Estos son los casos que considero más importantes en lo que refiere a la cuestión principal de este artículo:

-“Anastasia” (1956): supuso el perdón de Hollywood para Ingrid Bergman (en sus propias palabras “en Hollywood pasé de santa a puta y luego de puta a santa otra vez”, refiriéndose a su idilio amoroso italiano con Rosellini), que volvía a consagrarse como estrella y gran actriz, al concedérsele un nuevo Oscar por este papel. Ojo, que también lo merecía: su interpretación plasma, con mucha seguridad, quién y cómo fue Anna Anderson (esta murió en los años 80, con lo que estaba viva cuando se estrenó, y de hecho, vivió durante muchos años en EEUU -es más, murió allí-, aunque no precisamente cuando salió este filme) o tal vez la impresión que causaba y por qué pudo resultar tan desconcertante… pero, por supuesto, el filme prefiere dejar muchos cabos abiertos, cosa que Bergman se encarga de interpretar brillantemente dando vida a una chica permanentemente perdida, trastornada, confusa.

Sin embargo, la actriz es de lo poco salvable (el guión es poco o nada consistente y la dirección más bien torpe) de esta cinta basada en una exitosa obra de teatro… pero paradójicamente, esta película del Hollywood clásico es la ascendiente directa de la película de animación, que sigue prácticamente sus mismos pasos (no sólo en el guión, sino incluso estéticamente), pero mejorándola y corrigiéndola hasta convertirse en una obra maestra transformándola en un musical… sin embargo, y a pesar de la incuestionable mejora, ello lleva a que sea fácil preguntarse, ¿por qué el cine de animación podrá plagiar (pues no es el único caso) libremente y ser librado de tal acusación? es un misterio.

-“Nicolás y Alejandra” (1971): no se puede hablar de los últimos Zares, del final del regimen monárquico en Rusia y de cómo este ha sido reflejado en el arte sin mencionar esta excelente obra maestra, que de hecho, fue nominada a seis oscars (mejor película y actriz entre ellos), ganando dos. Muy larga, como todas las grandes superproducciones clásicas que daban los últimos coletazos, exhibiendo la suntuosidad (tan propia de la decadencia) de una forma de hacer cine que agonizaba; nos cuenta exhaustivamente la biografía de los últimos zares. Dado que el final sucede, sin más, en el famoso sótano, no se mete en la pregunta de si alguien sobrevivió o no… pero a la vez, deja la cuestión abierta, pues lo dicho, el filme se interrumpe en ese preciso momento de disparos y gritos.

Contó con lo mejor de lo mejor del cine británico (Lawrence Olivier incluido); y fue rodada mayoritariamente en Madrid (lo sé, a veces uno se pregunta que extrañas ligazones nos enlazan con Rusia… esta película hecha aquí, los Romanov también viven aquí…), de hecho, los palacios que aparecen, son en su mayoría los de Patrimonio Nacional (es decir, los de la Corona española, yo en particular recuerdo ver los exteriores del Palacio Real, del de Aranjuez y sus jardines…) aunque también aparece la Estación de las Delicias (hoy Museo del Ferrocarril, que, por otro lado, sigue prestándose con mucha frecuencia a rodajes de época).

-“Anastasia” (1997): y llegamos a la obra clave, la obra maestra que ha permitido que pueda escribir este artículo y la crítica posterior del musical.

En los años 90, Disney salía de la crisis en la que se había encallado desde la muerte de su fundador en los años 60, gracias a un cambio de timón… pero para ese momento, ya varios artistas de nivel se habían marchado debido a múltiples razones. Don Bluth (y su eterno colaborador, Gary Goldman) era uno de ellos; había aprendido el oficio en los 70, y ahora quería volar solo… de hecho, lo intentó muchas veces como independiente, prueba de ello, es que muchas de sus películas fueron financiadas o distribuidas por distintos estudios (Metro, Fox, Warner…).

El caso es que, para el momento en que se estrena “Anastasia”, Disney está en la cresta de la ola, ha estrenado obras maestras o triunfos año tras año: La Bella y la Bestia, La sirenita o Aladdín son de esa época… y la Fox quiere parte del pastel, así que confía en Bluth para realizar “Anastasia”… y el resto ya es historia. Sólo comentar, no obstante, que el reparto de voces original fue verdaderamente impresionante, toda una colección de estrellas de cine, televisión, e incluso teatro, como Meg Ryan, John Cusack, Kelsey Grammer, Christopher Lloyd, Hank Azaria, Bernadette Peters o Angela Lansbury

Destacar sin embargo que “Anastasia” consiguió el éxito a pesar de que compitió contra un rival titánico (nunca mejor dicho) y para nada despreciable: “Hércules” de Disney, que una vez más, contaba con la banda sonora del genio, del segundo compositor más oscarizado de la historia, Alan Menken (pese a todo, ninguno de ambos filmes de animación obtuvo el galardón -fue el año de “Titanic”-, pero “Anastasia” fue nominada tanto por banda sonora como por canción).

Pero después del ascenso, llegó la caída… y esta fue brutal: la siguiente apuesta de Bluth para fue “Titan A.E.”, un colosal (y justificable) fracaso que hundió definitivamente los Fox animation studios, y que a punto estuvo de destruir también la carrera del animador… o quizás sí lo hizo, porque este desistió durante mucho tiempo de volver a hacer filmes y prefirió centrarse en los videojuegos, pero esa, ya es otra historia… quien sabe si con final feliz, pues las últimas noticias que tengo de él fue que ha intentado un micromecenazgo para hacer un nuevo filme y devolver al cine de animación al lugar que nunca debió perder… ojalá lo consiga.

En cualquier caso, lo que está claro, es que la película de animación de 1997 ha tenido la suficiente repercusión como para que, más de una década después, en 2012, la productora holandesa Stage entertainment, que más de una vez ha traído a España los éxitos broadwayescos de Disney (cuyo triunfo, una vez más, también quiere ser emulado por otros), haya decidido apostar por el filme de la Princesa de la Fox (que ahora quizás sea integrada con las demás de Disney) para un nuevo musical. Para ello se recuperó a los compositores de las canciones de la película original (la banda sonora había estado a cargo del muy eficaz David Newman) Stephen Flaherty y Lynn Ahrens. Como curiosidad extra, decir que, en las primeras lecturas y pruebas varias, Angela Lansbury volvió a retomar el papel que ya había doblado de la Emperatriz viuda… pero nunca llegó a Broadway.

A continuación, el proyecto avanza, evoluciona, pasa el tiempo y tras el preceptivo estreno de prueba fuera de Nueva York, se estrena en esa ciudad en 2017. La producción no gana ningún premio importante pero sí es nominada (aunque, también lo digo, generalmente, en pocas categorías importantes).

Y alguna especial confianza debe tener Stage Entertaiment en Madrid (aunque sólo sea como ciudad de prueba) para que decida que esta debe ser la primera ciudad en Europa en la que se estrene su zarista apuesta; para ello, escoge a uno de los nuevos templos de los musicales por excelencia, el Teatro Coliseum. Y aparentemente no les ha ido mal, la versión musical de “Anastasia” ya está en su segunda temporada (algo que no es fácil de conseguir en Madrid) y les fue muy bien en los Premios del teatro musical… aunque los Max los ignoraron por completo.

En definitiva, un musical teatral con sus luces y sus sombras, pero eso ya es tema a analizar en la…

Crítica

La primera y muy importante advertencia que hay que lanzar a todo el que se plantee acudir a este musical por que le ha encantado la película… es que han cambiado muchísimas cosas, y se podría decir que la obra está más basada o inspirada en el filme, que que sea una traslación de este al escenario (como suelen hacer las producciones Disney, con mejores o peores resultados)… y cuando hablo de cambios, me refiero en todos los aspectos: desde el argumento a las canciones (pocas han quedado tal cual, y casi ninguna en su lugar original en la película), pasando por el vestuario, la estética en general e incluso los personajes… al fin y al cabo, han pasado 20 años, y los creadores del musical buscaron (o más bien intentaron) hacer crecer, evolucionar la película de animación.

La verdad es que, cuando yo me enteré de la existencia de este musical, rápidamente busqué la grabación de Broadway para ver cómo habían transformado la película; de modo que, para cuando llegó el día en el que la fui a ver sobre el escenario del Teatro Coliseum, yo sabía de sobra lo que me iba a encontrar: conocía totalmente las canciones (nuevas y originales con sus cambios) y sabía perfectamente cómo se había modificado el libreto y la historia… de hecho, hasta que finalmente fui, tuve un largo debate conmigo mismo acerca de si merecía la pena ir, y es que, no mentiré, cuando conseguí la grabación neoyorkina y leí el argumento y los cambios que habían hecho… en general supuso una gran decepción.

No obstante, también debo decir que la grabación broadwayesca es asombrosamente mala y experimental (algo poco habitual), vamos, que da la impresión de que se hizo antes de hacer un montón de cambios justo antes de llegar a escena, puesto que lo cierto es que faltan muchos números musicales (muy especialmente repeticiones, recitativos e instrumentales)… en definitiva, que, con todo, y aún conociendo sumamente bien lo que iba a ver, lo cierto es que viendo la obra, me llevé más de una sorpresa positiva; pues lo dicho, ni siquiera la grabación del reparto neoyorkino es fiel a lo que acaba siendo vivir la producción teatral en sí misma.

Terrence McNally, autor del libreto, consideró que la “Anastasia” de Broadway debía ser más “adulta” (a saber qué significa eso) y por tanto decidió eliminar (supuestamente con el consentimiento de los compositores) todo elemento fantástico del filme, así pues, el personaje de Rasputín (villano perfecto teniendo en cuenta lo fascinante que resulta históricamente) desaparece de cuajo.

Tambien es cierto que, si analizamos la película, los personajes van dando saltos de una secuencia animada espectacular y de grandes efectos a otra, y que a veces casi parece que el resto del argumento es una excusa para que ello pueda suceder; de hecho, si nos fijamos, realmente, es lo único que hace el personaje de Rasputín, pensadlo: el descarrilamiento del tren, la pesadilla en el barco durante la tormenta y por último, el enfrentamiento final en el puente de Alejandro… todo lo cual queda muy bien y muy emocionante en una pantalla de cine, ¿pero cómo lo pasas a teatro?, es muy difícil, no imposible, cierto, pero es innegable que cine y teatro no son el mismo medio y en este caso, es cierto que es improbable que lo que ha funcionado tan bien en un medio lo haga en el otro; así que, hasta cierto punto, sí comprendo la necesidad de McNally de hacer ciertos cambios.

Ahora bien, ha hecho demasiados y no ha conseguido aportar nada a cambio, y el mejor ejemplo de ello es precisamente el cambio del villano, de Rasputín por el comisario Gleb, así, si el monje era (como se ha comentado antes) un personaje de acción; el bolchevique simplemente se pasea y da vueltas (literal y figuradamente) por la trama sin mayor trascendencia, es más, podría eliminarsele totalmente de la obra sin mayor esfuerzo (simplemente quitando todos sus diálogos y escenas) y ni nos daríamos cuenta… ya me diréis que clase de villano potente es ese. Y no es por que no pudiera ser un buen antagonista, que podría, pero simplemente, el libretista no está a la altura para convertirlo en tal cosa.

Tampoco considero que consigan un resultado más adulto, pues, desde luego, la explicación de la revolución rusa del musical no es menos simplista que la de la película (y bastante menos emocionante, dramáticamente no funciona tan bien, sin mencionar que debieron utilizar la brillante partitura original de Newman); cierto, se introducen más críticas al sistema comunista (que queréis, la obra no deja de ser estadounidense), y se pasa el foco de Rasputín a Ekaterimburgo como momento climático y traumático… y sí, lo dicho, es más realista, no hay elemento fantástico… pero no más verosímil.

Y es que, con toda probabilidad, el gran problema de esta obra frente a la película, es que comete el fallo que no debe tener ninguna adaptación de filme a musical teatral: no aportar nada más; y lo cierto es que no lo hace, no sabemos mucho más (y los que sí, pues no aportan… el ejemplo paradigmático es la Familia Imperial, que tien más papel, pero no expresan nada más, nada nuevo) sobre los personajes (de hecho algunos directamente nos los cambian) ni se dan argumentos que no estaban presentes antes… sí vale, se introducen una serie de anécdotas o hechos históricos extras acerca de los emigrados rusos (en general, en forma de canción) pero la realidad es que no se encajan bien en la trama.

Para colmo, con tanta variación sobre el argumento original, que lógicamente tiene la obligación de mantener mínimamente (sólo faltaría), McNally no es capaz de hilarlo como es debido, quedándole un puzzle extraño en el que las piezas o no terminan de encajar o sólo lo hacen haciendo fuerza y malamente; así, si en la película original todo iba como un guante y no había un detalle que no estuviese cuidado, en el musical teatral todo son incoherencias y cabos sueltos… cierto, los que hemos visto la película antes ya sabemos qué vamos a ver, y sabemos la historia de memoria, por lo que no necesitamos más explicaciones; pero, estoy convencido de que los que vayan a ver la obra sin tener conocimiento del filme, encontrarán gazapos e incoherencias por todas partes.

No negaré que sí hay cosas interesantes en el libreto, como lo ya mencionado de la profundización en el sistema comunista ruso o convertir Ekaterimburgo en la clave de bóveda de todo; pero, como ya se ha comentado, la adaptación del libreto es tan mala, que ni siquiera consigue hacer que estas ideas inteligentes levanten el vuelo y se quedan en mera anécdota y en un pegote malamente encajado.

Desgraciadamente, todo lo anteriormente dicho se puede decir igualmente del resto de la producción, pero sigamos por partes.

Cuando oí la música de la obra, me costó verdaderamente creer que fuese hecha por Stephen Flaherty, exactamente el mismo compositor que hizo las canciones de la película original, simplemente no lo entendía.

Aunque cómo hacerlo, pues pese a que se pueden destacar algunas cosas positivas (como varios guiños a la cultura y el folklore musical ruso, y ciertos puntos de gran belleza lírica -el cuarteto en el ballet roza lo operístico-), lo cierto es que, ya sea porque la orquestación para el teatro simplemente no funciona (que yo creo que no) o lo que sea, la música simplemente no posee el encanto de la banda sonora original, y todas las canciones originales de la película que han sido modificadas o alargadas para el musical, han experimentado un cambio a peor (el más notorio “Rumores en San Petesburgo”) que hace que añores las que ya conocías (la menos tocada, que se ha quedado prácticamente igual, es, por supuesto, la más famosa y nominada en su momento “Una vez en diciembre”).

Por otro lado, desgraciadamente, entre las nuevas canciones tampoco ninguna supera lo que ya conocíamos… pero no necesariamente por falta de calidad, sino, simplemente, porque son otra cosa, no tienen que ver con el material que esperamos o presuponemos, así que de primeras crean cierto rechazo… pero no es menos cierto que en una primera audición, tampoco consiguen alcanzar del todo la fibra emocional del espectador (algo letal en el teatro, de vocación efímera, y dónde la posibilidad de una segunda impresión la damos pocos) y que incluso algunas suenan un tanto manidas y recuerdan demasiado a números musicales parecidos, del estilo de Lord Andrew Lloyd Webber o de “Los miserables”, hasta el punto de que da la impresión de que se quisiera hacer una versión rusa de este último musical mencionado.

No obstante, sí quiero destacar algunos números musicales muy salientables, como: “My Petesburg”, “We’ll go from there”, “Quartet at the Ballet”, “Everything to Win” o “The Press Conference” (este último número, posiblemente sea la única y mejor aportación al argumento del filme original, pues retrata el circo mediático en torno al caso de la Gran Duquesa Anastasia, mientras que en la película parece que nada de todo ello es público y todo se reduce a un asunto y encuentro familiar).

Por su parte, las letras de Lynn Ahrens, vuelven a demostrar ser sumamente inteligentes (al igual que en la película)… de hecho, uno se pregunta porque no fue ella la que escribió todo el libreto… aparentemente, hubiera sido mucho mejor.

Aunque todo lo anterior se podría considerar pasable, aceptable si no hubiéramos conocido el filme original… hay algo que sí es verdaderamente desastroso, y eso es la poco o nula imaginativa dirección de escena, que además, acaba por resultar torpe y catastrófica. Todos los movimientos sobre el escenario se ven como forzados y muy teatrales, y con unos actores que intentan naturalizarlos a la desesperada.

A todo esto, no ayuda nada la falta absoluta de una auténtica escenografía, y sí, digo falta absoluta, porque para mí, usar unas cuántas proyecciones y hacer un poco de videomapping, podrá sonar muy moderno y muy innovador… pero lo siento, no cuela… tal vez porque ha sido muy torpemente utilizado (hasta el punto de resultar infantiloide, justo lo contrario de lo que busca esta producción), como el resto de los recursos, por otra parte… y es que al final, todo se reduce a dos paredes acristaladas que de vez en cuando se mueven un poco o sobre las que a veces, dentrás o en ellas se proyecta algo… y con eso se pretende reproducir desde San Petesburgo hasta París… podéis imaginaros el desastre y la decepción en este aspecto. La iluminación tiene un punto salvable porque intenta solucionar los desarreglos anteriores, pero es como don Quijote contra los molinos….

Por su parte, el vestuario sin embargo, pese a que prácticamente sólo existe un vestido que sea fiel a los bellos conjuntos que se ven en la película, lo cierto es que debo reconocer que es, de lejos, lo mejor de la producción (con razón siempre fue nominado a todos los premios importantes), muy en parte porque se le han realizado bonitas y brillantes incrustaciones que lucen mucho encima del escenario, además de ser acompañado por una maravillosa bisutería.

Las coreografías no son nada notables… es más, otra vez, las comparaciones con la película resultan odiosas… ¡y más sabiendo que esta es de animación!; dicho de otro modo, que los dibujantes fueron capaces de hacer movimientos de danza mucho más atractivos que un coreógrafo humano, y supuestamente profesional.

Ya sólo queda hablar del reparto artístico, el cual es el típico de cualquier producción de Stage Entertainment (suelen ser diferentes, y sin embargo da la impresión de que siempre son los mismos, pues siempre parecen seguir un mismo modelo): malos actores con voces sin personalidad; no puedes esperar ninguna sorpresa o novedad porque ni está ni se la espera; es un reparto poco arriesgado, diseñado para complacer a un público poco exigente que demanda lo básico y que no le hagan discurrir demasiado… el tipo de público que compra palomitas cuando va al teatro, y que consume este como el aperitivo mencionado.

Con todo, si quiero destacar, para mal, la espantosa interpretación de Jana Gómez como Anastasia, que tiene todo el rato un acento rarísimo (y no, no es ruso); o la extremadamente tópica de Ángels Jiménez como la Emperatriz viuda, que tan poca personalidad tiene, que hasta parece que está haciendo todo el rato una imitación de Vicky Peña.

Con todo, este es uno de esos casos en los que la suma parcial da mucho menos que la suma total, pues yo debo reconocer que, en conjunto, y sabiendo como sabía lo que iba a ver (eso es importante para evitar decepciones, pues he conocido personas que salieron defraudadas de la obra precisamente por eso), yo disfruté el espectáculo y hasta lo recomiendo… ¿qué está muy lejos de ser perfecto? cierto, pero tampoco hay mejores opciones de musical en este momento en Madrid (es bien sabido que “Billy Elliot” por ejemplo, es de vergüenza ajena), y con todo, este al menos es disfrutable si uno es medianamente concesivo… yo por lo menos lo pasé bien y para mí supuso una velada con mucho encanto, la verdad sea dicha.

Quizás, al final todo esto de lo que acabo de hablar se resume en lo que dijo una de las supervivientes de la familia del último Zar tras entrevistarse con Anna Anderson: “No es ella. Pero no importa lo que digas, no importa la verdad, la gente quiere seguir creyendo”, ¿por qué? se preguntarán algunos, pues, tal vez la respuesta sea muy sencilla y primaria: por esperanza, la esperanza de que, después de muchísimo sufrimiento, de incluso haberlo perdido todo, aún haya posibilidades de alcanzar un final feliz. Por eso, la historia de Anastasia, Anna Anderson o quien sea, sigue y seguirá encandilando, porque, en el fondo, no deja de ser una versión más cruda y real de La Cenicienta… y ese cuento da resultado, en todas sus formas, desde hace milenios.