Anastasio Rodrigo Yusto (1868-1882), Arzobispo de Burgos, entre la Revolución y la Restauración. Tesis doctoral de Maria Antonia Benito Rodríguez

Por Joseantoniobenito

Me complace presentarles las conclusiones de la tesis doctoral de mi hermana Marian y que defendió el 15 junio del 2011, en la Universidad Gregoriana, Roma, con la dirección del P. Fidel González Fernández, mscc, y que se titula:  

Anastasio Rodrigo Yusto (1868-1882), Arzobispo de Burgos, entre la Revolución y la Restauración Maria Antonia Benito Rodríguez, Roma, 2011.

Con el presente trabajo de investigación sobre hemos realizado una aproximación al entorno social y eclesial en el que el arzobispo ejerció su ministerio episcopal durante los catorce años en que fue prelado de la diócesis de Burgos, conocer su acción pastoral y su relación con los poderes políticos y eclesiásticos. Los años que transcurren entre su nacimiento en 1814 y su muerte en 1882 estuvieron marcados por profundos cambios tanto en el ámbito mundial como en el nacional: las consecuencias de la guerra de la Independencia, el reinado de Fernando VII, los conflictos ocasionados con las guerras carlistas, la implantación del liberalismo, la desamortización y exclaustración. Su pontificado en Burgos se inicia en uno de los momentos más álgidos de la historia de España, la Revolución de 1868 que supuso el destronamiento de la monarquía borbónica en la figura de Isabel II y el inicio del llamado sexenio democrático. A lo largo de estos seis años que transcurren entre septiembre de 1868 y diciembre de 1874 se suceden decisivos hechos históricos que influyen en la relaciones políticas y eclesiásticas de España: una revolución, un destronamiento, un régimen provisional, una regencia, una monarquía democrática, una abdicación, una república unitaria, una república federal, una insurrección en Cuba, dos guerras carlistas y simultáneas en la Península, un golpe de estado, un gobierno provisional, un nuevo intento de regencia y finalmente la Restauración de la monarquía derribada en un principio en la persona de Alfonso XII.

A pesar de ser considerado uno de los prelados más destacados de la Restauración, juntamente con Monescillo y Moreno Maisonave, por el momento no ha suscitado interés entre los investigadores y no existe ninguna monografía sobre el prelado limitándose la información a pequeñas referencias bibliográficas. Por esta razón, consideramos significativa nuestra contribución que logra aportar la primera biografía sobre el prelado, con información importante y decisiva para sucesivas investigaciones. Con esta intención, hemos dedicado la primera parte del trabajo a presentar las diferentes etapas por las que transcurrió su vida, desde su nacimiento en El Burgo de Osma en 1814 hasta su muerte ocurrida en Burgos en 1882.

 De familia campesina y religiosa, desde pequeño sintió clara inclinación al sacerdocio encaminando sus pasos hacia el seminario conciliar de Santo Domingo de Osma. La villa de El Burgo vivía en estos momentos una fuerte inestabilidad política derivada de la guerra de la Independencia y del dañino liberalismo incipiente, cuyas consecuencias se reflejaron en los centros de formación de la villa: el Seminario y la Universidad de Santa Catalina. En estos dos centros, Rodrigo Yusto consolidó su formación humana y religiosa recibiendo estudios de Humanidades, Filosofía y Teología. En 1833, al ser cerrada la Universidad de Osma por conflictos políticos, se trasladó a la Universidad de Valladolid, donde recibió el diaconado en 1835 y la ordenación sacerdotal en 1838. Allí continuó sus estudios teológicos y jurídicos. Además su sólida preparación le llevó a impartir materias de Filosofía, Teología y Cánones en Valladolid y en el seminario de Osma. A la par que su labor docente, ostentó en esta villa los cargos de Fiscal interino del Tribunal Eclesiástico, de examinador sinodal de los aspirantes a órdenes y Juez de Concursos, de director del Hospicio provincial y de cura ecónomo de la parroquia de la Catedral. En 1846 se trasladó a Madrid donde ejerció como profesor de Teología, bibliotecario y teólogo consultor  de la Nunciatura. A su vez completó la carrera de Derecho y ejerció cargos de visitador y juez eclesiástico ordinario de Madrid, predicador de la Reina Isabel II, defensor del vínculo en Tribunal de la Rota, visitador apostólico y juez eclesiástico de las fundaciones y obras pías en la archidiócesis de Toledo, director espiritual de las religiosas de la Visitación de Madrid, comendador de la Orden de Carlos III. Así mismo, dispuso de licencias absolutas de celebrar, predicar, confesar religiosas y de absolver de reservados en las diócesis de Osma, Valladolid, Toledo y Burgos. Su prestigio como juez y visitador apostólico le hizo ser recomendado por sus amigos para la dignidad de chantre de la catedral de Burgos, siendo nombrado por la Reina en 1852. En 1853 es nombrado primer juez supernumerario y auditor del Tribunal de la Rota. Cuando contaba 43 años de edad fue presentado por Isabel II para el obispado de Salamanca. Nada más llegar, comenzó su actividad con la visita pastoral a la diócesis. Inmediatamente renovó el seminario preocupándose por la formación de seminaristas e incremento de las vocaciones, organizó ejercicios espirituales para el clero y misiones para los fieles fomentando su piedad y doctrina cristiana. Defendió los derechos y libertad de la Iglesia apoyando los Estados pontificios a través de las campaña de donativos y del empréstito pontificio en favor de Pío IX. Además escribió una pastoral explicando la postura del Papa en la encíclica Quanta Cura, el Syllabus. En 1861 fue propuesto como candidato para la nueva diócesis de Vitoria. Rodrigo Yusto presentó su renuncia por considerarse indigno y desconocedor del idioma y la realidad de esta nueva diócesis. Los mismos argumentos de renuncia presentó en 1862 al ser candidato para la sede de Barcelona. En junio de 1867 es nombrado administrador apostólico de Ciudad Rodrigo, diócesis que había permanecido como sede vacante sin obispo durante veintitrés años. Sin embargo, los apenas cuatro meses que estuvo al frente de ella sirvieron para conocer la diócesis y poner en marcha el arreglo parroquial. Tras diez años al frente de la diócesis de Salamanca fue propuesto para la metropolitana de Burgos. Su primera reacción se tradujo en renuncia por considerarse indigno. Aceptó el traslado con profundo dolor al separarse de sus fieles salmantinos y por obediencia a la Santa Sede. En 1875, a la muerte del cardenal de Sevilla Luis de la Lastra y Cuesta, Rodrigo Yusto es considerado uno de los candidatos idóneos para sustituirle. Simeoni se inclinaba hacia el arzobispo de Burgos porque además de reunir cualidades científicas y pastorales tenía  una edad todavía aceptable para un traslado tan importante, condición importante a tener en cuenta para aquella diócesis que se encuentra en un estado poco satisfactorio por haber tenido prelados ya probados y cansados en el ministerio pastoral. Al final el cargo recayó en el obispo de Barcelona, Lluch y Garriga. En 1882, tras catorce años de pastor de la Iglesia de Burgos murió Rodrigo Yusto a la edad de 68 años y recibió sepultura en la capilla del Santísimo Sacramento de la Catedral.

En la segunda parte de nuestra investigación hemos estudiado la diócesis de Burgos a la luz del concordato de 1851, a través del cual se regulan las relaciones entre la Iglesia y el Estado, teniendo en cuenta la situación de la misma antes y después del concordato y la aplicación del mismo por Rodrigo Yusto.

El arreglo parroquial era una disposición recogida en el artículo 24, en la cual se mandaba a los obispos formar un nuevo arreglo y demarcación parroquial de sus respectivas diócesis, teniendo en cuenta la extensión y naturaleza del territorio y de la población y las demás circunstancias locales en el menor término posible. En Burgos, como en la mayor parte de las diócesis los acuerdos tardan en aplicarse. Fue Rodrigo Yusto el encargado de ejecutar el arreglo parroquial a través del edicto publicado el 2 de junio de 1868. Sus predecesores habían puesto en marcha algunas reformas pero no se había completado. Entre 1872-1874 se logró el objetivo del arreglo parroquial. El número de arciprestazgos quedó establecido en cuarenta y siete al suprimirse el arciprestazgo de Valdegovia y el número de parroquias quedó reducido a un total de 1081. En 1874 el se incrementó el número a 1090 al suprimirse mediante la bula Quo Gravius las nueve parroquias de jurisdicción exenta. En 1879 se consiguió la nueva demarcación del arciprestazgo de Briviesca. Por lo que se refiere a las parroquias urbanas hemos visto que los fieles gozaban del privilegio de poder elegir parroquia. El concordato de 1851 ordena demarcaciones parroquiales que sean territoriales. Basándose en esta normativa y en la real cédula de 1854, el cardenal Alameda y Brea estableció en 1855 el decreto de abolición entre feligresía y parroquia, convirtiéndose todas las parroquias en territoriales a todos los efectos. Rodrigo Yusto sancionó definitivamente los nuevos límites parroquiales y en la ciudad de Burgos redujo a siete el número de parroquias.

El cabildo de Burgos también sufrió una remodelación a partir de 1851 ya que el concordato establecía en los artículos 13 al 17 una homogeneidad en la estructura de los cabildos españoles. La nueva distribución supuso para Burgos la supresión de nueve dignidades ya que de las quince existentes se redujeron a seis. Burgos, ocupaba hasta este momento el segundo lugar entre las iglesias metropolitanas. El concordato introdujo la figura del arcipreste, segunda silla de los cabildos y nueva en el de Burgos. Igualmente resulta desconocida la terminología de la dignidad de chantre, si bien existe el equivalente con el nombre de capiscol que progresivamente se fue desplazando a favor del anterior. Aunque el cabildo se componía exclusivamente de dignidades y canónigos, se creó también en las iglesias catedrales una nueva figura la del beneficiado o capellán asistente que en el caso de las metropolitanas como Burgos era de veinte, quedaron extinguidas otras clases de clero catedralicio como eran los racioneros antiguos o nuevos. En 1872 el cabildo ha logrado la reforma marcada en el concordato que acordaba seis dignidades, dieciocho canónigos y veinte beneficiados. También el concordato reforzó el poder de los obispos frente al de los cabildos devolviéndoles el pleno ejercicio de su autoridad, poniendo fin a las tensiones seculares entre obispos y cabildos a favor de los primeros. En las relaciones del cabildo con el prelado Rodrigo Yusto resaltó siempre la autoridad del arzobispo por encima del cabildo a la hora de tener que tomar alguna decisión. En el caso de las colegiatas, el concordato señalaba que fuesen convertidas en iglesias parroquiales, medida lograda en 1852 y por tanto antes del pontificado de Rodrigo Yusto. El concordato supuso además la abolición del derecho de patrimonialidad vigente en España desde la Edad Media y de tanta raigambre en la diócesis de Burgos como hemos analizado. En la diócesis se dio cumplimiento a esta normativa, sin embargo Rodrigo Yusto fue partidario de restablecer este derecho, sobre todo en los curatos rurales, como medio de subsistencia del clero y como estímulo en los jóvenes para elegir la carrera eclesiástica.

El estudio realizado sobre el clero, tanto catedralicio como parroquial, nos ha permitido conocer la situación y problemática, así como la gran escasez de sacerdotes durante el periodo de nuestro estudio. La necesidad de formar buenos sacerdotes en su diócesis se convirtió en una de las prioridades de Rodrigo Yusto promoviendo entre ellos prácticas eficaces como fueron los ejercicios espirituales y las conferencias morales. Trabajó, además por elevar el nivel moral, intelectual y espiritual del clero. Conocedor de la importancia del seminario, como institución clave para la renovación del clero y de la diócesis, lo convirtió en la obra primordial de su pontificado. Su preocupación por las vocaciones y por la formación del clero se plasmó en diferentes iniciativas como la de dar continuidad a las obras iniciadas por su predecesor Fernando de la Puente, en el Seminario conciliar de San Jerónimo, sin embargo la revolución frenó sus reformas y dejó algunos pagos en suspensión. En 1875, solicitó convertir el seminario de S. Jerónimo en central para poder atender las necesidades de una de las diócesis más grandes de España como es la de Burgos. Esta petición, sin embargo no se hizo realidad hasta 1896 con el prelado García Aguirre.

Nuestro prelado dedicó especial cuidado a la formación de los seminaristas. A su llegada a la diócesis, consciente de su responsabilidad de enseñar y recordar las cualidades y las disposiciones para el sacerdocio les dirigió una circular indicando la importancia de la dirección espiritual, la oración, los sacramentos y el estudio. Para los alumnos externos redactó un reglamento. Es el primer prelado que propuso un ideario sobre las vacaciones del seminarista, tanto de verano como de Navidad, regulando el comportamiento y vida del estudiante eclesiástico durante la etapa vacacional, transcendente en el periodo de formación. Las secuelas del  sexenio democrático en la sociedad –tales como el escepticismo, racionalismo y sensualismo- exigían respuesta adecuada de la Iglesia para preservar a los aspirantes al ministerio eclesiástico de las influencias ambientales A su vez las deserciones habían desequilibrado las vacantes parroquiales. Para frenar este descenso, en 1877 abrió en el colegio de San Carlos un internado para seminaristas pobres con el mismo reglamento de los alumnos internos. Aunque el curso escolar estaba avanzado, se inscribieron más de treinta jóvenes y en 1788 se llegó al número de noventa. Para facilitar los estudios eclesiásticos a jóvenes pobres fundó dieciséis medias becas para internos. Pero el gran recurso para lograr una gran eclosión vocacional fueron las preceptorías, diseminadas por toda la diócesis como pequeños seminarios menores, con un plan de estudios coincidente con el del seminario para los tres años de latín y humanidades.

Ante la aprobación de la ley de reemplazos y reclutamiento del ejército de 1881, Rodrigo Yusto dirigió una exposición al Congreso de los diputados lamentándose de las medidas gravísimas que dicho proyecto encerraba para las vocaciones y los seminaristas.

Rodrigo Yusto se mostró impulsor de la vida religiosa. Desde la exclaustración de 1835 no se mantenía abierto legalmente en la diócesis ningún convento de varones. Por el contrario los conventos femeninos de vida contemplativa sobrevivieron a la exclaustración, únicamente vieron reducido el número de religiosas con la prohibición de recibir novicias tras la revolución de 1868. Ante las medidas adoptadas en el sexenio contra las religiosas contemplativas las defendió con fuerza y energía. En 1870 se llevó a cabo en la ciudad de Burgos, con la autorización de Rodrigo Yusto una fundación clandestina por la Congregación de la Misión que permaneció abierto hasta que fueron expulsados por el gobernador civil en 1874. Sin embargo el ocaso de los conventos no fue definitivo. Durante el último cuarto del siglo XIX, con la Restauración alfonsina, se incrementó y desarrolló la vida regular, favorecida además por la buena acogida que Rodrigo Yusto les prestó en su diócesis. Con la modestia, que siempre le había caracterizado, escribía en 1880 al nuncio Cattani informándole de lo que sin ruido ha tratado de hacer a favor de las órdenes religiosas sintiendo solamente  que a pesar de los informes favorables no se haya conseguido todavía la Real licencia para alguna de ellas. Durante este periodo llegaron a la diócesis antiguas órdenes, como los carmelitas en el antiguo convento del Carmen, los dominicos en Montes Claros, la Compañía de Jesús en Oña, los cartujos en Miraflores, los trapenses en San Pedro de Cardeña y los benedictinos en Silos. Llegan también nuevas órdenes: los redentoristas en el Espino, los Sagrados Corazones en Miranda de Ebro, la Sociedad de Misiones africanas en Bujedo. Su amor a los pobres se plasmó también en la acogida de dos órdenes religiosas femeninas destinadas a atender a los más necesitados: las Siervas de Jesús y las Hermanitas de los ancianos desamparados. Las obras de caridad fueron en su mayor parte socorridas por las Hijas de la Caridad y por las conferencias de San Vicente de Paúl. Las Hijas de la Caridad ocuparon puestos insustituibles en los principales centros benéficos eclesiásticos, municipales y provinciales; fue la comunidad religiosa más activa en este periodo, encargándose del colegio de Saldaña, la escuela gratuita creada junto al colegio, el Hospital Provincial y el de San Juan, el asilo-escuela de San Julián y la casa Refugio. También las obras de beneficencia dirigidas por las conferencias de San Vicente contaron con el apoyo del prelado. Es más, durante el sexenio, al ser disueltas, se convirtió en patrono y protector de sus obras. Durante el siglo XIX no existió ninguna escuela pública de párvulos. La educación y caridad vinieron de la mano de la Iglesia.

Además de favorecer las obras de caridad, su actividad pastoral se apoyó en las visitas pastorales, en las misiones populares y en las cartas pastorales. Durante su pontificado consiguió visitar diecisiete arciprestazgos directamente, alguno de los cuales no había sido visitado por ningún prelado, los demás son visitados por los arciprestes. Para reforzar la vida espiritual de los fieles organizó varias misiones populares. El sexenio había impedido la realización pero con la llegada de la Restauración y el restablecimiento en la diócesis de las órdenes religiosas se produjo el auge de las misiones. Fueron los miembros de estas comunidades, principalmente jesuitas, dominicos, redentoristas los que las dirigieron aunque también colaboraron en algunas los sacerdotes seculares. El número de misiones realizadas entre 1876 y 1882 fue de sesenta y cinco. Además de avivar y despertar la fe de los fieles organizaron en los respectivos lugares cofradías que dieron continuidad a la labor iniciada por los misioneros.

La mayor parte de sus pastorales fueron orientadas a evitar las lecturas peligrosas para preservar íntegra la doctrina de la fe, a defender la unidad católica, la tolerancia civil de cultos, la libertad religiosa, la propaganda irreligiosa y la amenaza protestante.

En la tercera parte estudiamos las relaciones Iglesia - Estado durante el pontificado de Rodrigo Yusto en Burgos . Presentada la situación política española nos detenemos en estudiar la labor de Rodrigo Yusto en Burgos durante el sexenio democrático, cuál fue su postura y la de la Iglesia ante la Revolución, y la de la Revolución ante la Iglesia, relaciones con los gobiernos locales y nacionales, política religiosa desempeñada. La historia de la diócesis de Burgos durante el periodo que hemos presentado padeció en su primer momento (1868-1874) las consecuencias derivadas de la revolución de 1868, uno de los tiempos más difíciles de las relaciones de la Iglesia con el Estado. La llegada de Rodrigo Yusto a Burgos coincidió con el momento más álgido de la situación política convulsa. Desde el primer momento alzó su voz contra las medidas anticlericales llevadas a cabo por el gobierno revolucionario y que supusieron un enfrentamiento entre la Iglesia y el Gobierno. En este momento se hicieron varias representaciones de los obispos al Gobierno provisional. La provincia eclesiástica de Burgos, presidida por Rodrigo Yusto, fue la primera en protestar contra los decretos referentes a la supresión de la comunidades religiosas, la unidad católica, el fuero eclesiástico, el proyecto de una iglesia nacional y los ataques de la prensa a los obispos. El prelado se mantuvo firme en su adhesión a la Santa Sede. Las medidas anticlericales de los primeros momentos provocaron un agravamiento aun mayor en la ciudad de Burgos por el asesinato del gobernador civil, Isidoro Gutiérrez de Castro, en las escaleras de la catedral burgalesa. El fatídico suceso tuvo su punto de arranque en el decreto que Ruiz Zorrilla ministro de Fomento, hombre marcado por su anticlericalismo y por ser uno de los políticos más regalistas del siglo XIX, había aprobado el 18 de enero. Este decreto disponía la incautación por el Estado de todos los archivos, bibliotecas y demás colecciones relacionados con la literatura, el arte o la ciencia que poseían catedrales, monasterios, conventos y órdenes militares y se justificaba por el abandono que estos archivos sufrían en los lugares eclesiásticos. Además encajaba perfectamente en el plan general de desamortizaciones y se intentó llevar a la práctica lo antes posible, con el fin de evitar reacciones anticipadas de protesta por parte de la Iglesia. Este acontecimiento dañó las relaciones entre las autoridades civiles y religiosas llegando incluso a culpar a varios miembros del cabildo y al prelado, aunque si bien podemos pensar que el asesinato del gobernador y el alto porcentaje de personas que firmaron contra la libertad de cultos supuso la derrota de la Gloriosa en una ciudad como Burgos en que la población se mostraba profundamente arraigada en los valores tradicionales y religiosos. Otro de los puntos conflictivos de este periodo fue el económico. Rodrigo Yusto protestó fuertemente por el impago de las dotaciones de culto y clero, problema de intensa gravedad en su diócesis de gran extensión, numerosa clerecía, ruralismo dominante y miseria acumulada llegando a ser otra causa de fricción con el gobernador civil.

La exigencia del Gobierno al clero para que prestase juramento a la Constitución de 1869 desencadenó un largo conflicto entre la Iglesia y el Estado. Rodrigo Yusto en una carta a sus sufragáneos se mostraba partidario de seguir las indicaciones de la Santa Sede. Sin embargo, cuando la Santa Sede permitió prestar juramento, la oposición fue clara y unánime en el episcopado español a través la exposición del 26 de abril de 1870, enviada al regente del Reino.

La postura de Rodrigo Yusto frente a la intromisión del Gobierno en la vida interna de la Iglesia quedó reflejada en su respuesta al decreto del 5 de agosto de 1869, más conocido como Circular contra el clero. Con este decreto, según el prelado, el Gobierno trataba de utilizar el arma del regalismo para controlar la acción pastoral y someter a la Iglesia. Rodrigo Yusto defendió la obediencia a las autoridades constituidas pero siempre y cuando no se interpusiesen en el ministerio episcopal. El sometimiento a las autoridades civiles ha sido la doctrina que la iglesia ha enseñado y que el mismo había sido exhortado a sus fieles a raíz del asesinato del gobernador de Burgos en la catedral porque allí donde falta la sumisión a la autoridad no puede haber más que desorden, anarquía y confusión en otra ocasión solemne.

La posición de Rodrigo Yusto sobre la unidad religiosa quedó reflejada tanto en el sexenio como en la Restauración a través de las exposiciones de 1869 y de 1876. Hay sin embargo una gran diferencia entre el artículo 11 de la Constitución de 1876 y el 21 de la Constitución de 1869: Si en este último se puede hablar de libertad religiosa, puesto que el Estado no se declara confesional y permite la total libertad de cultos, en el artículo 11 el Estado sí se declara confesional -católico, apostólico y romano- y no se permiten manifestaciones públicas de otro culto diferente, aunque nadie será molestado en el territorio español por sus opiniones religiosas ni por el ejercicio de su respectivo culto; Es decir, la tolerancia religiosa es bien diferente de la plena libertad consagrada en el año 1869, en que el Estado no es confesional y admite todos los cultos con igual derecho. Rodrigo Yusto se manifestó defensor de la unidad católica en ambos casos: en primer lugar por considerar la tolerancia de cultos como un mal funesto y detestable, en segundo lugar porque así quedó establecido en el concordato de 1851, la religión verdadera es una y la Iglesia católica profesa esa única religión verdadera. Por último, estimó esta unidad como una imperiosa necesidad  para mantener el orden político y social. Las razones del prelado no quedaron meramente en la protesta remitida a las Cortes Constituyentes y organismos estatales sino que se apoyó en las exposiciones del pueblo mediante una sencilla fórmula de adhesión y en campañas de apoyo popular con recogida de firmas por los pueblos y parroquias.

Una consecuencia lógica de la libertad religiosa aprobada en la Constitución fue la aprobación del matrimonio civil. En sustancia, la nueva ley del matrimonio civil declaraba que este era el único capaz de producir efectos civiles en España, lo reconocía perpetuo e indisoluble y obligaba a contraerlo ante el juez municipal. Cuando la nueva ley se ejecutó en 1870, a pesar de las unánimes protestas y reclamaciones del episcopado español, Rodrigo Yusto dirigió a sus fieles una pastoral para advertirles del peligro, exponiendo la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio: Siendo el poder civil incapaz de ligar a los fieles en verdadero matrimonio, lo es también para disolver el vínculo conyugal contraído según las prescripciones canónicas. Su publicación le costó ser procesado por los tribunales, cuyo fallo esperaba con la conciencia tranquila y serena; y al recibir las numerosas muestras de adhesión y fidelidad a su doctrina y persona solía decir que había cumplido con su deber y estaría dispuesto a hacerlo siempre aunque para ello fuese necesario derramar hasta la última gota de su sangre.

Por lo que se refiere a las relaciones del prelado con las autoridades locales parece ser que continuaron y agravaron su tensión a raíz de los acontecimientos de 1868 y el asesinato en enero de 1869. La evolución política posterior y la correspondiente respuesta de la Iglesia tampoco las recondujo. Aprobada la nueva Constitución, en junio de 1869, que incluía la tolerancia religiosa, el Cabildo se negó por primera vez a un acto religioso por un acontecimiento político: se opuso a cantar un Te Deum para solemnizar la promulgación del texto. Esta negativa se extenderá al acto de jura de la Constitución en abril de 1870. Cuando Amadeo I quiso visitar la Catedral para agradecer a Dios haberse liberado de un atentado, decide no hacerlo por considerar rebajada su dignidad ante la negativa del Cabildo a recibirle con hábito coral, maestro de ceremonias, macero, toque de campanas, y órgano. Se aprecia el mismo estado de ánimo cuando se proclama en el Ayuntamiento la I República sin que asista representación eclesiástica alguna. Más tarde, cuando Alfonso XII visita la ciudad en febrero de 1875, tampoco acudirá a la Catedral, como consecuencia de una actitud demasiado fría por parte de esta institución; tal actitud sin duda que está relacionada con la desconfianza que la Santa Sede y la jerarquía española manifestaban ante la estrategia del canovismo; actitud relacionada también con una postura reivindicativa ante la elaboración de la Constitución de 1876 para que en ella se señale explícitamente a la Religión Católica como la única del Estado, con exclusión de cualquier otro culto. La llegada de la Restauración, no exenta de conflictos y algunos enfrentamientos entre el poder civil y eclesiástico, supuso la conciliación de ambos poderes y el resurgir de la vida religiosa en la diócesis de Burgos.

En las relaciones con la Santa Sede destacó por su defensa del Papado. Si algo caracterizó a Rodrigo Yusto fue precisamente su devoción al papa, que no se expresaba precisamente en forma de rigor antiliberal, en palabras de Tejedor Fue uno de los seis obispos españoles consultados por Pío IX, en 1865 sobre la oportunidad de convocar un concilio y sobre los temas a tratar. Rodrigo Yusto manifestó en sus propuestas una grave preocupación sobre las posturas que el protestantismo y racionalismo hacían de la Sagrada Escritura. Participó en el Concilio Vaticano I. siendo miembro de la comisión de la Diputación de Disciplina eclesiástica. Leone Dehon en su Diario del Concilio señalaba a Rodrigo Yusto como uno de los prelados más considerados en España.

Después de haber recorrido tan amplio trecho en compañía de este gran prelado del complejo y tenso mundo hispano del XIX, mi deseo, al finalizar este trabajo, es haber contribuido a llenar un hueco historiográfico que existía por falta de una investigación sobre una figura relevante para la historia de la Iglesia y de España. Conocer su vida, magisterio y misión, en el contexto de un mundo en fermentación ideológica y práctica, nos ayudará a esclarecer la densa historia vivida en la Iglesia y en la sociedad españolas del novecientos.