Una de las historias más curiosas en su rica biografía es la forma en la que se convirtió en el duodécimo campeón mundial de ajedrez: una coronación sin lucha ni oposición. Por razones desconocidas, el extravagante genio estadounidense, Bobby Fischer, decidió renunciar a enfrentarse a un candidato que, decidida e inexorablemente, había apartado de su camino a la gran final a grandes jugadores como Polugaevsky, Spassky y Korchnoi. Al campeón ruso sólo le quedaba un paso hacia la gloria, pero no necesitó darlo...
Es muy probable que el nuevo campeón sintiera una cierta desazón en el trono ajedrecístico. Un título sin lucha es caza menor para el ego hipertrofiado de un jugador de ajedrez. Además de que, en ese mundillo de brutal competitividad, una pieza cobrada sin sangre no obtiene el reconocimiento necesario. No hay que descartar, sin embargo, que este hecho jugara como acicate en la futura carrera de Anatoli Karpov, un jugador poco habituado al trabajo, al estudio teórico de las partidas y confiado en su extraordinario talento natural. Una hipotética y tremendamente incierta victoria contra el Fischer le podría haber hecho caer en la autocomplacencia y, por ende, en la indolencia. Podría haber significado el final de su carrera, al perder rápidamente el título ante un rival más en forma. Algo que ha ocurrido en más de una ocasión, baste recordar lo efímero de la permanencia en el olimpo ajedrecístico de los campeones soviéticos Vasili Smislov, Mijail Tal y Boris Spassky.
Anatoli Karpov se encontraba ante la exigencia propia y la de su entorno de demostrar con claridad que no era un advenedizo, un campeón casual.
El ruso, pues, se arremangó la camisa y se puso a machacar a todos sus rivales. Durante diez años obtuvo unos resultados fantásticos, ganando casi todos los torneos en los que participó. Su frenética carrera en pos de los premios se plasmaría en un palmarés sin parangón de más de cien victorias en torneos y encuentros de alto nivel.Unos números que superan en mucho a cualquiera de los grandes maestros de cualquier época.
Karpov logró dos victorias sobre el conocido “disidente del ajedrez”, Víctor Korchnoi. Un extraordinario jugador de carácter flamígero que se permitió fuertes críticas contra el gobierno y que se vio obligado a emigrar de la Unión Soviética a Suiza. Los encuentros Karpov-Korchnoi fueron aprovechados, adquirieron un tinte de batalla política e ideológica entre los dos bloques del momento.
En 1978 se celebró el encuentro por el título mundial en el pueblo filipino de Baguio que se reveló duro como nunca y se prolongó por más de dos meses. Las cosas se pusieron muy a favor del gran maestro ruso que dominaba en el marcador por 5:2 a un mejor de seis victorias, tras 27 luchadas partidas. Sin embargo, Karpov se vio campeón antes de tiempo y en un ramalazo de autosuficiencia se relajó. El descenso en el nivel de su juego le permitió a Korchnoi empatar el encuentro a cinco partidas. El mundial empezaba de nuevo, pero la partida nº 32 fue la definitiva: Karpov logró mentalizarse para la victoria y logró poner el punto final en la batalla con el gran maestro suizo. Ahora ya era un auténtico campeón.
Fue un mundial histórico por muchas razones, pero sobre todo por la dimensión política que había adquirido: nueva, sin referencias históricas. Todo el Comité Central del Partido Comunista de la URSS, incluido su Secretario General, Leonid Brézhnev, estuvo pendiente de su desarrollo. Hay que reconocer que a disposición de Karpov estuvo toda la sapiencia de la escuela ajedrecística soviética: los mejores grandes maestros del país le ayudaron a analizar y preparar las partidas contra Korchnoi. En cualquier caso, Karpov mereció la victoria sin ningún lugar a dudas. Estuvo por delante en el marcador y fue mejor durante todo el maratoniano encuentro, sólo dando muestras de debilidad durante un pequeño periodo de tiempo.
El Match para determinar al campeón del mundo se volvió a repetir de nuevo en Merano tres años después y con los mismos protagonistas. Esta vez, las cosas fueron muy diferentes y el campeón del mundo acabó con el suizo rápidamente con un rotundo 6:2. La aurora de la era de Gari Kaspárov comenzaba ya a vislumbrarse en el ambiente... El comienzo no auguraba nada por el estilo. Karpov, en el primer encuentro por el título en Moscú, estuvo a punto de alcanzar un hito único e irrepetible, casi al dejar en 0 las victorias al jovencísimo candidato de Bakú. De haber acabado el match así, el destino de Kaspárov probablemente habría sido otro, ya que estos golpes dejan profundas secuelas en la psique de los perdedores.
El comienzo del encuentro fue un completo desastre para Kaspárov: perdió cuatro de las primeras nueve partidas. Pero en ese momento al campeón le traicionó su carácter autocomplaciente y su juego perdió la agudeza y mordiente asesinas que le habían hecho ponerse por delante.
El hecho de elegir una táctica más conservadora y confortable para terminar el match, le impidió rematar a un candidato que ya se tambaleaba.
Kaspárov tomó aliento, tras lo cual siguió una serie de 17 tablas sin parangón en la historia de los encuentros de alto nivel. Después de una interminable serie de 48 partidas y con un marcador de 5:3 favorable a Karpov, el presidente de la FIDE, Florencio Campomanes, tomó la polémica decisión de interrumpir el match… “Los participantes están físicamente agotados y el encuentro se declara terminado sin vencedor”.
Los dos participantes quedaron descontentos. Kaspárov estaba convencido de vque le cortaron en su momento, cuando comenzaba a remontar y a ganar. Karpov se cansó de protestar y a reclamar dos puntos que, en su opinión, le habían escamoteado.
Nunca habrá una conclusión, una versión única y definitiva de aquellos días. En el 2009, con motivo del 25º aniversario de su primer maratón ajedrecístico, los dos “K” jugaron un encuentro nostálgico en España, esta vez de partidas rápidas. Todo transcurrió en un ambiente positivo y relajado, sin lugar para las protestas, ni para los viejos conflictos.
En 1985, los jugadores se reunieron de nuevo para disputar el título. El sistema elegido fue el tradicional de 24 partidas y terminó con la victoria de Kaspárov por 13:11. El ajedrecista de Bakú pasaba a ser el decimotercero campeón del mundo, mientras la época de Anatoli Karpov llegaba a su final. Pero él tendría su canto del cisne en 1990 al triunfar en el campeonato del mundo en su versión FIDE. Gari Kaspárov renunció a jugar torneos bajo la égida de la Federación Internacional de Ajedrez y parte de los grandes maestros internacionales le siguieron en su rebelión.
Anatoli Karpov, no obstante, siempre estaba consciente de que esta última pieza cobrada fue caza menor, que nunca fue tomada en serio por la comunidad ajedrecística, ni siquiera por él mismo…
Habiendo ganado todos los títulos, órdenes, medallas, elogios y prebendas posibles, Karpov redujo el ritmo, viéndose obligado a ello obligado por las circunstancias de la vida. Hoy juega por placer, no para realizarse. Curiosamente, a diferencia de todos sus antecesores en el título, Anatoli también probó su talento en la política y en los negocios.
Desde los tiempos de Mijail Botvinnik, desde la segunda mitad de los años 50 del siglo pasado, cuando la popularidad del ajedrez alcanzó su apogeo, los campeones comenzaron a creer que el mundo no se constreñía en 64 casillas, que hay mucho más. Esto le pasó a Karpov y también a su heredero, Gari Kaspárov. Sin embargo, hay que reconocer que ninguno de ellos consiguió el nivel de éxito de sus días de gloria ajedrecística. Es normal, probablemente.
Anatoli Karpov celebró su cumpleaños: un ajedrecista para la historia, un político y hombre de negocios más entre miles…
FUENTE:RIA Novosti