Sistema C: sociedades destructivas La estructura de las sociedades del sistema C es muy diferente. Se caracteriza por mucha violencia interpersonal, destructividad, agresión y crueldad tanto dentro de la tribu como contra las demás, el placer de guerrear, la malicia y la traición. La atmósfera general de la vida es de hostilidad, tensión y miedo. Por lo general abunda la competición, se pone mucho empeño en la propiedad privada (en los símbolos si no en las cosas materiales), las jerarquías estrictas y son muchas las guerras. Ejemplos de este sistema son los dobuanos y kwakiutles, los haidas, los aztecas, los witotos y los gandas.
No pretendo que mi clasificación de cada una de estas sociedades sea incontrovertible. Pero el que uno esté o no de acuerdo en la ubicación de esta o aquella sociedad no importa mucho, porque mi modo de ver no es estadístico sino cualitativo. El contraste principal está entre los sistemas A y B por una parte, ambos afirmadores de la vida, y el sistema C por la otra, que es fundamentalmente cruel o destructor, o sea sádico o necrófilo.
Los dobuanos (sistema C). Los habitantes de la isla Dobu (R. Benedict, 1934) son un buen ejemplo del sistema C. Aunque están junto a los isleños trobriand, tan conocidos por los escritos de Malinowski, su medio ambiente y su carácter son enteramente diferentes. Los trobriand viven en islas fértiles que les proporcionan una vida de comodidad y abundancia, pero la isla de los dobuanos es de índole volcánica, con pequeñas bolsas de tierra y escasas oportunidades de pesca.
Pero los dobuanos no son conocidos entre sus vecinos por pobres sino por peligrosos. No tienen jefes, pero forman un grupo bien organizado ordenado en círculos concéntricos, en cada uno de los cuales se toleran formas de hostilidad específicas tradicionales. Aparte de un grupo matrilíneo, el susu ("leche materna"), donde se advierte cierto grado de cooperación y confianza, en las relaciones interpersonales de los dobuanos reina el principio de desconfiar de quienquiera como de un enemigo posible. Ni siquiera el matrimonio disminuye la hostilidad entre las dos familias. Se establece cierto grado de paz por el hecho de que la pareja vive por anos alternos en el pueblo del esposo y en el de la esposa. La relación entre marido y mujer está llena de suspicacias y hostilidad. Nadie espera la fidelidad y ningún dobuano reconocerá que un hombre y una mujer puedan estar juntos, aun por brevísimo tiempo, si no es con fines sexuales.
Dos rasgos son característicos principalmente de este sistema: la importancia de la propiedad privada y la de la brujería maligna. La exclusividad de la propiedad entre ellos se caracteriza por su ferocidad e implacabilidad, de que Benedict cita muchos ejemplos. La propiedad de un jardín y su retiro se respetan a tal grado que es costumbre que el marido y la mujer practiquen el coito en él. Nadie debe saber la cuantía de las propiedades de otro. Es tan secreta como si se tratara de un robo. El mismo sentido de propiedad hay en relación con los conjuros y embrujos. Los dobuanos tienen "encantos de enfermedad", que causan y curan enfermedades, y cada enfermedad tiene su conjuro especial. Las enfermedades se explican exclusivamente como consecuencia del malévolo empleo de un conjuro. Algunos individuos tienen un encanto que rige de modo total la producción y la cura de determinada enfermedad. Este monopolio de una enfermedad y su curación, naturalmente, les confiere un poder considerable. Toda su vida está regida por la magia, puesto que en ninguna esfera es posible que se haga nada sin ella y las fórmulas mágicas, aparte de las relacionadas con las enfermedades, son de los renglones más importantes de propiedad privada.
Toda la existencia es una competición entre maleantes y toda ventaja se logra a expensas del rival derrotado. Pero la competencia no es como en otros sistemas, abierta y franca, sino secreta y traicionera. El ideal de hombre capaz y triunfante es el que ha conseguido con engaños el puesto de otro.
La virtud más admirada y el mayor triunfo es el wabuwabu, sistema de ásperas prácticas que refuerza las ganancias propias a costa de la pérdida de otro. El arte es cosechar ventaja personal en una situación donde los demás son víctimas. (Este sistema es muy diferente del de mercado, en que, por lo menos en principio, la base es un intercambio justo con ganancia para ambas partes.) Aún más característica de la mentalidad de este sistema es su índole traicionera. En las relaciones ordinarias, el dobuano es suave y untuosamente cortés. Como dice uno: "si queremos matar a un hombre nos acercamos a él, comemos, bebemos, dormimos, trabajamos y descansamos con él, tal vez varios meses. Esperamos el momento oportuno, y mientras tanto lo llamamos amigo". (R. Benedict, 1934.) La consecuencia es que en el caso nada raro de un asesinato, las sospechas recaen sobre quien trató de ganarse la amistad de la víctima.
Aparte de las posesiones materiales, los deseos más apasionados son los sexuales. El problema del sexo se complica si pensamos en su ausencia general de alegría. Sus convenciones excluyen la risa y hacen una virtud de la hosquedad. Dice uno de ellos: "en los jardines no jugamos, no cantamos, no echamos falsete ni contamos leyendas". (R. Benedict, 1934.) Benedict cuenta incluso de un hombre agazapado en las inmediaciones de una aldea de otra tribu que tenía baile y que rechazó indignado la indicación de que se uniera a ellos: "Mi esposa diría que he sido feliz." (R. Benedict, 1934.) La felicidad es para ellos un tabú principalísimo. No obstante, esta hosquedad y este tabú de la felicidad o las actividades agradables corren parejas con la promiscuidad y con la gran estima de la pasión y los procedimientos sexuales. De hecho, la enseñanza sexual básica con que se prepara a las muchachas para el matrimonio es la del modo de apretar al esposo y hacer que quede sexualmente exhausto.
En contraste con los zuñis, parece que la satisfacción sexual sea la única experiencia placentera y jocunda que se permiten los dobuanos. De todos modos, como es natural, su vida sexual lleva la marca de la estructura de su carácter y parece que su satisfacción sexual procura sólo una alegría reducida y de ningún modo es base de relaciones cordiales y amistosas entre hombre y mujer. Paradójicamente, son muy mojigatos y en esto, como menciona Benedict, tan extremosos como los puritanos. Parece como si precisamente por ser tabú la felicidad y el goce, lo sexual adquiera la calidad de algo malo pero muy deseable. Ciertamente, la pasión sexual puede servir de compensación a la falta de alegría tanto como puede ser manifestación jocunda. Y en los dobuanos, el caso parece ser lo primero. Resumiendo, Benedict declara: La vida en Dobu fomenta formas extremadas de animosidad y malignidad que la mayoría de las sociedades han reducido al mínimo por medio de sus instituciones. En cambio las instituciones dobuanos las exaltan en grado sumo. El dobuano vive sin represión las peores pesadillas de la mala voluntad universal y según su modo de ver la vida, la virtud está en escoger una víctima en que poder desfogar la malicia que atribuye a la sociedad humana y a las potencias de la naturaleza. Toda la existencia le parece una pelea entre malhechores, en que antagonismos mortales los lanzan uno contra otro en un certamen por cada uno de los bienes de la vida. La suspicacia y la crueldad son las armas en que confían para esa pelea, y no tienen misericordia ni la piden. (R. Benedict, 1934.)