El diario con más ventas en España, El PAÍS, es para sus casi dos millones de lectores el diario más completo de España. También, y por ello, es un periódico al que sus afines exigen mayor nivel de compromiso y calidad. La identificación de los lectores con este producto de convivencia diaria es tal, que el sentido de pertenencia genera una confianza que no debe defraudarse, so pena de recibir las críticas más ácidas y, sin embargo, cuando se alinean con la mayoría, sólo cabe esperar alabanzas mesuradas o silencios. Sería absurdo pensar que los lectores de El PAÍS están sólo en la izquierda sociológica, como lo es el aseverar que los de El MUNDO, el segundo diario en ventas, están en las antípodas. La gente de El PAÍS está en un abanico, más amplio que el que representan los articulistas y editorialistas del propio periódico. Y eso es algo que los que hacen sus páginas diariamente no deben y no suelen olvidar. Cuando El PAÍS fuerza sus equilibrios, tensa sus límites y hace sus apuestas, toma unos riesgos que no siempre son medibles y controlables. Y eso no es necesariamente malo para un diario que lucha por seguir vivo. Pongamos el ejemplo del pasado fin de semana en la apuesta del diario por Rubalcaba frente a Chacón, que ha obligado al equipo del primero a "twittear" que ellos no estaban detrás del reportaje, y a los "Chaconistas" heridos a buscar consuelo en otros medios de la competencia. Algunos lectores , del amplio abanico como digo, se rasgaban las vestiduras por no ver imparcialidad y sí cierta "ojeriza" en el tratamiento de los Roures y Barrosos de la exministra frente al apoyo incuestionable de Felipe González al exvicepresidente de Zapatero. Pienso que eso forma parte esencial de un diario, que debe mostrarse tal como es y, sobre todo, como piensa. Porque los diarios piensan. No son solo un amasijo de páginas ordenadas con prioridades escogidas, sino que tienen su corazoncito y hasta su alma. Y es que EL PAÍS es humano y como tal tenderá a buscar su espacio en cada momento. No hay porque ser drásticos e inflexibles pensando que el diario más leído de España no tenga derecho a ser un lobby de papel. Es más, si quiere sobrevivir debe tener el necesario poder para ejercer de contrapoder y más aún en estos difíciles momentos en el que a nuestro presidente del gobierno se le ha escapado en "petit comité" que "lo más duro está por llegar". A EL PAÍS, por ser el primer diario, sólo le deberíamos pedir que no deje pasar una medida de este gobierno sin mirarla con la lupa de la crítica para que no valga todo como está valiendo, hasta ahora, en este despiste en el que estamos dispuestos a aceptar todo lo que nos digan y nos impongan, en nombre del maldito déficit que nosotros no hemos provocado. Si EL PAÍS se lo cree tendremos al primer diario, y hasta al segundo, del lado de la mayoría de los ciudadanos y, quizás, eso que llaman la marca de un periódico se pueda consolidar en un arma defensiva vital para los ciudadanos. Para ello los que manejan el grupo PRISA, editora de EL PAÍS tienen que creerselo cada día. A veces pienso que lo intentan.
El diario con más ventas en España, El PAÍS, es para sus casi dos millones de lectores el diario más completo de España. También, y por ello, es un periódico al que sus afines exigen mayor nivel de compromiso y calidad. La identificación de los lectores con este producto de convivencia diaria es tal, que el sentido de pertenencia genera una confianza que no debe defraudarse, so pena de recibir las críticas más ácidas y, sin embargo, cuando se alinean con la mayoría, sólo cabe esperar alabanzas mesuradas o silencios. Sería absurdo pensar que los lectores de El PAÍS están sólo en la izquierda sociológica, como lo es el aseverar que los de El MUNDO, el segundo diario en ventas, están en las antípodas. La gente de El PAÍS está en un abanico, más amplio que el que representan los articulistas y editorialistas del propio periódico. Y eso es algo que los que hacen sus páginas diariamente no deben y no suelen olvidar. Cuando El PAÍS fuerza sus equilibrios, tensa sus límites y hace sus apuestas, toma unos riesgos que no siempre son medibles y controlables. Y eso no es necesariamente malo para un diario que lucha por seguir vivo. Pongamos el ejemplo del pasado fin de semana en la apuesta del diario por Rubalcaba frente a Chacón, que ha obligado al equipo del primero a "twittear" que ellos no estaban detrás del reportaje, y a los "Chaconistas" heridos a buscar consuelo en otros medios de la competencia. Algunos lectores , del amplio abanico como digo, se rasgaban las vestiduras por no ver imparcialidad y sí cierta "ojeriza" en el tratamiento de los Roures y Barrosos de la exministra frente al apoyo incuestionable de Felipe González al exvicepresidente de Zapatero. Pienso que eso forma parte esencial de un diario, que debe mostrarse tal como es y, sobre todo, como piensa. Porque los diarios piensan. No son solo un amasijo de páginas ordenadas con prioridades escogidas, sino que tienen su corazoncito y hasta su alma. Y es que EL PAÍS es humano y como tal tenderá a buscar su espacio en cada momento. No hay porque ser drásticos e inflexibles pensando que el diario más leído de España no tenga derecho a ser un lobby de papel. Es más, si quiere sobrevivir debe tener el necesario poder para ejercer de contrapoder y más aún en estos difíciles momentos en el que a nuestro presidente del gobierno se le ha escapado en "petit comité" que "lo más duro está por llegar". A EL PAÍS, por ser el primer diario, sólo le deberíamos pedir que no deje pasar una medida de este gobierno sin mirarla con la lupa de la crítica para que no valga todo como está valiendo, hasta ahora, en este despiste en el que estamos dispuestos a aceptar todo lo que nos digan y nos impongan, en nombre del maldito déficit que nosotros no hemos provocado. Si EL PAÍS se lo cree tendremos al primer diario, y hasta al segundo, del lado de la mayoría de los ciudadanos y, quizás, eso que llaman la marca de un periódico se pueda consolidar en un arma defensiva vital para los ciudadanos. Para ello los que manejan el grupo PRISA, editora de EL PAÍS tienen que creerselo cada día. A veces pienso que lo intentan.