En Estados Unidos (EE UU), por ejemplo, es legal portar armas con sólo rellenar un formulario en la armería antes de adquirir un arma de fuego. Tan tradicional es la libertad de “defenderse” que, en ese país, se producen tres muertes cada hora relacionadas con armas de fuego. De hecho, 32.163 norteamericanos perdieron la vida por armas de fuego en 2011, según de Gun Policy, más del doble de muertes ocasionadas en todo el mundo por atentados terroristas. Siendo una causa de muerte tan importante y que podría evitarse con facilidad, los ciudadanos norteamericanos no apoyan las iniciativas gubernamentales tendentes a regular más estrictamente, de manera restrictiva, la adquisición de armas de fuego. Apelan a un derecho constitucional que ampara la libertad del individuo a asumir su propia defensa, incluso frente al Gobierno, aunque en otras cuestiones permitan modificaciones y “enmiendas” a la Constitución.
Pero si sanguinarios son los “yankees” con el “disfrute” de sus armas de fuego, tan sanguinarios son muchos países de África y Asia, donde se practica la ablación del clítoris por “tradición”. Más de 125 millones de niñas y mujeres en todo el mundo han sido víctimas de la mutilación genital femenina (MGF). Quienes la consienten dicen estar amparados por la tradición, a pesar de que numerosos estudios demuestran que ninguna religión justifica ni alienta su realización. Según la Organización Mundialde la Salud, las causas de la MGFhay que buscarlas en factores culturales, religiosos y sociales que se perpetúan por tradición, presión social y creencias “machistas” sobre la virginidad prematrimonial y la fidelidad matrimonial. En la mayoría de las sociedadesen las que prevalece esta práctica se considera una arraigada tradición cultural, el argumento más socorrido para su mantenimiento, ya que sólo basta para sostenerlo el que “siempre se ha hecho así”.
Son tan numerosas las variables de regocijo patrio con la tortura y muerte de un animal que ya existe un movimiento animalista que lucha por evitar este tipo de festejos salvajes que se mantienen por simple tradición. Entre las expresiones más deplorables de esta diversión “taurina” podría figurar la conocida como El toro de la Vega, que se celebra en la localidad vallisoletana de Tordesillas, en la que un toro es perseguido por lanceros a caballo hasta que acorralan y logran matar al animal, atravesándolo con las lanzas. Otra “tradición” muy arraigada son los “toros de fuego o toros embolaos”, en las que al animal se le atan antorchas en llamas en los cuernos que le provocan graves quemaduras para solaz diversión de los pueblerinos que corren a su alrededor. Los “toros enmarronados” son aquellos que son atados con cuerdas y arrastrados por las calles para divertimento de los lugareños en fiestas y jolgorios. La “suelta de toros” por calles y plazas, dentro de un perímetro aislado con barreras de madera para “protección” del público, es la modalidad más común de festejos en los que el personal se entretiene corriendo y esquivando a un animal asustado que puede acabar “ejecutado” tras la fiesta. Es lo que se hace ante los ojos de la autoridad en Coria (Cáceres), donde el toro es finalmente abatido públicamente de un disparo durante las fiestas de San Juan, contraviniendo las ordenanzas de Seguridad Ciudadana a la hora de portar armas y hacer uso de ellas en público. Sin embargo, se mantienen estas costumbres con el argumento de la tradición, porque es lo que siempre se ha hecho durante décadas, a pesar de causar muertos, violentar principios cívicos y morales y rozar en algunos casos la ilegalidad.