De aquello hace hoy, exactamente, 40 años, y el Gobierno andaluz, pilotado ahora por el conservador Partido Popular después de más de tres décadas en manos de los socialistas del PSOE, aprovecha la efemérides para la correspondiente campaña de loa y autobombo, tal vez para que no se recuerde que son herederos ideológicos de los conservadores que solicitaron en aquella fecha el voto en contra de la autonomía para Andalucía. La Junta de Andalucía, a la que sin demora se le cambia la imagen corporativa para diferenciarla de la que diseñaron los gobiernos socialistas, ha visto sentados en la Presidencia, durante todo este tiempo, a seis políticos, sin contar a Plácido Fernández Viagasque presidió la Junta preautonómica, que fueron organizando una Administración inexistente, exigiendo recursos y el traspaso de funcionarios, y asumiendo funciones cada vez más amplias para la necesaria modernización de un territorio que hoy, cuarenta años después, no se parece en nada al de antes.
El balance de estas cuatro décadas de autogobierno difiere, según el color de quien lo realice, entre el medio vacía o el medio llena de la botella de logros. Lo cierto es que se han alcanzado cotas de progreso cuantificables que, sin embargo, no impulsan a Andalucía al pleno desarrollo económico, industrial, laboral, educativo, tecnológico o cultural que sería deseable. Del tercermundismo en el que se hallaba sumida, Andalucía ha pasado a contar con infraestructuras, servicios y recursos que han sido posibles por la existencia de un Gobierno autonómico, más cercano a las necesidades de la región y a las demandas de su población. Con todo, falta mucho por hacer para alcanzar esas metas en una región que el autogobierno ha ayudado a vertebrar, a arrancarla de la resignación a ser fuente de mano de obra barata para otras regiones desarrolladas y de combatir el prejuicio de la indolencia con que era tratada. De los latifundios a las cooperativas agrícolas y ganaderas, del señorito de cortijo a los trabajadores cualificados para la industria aeronáutica, de las carreteras bochornosas a las autovías y el tren de alta velocidad, los cambios han sido, aunque nos hayamos acostumbrados a ellos, espectaculares y amplios. Sólo exigen tener memoria, aunque los consideremos insuficientes.