Andan presumiendo por ahí

Publicado el 20 octubre 2014 por María Mayayo Vives
Existe un arte muy extendido en nuestro país que consiste en sepultar los errores más gordos debajo de cualquier cosa con la generosa intención de distraer al oyente de los asuntos más feos de escuchar. Al amparo de esta realidad es como nuestros dirigentes se han ido ocupando, desde el inicio de su legislatura, en tapar su mala gestión destapando las corrupciones y en ocultar las corrupciones cometiendo nuevas incompetencias. Lo que sería, en términos culinarios, colocar una capa sobre otra, como si de una lasaña se tratase, hasta que alguien le dice al que la hace que ya se la puede comer. O, lo que toda la vida ha sido, en términos más de andar por casa, barrer la mierda debajo de la alfombra. Muchas veces al tuntún. Otras veces, incluso, pretendiendo acertar. Y una ya no sabe si están más orgullosos de lo que intentan hacer bien o de lo que hacen de pena a ciencia cierta.
El Gobierno de Mariano, desde que tomó posesión de sus escaños, quiso dedicarse en cuerpo y alma de cántaro a gobernar como Dios manda. Por eso, comenzó por incumplir, como Dios manda, cada una de las promesas hechas programa electoral mediante, completamente convencido de que se hacía cargo de su cometido como debía ser. Pero las cosas como deben ser no son como más agradan y, si de algo se muere Mariano, al frente de este Gobierno, es de ganas de complacer. Por eso, cuando trataba de justificarse y de esconder la cara menos amable de su mandato, supimos todos que los más altos cargos gubernamentales, dedicándose a la política, perdían dinero cobrando sobresueldos. Ganas de desviar la atención.
Sin embargo, la revelación de sus corruptelas como maniobra de distracción tampoco estuvo muy bien medida. Era el mejor momento para invertir nueve millones de euros en comprar una candidatura olímpica imposible. Porque nos merecíamos una buena noticia, pero, sobre todo, porque el deporte desestresa como pocas cosas. Fue una verdadera penita honda que lo de las olimpiadas no saliera como sólo ellos esperaban, y Mariano, a los pocos días, se lo tuviera que jugar todo al Eurovegas, un antro de alcohol y perversiones con el que cubrir de largo las necesidades del espíritu español, que lo que no se bebe se lo pasa por el ministerio de interiores. Y, por encima de cualquier otra cosa, una nueva ocasión de hacer el ridículo internacionalmente que nadie como este Gobierno hubiera aprovechado más y mejor.
La cosa empezaba a ponerse fea y la legislatura a consumirse sin demasiadas medallas que exhibir en la calle. Había que intentar recuperar los votos distraídos. De modo que, en un profundo acto de contricción gubernamental, decidieron perdonarnos la reforma del aborto salvándonos a todos de su propia forma de legislar. Ya sólo quedaba ocuparse del voto piadoso, y, por eso, o por silenciar un poco el escándalo de las tarjetas opacas, decidieron traerse el ébola desde África, a gastos pagados de nuestro propio bolsillo y, de paso que congraciaban al Gobierno con ciertas órdenes religiosas, les descongestionaban  la epidemia a los africanos, que nada nos costaba. Una vez acomodado el virus en el pais, pudiendo sacrificar la diarrea mental, el derroche de estupidez del que alardean o, directamente a la ministra de Sanidad, sacrificaron al perro y, a Ana Mato, le brindaron mejor la ocasión de demostrar que, cuando el cargo se le complica, le basta con enchufarle el micrófono a Soraya y dejar claro que tampoco está tan enganchada al ministerio, que es muy capaz de dejarlo cuando quiera.
Cuando nos encontramos a escasas horas de que Mariano Rajoy nos anuncie que el gobierno del PP ha conseguido vencer al ébola, soterrando todo lo que queda atrás, yo me revuelvo en la silla de indignación preguntándome cómo es posible que los ciudadanos, siendo muchos más, estemos siempre en minoría. Porque este desfile de modelos de gestión que camina sobre una alfombra roja de corrupción ocultando un sinfín de ingresos y gastos inmerecidos a cuenta de lo que nos falta no es de aplauso, Mariano.  Ni tampoco para darse la vuelta por no ver. Este desfalco intelectual y monetario en un país en el que el mileurismo se ha convertido en un lujo es más una cuestión para tomar partido y medidas que el gintonic de las cinco. Que, luego, somos las malas lenguas las que nos empeñamos en desprestigiar un mandato que habla por sí solo, pero cada día que pasa en esta nación untada de sol y sombra deja más claro que, si la vida inteligente y cultural nació de las aguas del Mediterráneo, se nos debió de morir en llegando a Alcalá de Henares, cuna de Cervantes y sepulcro del razonamiento hispano. Uno que queda de relieve en cada empresa que acomete este Gobierno presumiendo, tan a lo Mae West que atonta, de que "cuando soy buena, soy buena, pero, cuando soy mala, soy mucho mejor".
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