Mi mención a Andorra la Vella será tan efímera como un suspiro, tampoco es que merezca mucho más. Aquí se concentra un enjambre bullicioso de gente en pos de presuntas bicocas que a mí, en estos tiempos de carestía y crisis, me parecen de precios alarmantes, aún cuando entone el rumor popular la leyenda de que en Andorra “todo es más barato”. Sin duda, unos zapatos que valían 100 euros en Madrid, aquí los he visto por 85, para quien no tenga objeciones en dilapidar esa cuantiosa cantidad en unos zapatos.
Como no nací de piel consumista y las compras me resultan tan “interesantes” como los desvelos de Terelu Campos o Kiko Matamoros, me abstengo de andar olisqueando precios y mirando escaparates. Andorra la Vella es una ciudad de consumo, como tantas otras, una urbe impersonal, preñada de las mismas tiendas de turno que uno podría encontrar en cualquier parte del mundo. De todos modos, ahí van unas fotos, para que no se diga que mi aprecio por esta localidad es nulo.
SANTUARIO DE MERITXELL
Dedicado a la patrona del principado, se trata de una hermosa obra arquitectónica del reputado Ricardo Bofill. El que se planta ante mis ojos no es el original, pues ardió la antigua ermita en un incendio un aciago 8 de Septiembre de 1972.
Idéntica suerte correría la primigenia talla de la virgen (S.XI-XII). La que ahora encuentro en el espartano interior es colorida y ostenta los característicos rasgos románicos: una silueta enteca de mirada estoica y pesarosa y grandes ojos oscuros. El santuario está integrado en el Ruta Mariana y posee el distintivo honorífico de Interés Histórico-Cultural. El pasado 13 de Mayo recibió además la categorización de Basílica menor por parte del Papa Francisco.